Cualquier usuario de la bicicleta es conocedor de los riesgos que practicar ciclismo conlleva. Al igual que un buen estado de la bicicleta en sí nos evitará muchos problemas, el ser conocedores de prever situaciones y preparar cada salida con mimo, también. Por ello conviene ser consciente de la ruta de forma previa, saber a qué riesgos nos enfrentamos y cuáles de ellos estamos dispuestos a asumir. El ciclismo de carretera tiene unos peligros añadidos como son la convivencia con vehículos a motor, mucho más voluminosos, rápidos y con mayor estabilidad.
Dado el alto uso de la bicicleta en nuestros días, una bendición, es fácil que aumente el número de accidentes en relación a ciclistas. Las vías poco a poco se van acondicionando, pero no debemos olvidar un pequeño detalle: somos los débiles en esta relación de convivencia y corremos la gran mayoría de riesgos físicos. Un alto porcentaje de atropellos se producen por consumo de alcohol y drogas (al menos es lo que refieren las noticias que todos leemos sobre ello), pero lo normal es que los conductores de los vehículos a motor, rol en el que casi todos nosotros nos vestimos a lo largo de cada día, respeten las normas y a los ciclistas que se encuentran en la carretera. Es un hecho.
A raíz del desgraciado y mediático atropello de Davide Rebellin, con las fatales consecuencias que todos conocemos, regresaron las plegarias. «¿Hasta cuándo?», Italia sufre un problema de similar dimensión. En España los carriles bici se suelen construir con más fines electoralistas que deportivos, es otra realidad. Cuántos habremos visto con tramos muy peligrosos para el usuario de la bicicleta. O para los conductores, todo hay que decirlo. O carriles que se insertan en el tráfico como en el caso de la ciudad de Madrid. Es como rodar en un pelotón, solo que sustituyes los hombros y rodillas de los demás ciclistas por la fría y dura chapa de un autobús o el retrovisor de un coche.

Hay ciudades que sí entendieron en su día que la bicicleta es un medio de transporte limpio y que en torno a ella se debía articular lo demás. Sin extremismos. Con tolerancia. En Bélgica y Holanda (Países Bajos, a ver si me lo aprendo de una vez) la cultura de la bicicleta es magnífica. Ayuda también que las ciudades son más planas que en España, donde la orografía en ocasiones no pone las cosas sencillas. Hay caminos y carreteras que comunican ciudades. Y son exclusivas para bicicletas. ¿No sería ésa una buena solución para evitar la coincidencia de los ciclistas con los vehículos a motor? El conocido como ‘carril bici de Colmenar (Viejo)’ es muy utilizado por gente que se aproxima a la sierra y evita así una buena pila de kilómetros de circulación por una vía rápida.
No hay que restringir, en mi opinión, el paso de bicicletas por las carreteras, sino facilitar la alternativa y convencer de la conveniencia de su uso. Un sustitutivo que, visto que los imprudentes seguirán a bordo de los coches, al frente de un volante y que hoy es un choque frontal y mañana será de nuevo ciclista, da para pensar si realmente hay necesidad de convivir. Sustos nos hemos llevado todos. Habrá que ver caso a caso, no se puede criminalizar a nadie por inercia (o no se debe), pero imaginemos a un camionero que lleva conduciendo toda la noche o a un conductor con prisa de los que aún no se ha dado cuenta de que el retardo en llegar viene más por haber salido tarde (no podemos volver atrás en el tiempo) y que cinco minutos no cambian casi nada en la vida. Todo ello, de forma bienintencionada, es un peligro para los usuarios de la vía.
Para el ciclista, por motivos obvios, pero imagino que a las personas normales que siegan una vida de forma involuntaria les cuesta dormir por las noches, además de todo el enjambre judicial en el que te ves envuelto. Por todo ello, porque hay situaciones en sí complicadas, casi imposibles de gestionar e inevitables, y aunque se está intentando con carteles de proximidad ciclista, señales viales y concienciación constante, habría que comenzar a pensar en otras medidas. El ciclismo de carretera tiene un problema grave, cada vez son más los usuarios (y familiares) que le han cogido pánico. Las noticias tampoco ayudan, siempre tratando las desgracias y los lados negativos de esta práctica. La tragedia es lo que vende, qué le vamos a hacer.

Otra posible solución sería un carril de adelantamiento ciclista que permita a los coches tener ese margen sin ponerse en peligro a sí mismos por invadir el carril contrario. ¿Problemas? Seguro que otros, como que coincidan dos ciclistas en la vía y que ello pueda llevar a choques frontales. Habrá que poner marcha ideas para ir avanzando en este sentido antes de que simplemente se acepte socialmente que el ciclista se enfrenta a una misión suicida cuando sale en bicicleta por carretera.
Otra cuestión sobre la que reflexionar es sobre todos los trámites que existen entre la intención de prepararse el examen de conducir y el entrenamiento sobre todas las responsabilidades que conlleva a todos los niveles. ¿Y los usuarios de la bicicleta? Sí, hacer daño directamente es complicado, pero la irresponsabilidad de adentrarse en una carretera sin ningún tipo de conocimiento vial puede generar situaciones no precisamente positivas para favorecer la convivencia de vehículos a motor y bicicletas. ¿No? Al igual que la identificación de los conductores, pero no de los ciclistas, que al final una bici es también un medio de transporte.
No hablo en ningún caso de seguir con la sobrelegislación que sufrimos día tras día. Pero todos tendremos que estar lo mejor preparados que sea posible para enfrentarnos a una realidad: que la convivencia es complicada y compleja y que de que funcione de forma correcta puede depender una vida o la