Como en las familias, como en las mejores parejas de detectives, de cómicos o las patrullas de policía, los protagonistas de esta historia tenían que ser dos: Haimar Zubeldia e Iban Mayo, tanto monta, monta tanto. Serían dos de los corredores más influyentes de la escena ciclista vasca de todos los tiempos, si bien ha sido una escuela prolífica en aportar corredores al más alto nivel. Y lo fueron además en una época donde no era nada fácil abrirse un hueco, tanto en el ámbito local, donde un tal Joseba Beloki fantaseaba con batir al ejército del US Postal, como internacional, con ciclistas de primer nivel a los que enfrentarse en el ámbito de las grandes vueltas: Jan Ullrich, Ivan Basso, Alexandre Vinokourov o los propios gregarios o ex pupilos de Lance Armstrong como Roberto Heras o Tyler Hamilton.
Pocas veces se habrá observado en los mejores puertos del Tour a dos ciclistas luciendo maillot del mismo equipo y al mismo tiempo siendo tan complementarios sin haber establecido una jerarquía clara. Uno, Haimar, más diésel, regular, constante. Otro, Iban, más un genio inconstante y atacante que otra cosa. A veces el propio enemigo de Iban era el propio Iban, desfondándose en momentos que hacían las delicias de la afición al tiempo que sus rivales en la general se frotaban también las manos. Zubeldia era más ancla, más el hermano mayor que trabajaba cual hormiga para recoger el fruto en invierno.
Uno más ganador, con más altos y bajos, está claro. El otro, sin haber levantado los brazos en su vida pero muy fiable. Dos modelos opuestos unidos como los polos opuestos de un imán en un mismo proyecto. Elevando entre ambos la camiseta de Euskaltel al máximo exponente y entrando uno junto al otro en la leyenda del Tour y del ciclismo vasco. Esa victoria del de Arratia en el Alpe d’Huez a base de media melena y maillot al viento mientras Haimar guardaba sus espaldas y aseguraba la apuesta al rojo y al negro a la vez, en un papel que le iba sobremanera.

Zubeldia vivió varias reconversiones. Tuvo una personalidad más discreta, más de chico bueno de la mitad de la clase. Mayo fue más un rockero en bicicleta, entiéndase el símil, la historia del clásico chaval que comenzaba el curso en la fila de atrás y era ubicado forzosamente en la primera. Una especie de Chava Jiménez, por suerte con distinto final. Genial en la inconstancia, con tiempos más grises y esos otros destellos que delataban una gran capacidad para levantar a la afición del sofá. Y es que sus destellos eran muy brillantes…
Se habló mucho de su victoria en las 21 curvas de Alpe d’Huez, pero no hay que dar de lado la actuación en las 23 de Luz Ardiden, aquellas donde fue tirado al suelo en el doble mano a mano con Lance Armstrong. Toda persona que viese aquella ascensión entendería perfectamente lo que era Iban Mayo. Ataque aquí, despiste allí, victoria aquí, podcast abandonado a medias allí, homenaje allá… capaz de ganar a Armstrong aplastándolo en Dauphiné, capaz de no levantar cabeza ese mismo mes de julio.
Hablar de ellos es hacerlo de la propia historia del Euskaltel Euskadi, de aquel proyecto al que encumbró Roberto Laiseka en esa cima mágica para la camiseta naranja. Pero que se inició mucho antes, en la primera mitad de los 90 y que fue dando pasos a lomos de Beloki y otros en el Tour de l’Avenir, Francia y las carreras más prestigiosas de entonces, también de Haimar Zubeldia, quien fue el primer rebelde real ante el ejército norteamericano y que anduvo cerca de ponerles en su sitio. La invitación al Tour de Francia fue en gran parte mérito suyo, así como de Alberto Martínez, López de Muniain, David Etxebarria, etc. Todos pusieron muchos pocos que acabaron por convertirse en la gloria de esta dupla en aquel Tour.

Se esperaba mucho de Mayo, bien es cierto. El vasco había demostrado en aquella primavera que era un ciclista de categoría, llevando sus exhibiciones anteriores a escenarios de primer nivel como Lieja o Itzulia. Fue hermosísimo ese vuelo bajo sobre la Dauphiné que tantas dudas generó en el aspirante a quíntuple ganador del Tour. Sin mucho más se presentó en la salida de París (era el Tour del centenario, para más inri) y todos los ojos estaban puestos en una calurosísima prueba que recorría casi toda Francia siguiendo el orden de las agujas del reloj. El foco que Beloki había arrebatado irónica e involuntariamente a los Euskaltel que él había alimentado para llegar hasta ahí les fue devuelto en el mismo momento que chascaron todos los huesos del ciclista vasco.
La prensa española centró en los Euskaltel todos los anhelos que perdió con la terrible e injusta caída de Joseba. Aquel Col de la Rochette tenía a los dos maillots naranjas pegados a rueda. De milagro libró Haimar, con más habilidad Lance, haciendo el famoso campo a través que dio la vuelta al mundo. Eran días donde el destino abría unas puertas y cerraba otras durante aquellos Pirineos donde el calor lo iba a poner el clima, pero también la afición vasca, multiplicada por cuatro debido a la presencia de sus dos héroes, naranja en ristre, para batirse con los mejores del mundo.
En Plateau de Bonascre se experimentó la perfección de esta pareja. Mayo no se pudo aguantar las ganas de atacar en el durísimo Port de Pailheres, que se estrenaba para la ocasión. En la última subida pagaba los esfuerzos y la temperatura el líder, aunque Mayo había cedido antes que él. Zubeldia aguardó su oportunidad para destapar el tarro de las esencias en el grupo de favoritos. Con él llegó Ullrich. O Haimar con Jan, como se quiera. Fue tal vez el momento de mayor hype para el quinto clasificado final. Mayo fue sexto en París, en una actuación bastante interesante por parte de ambos.

Hubo una foto más, la que ilustraba a la perfección lo que estos dos ciclistas supusieron en aquella edición. Allí cometieron el mayor error en lo que podía haber sido la aspiración al podio final. Tanto Haimar como Iban fueron la única resistencia al demoledor ataque de Jan Ullrich a Lance Armstrong en las galerías del Col du Tourmalet. Esa ascensión entre la niebla con los dos Euskaltel a rueda fue lo que terminó de frenar un movimiento que les interesaba más a ellos que a nadie para distanciar a Vinokourov y demás rivales por el cajón de París. Se reagrupó la cosa y ya sabemos cómo acabó todo.
En la última etapa montañosa del Tour, Tyler Hamilton dio un volantazo a los corazones con una escapada épica, luciendo su clavícula y presumiendo de ella (tan americano todo). Euskaltel tuvo que hacer el trabajo sucio por no haber estado listos, justo como el día anterior. Aquello les restó la posibilidad de haber finalizado más alto aún. Pero bastó para elevar a ambos a la categoría de estrellas del ciclismo.
La decisión de que ninguno de los dos participase en la Vuelta a España de aquella temporada fue una decisión cuestionable y entendible a partes iguales. Hubiese sido una apoteosis ver a uno de los dos pelear el podio de la carrera, desde luego. Pero también así el magnetismo futuro, las ganas de verles de nuevo en acción (de nuevo el hype) aumentó con esa ausencia. Ya se sabe, se mitifica y se valora más lo que no se tiene que lo que sí. Ni cotizaba que ambos iban a estar prestos y listos para el Tour siguiente, con el gran peligro del pavés como gran novedad y comidilla.

Aquello nunca volvería a ser lo mismo, pero de aquella primavera de 2004 serían rescatables más los momentos de Iban Mayo destrozando los pronósticos en la cronoescalada al Mont Ventoux de Dauphiné Liberé y consiguiendo una gesta preciosa e inesperada en la meta de Oviedo en la Vuelta Asturias. Dos días que nos hablaban de un auténtico campeón, de una dimensión ciclista que hacía años no se observaba en el panorama internacional. Tuvo que venir Alberto Contador a demostrarnos ese descaro y esa ambición.
Mayo cerró su carrera marchándose a Saunier Duval, ganando una etapa en el Giro, volviendo a amagar con regresar a ese primer nivel pero siendo finalmente sancionado por un positivo en su último Tour de Francia. Acabó ahí su carrera. No así la de Haimar, quien reconvirtió su cabeza de ratón en cola de león y le fue muy bien. Veinte años como profesional, se dice pronto. Considerado como uno de los mejores gregarios que en sus últimos años se dejó ver más, buscando sacar esa pequeña espina que se le había quedado anclada, que era levantar los brazos alguna vez.
Link a entrevista con Iban Mayo
Link a entrevista con Haimar Zubeldia
Escrito por Lucrecio Sánchez
Foto de portada: Sirotti / Blog Euskaltel // Resto: Sirotti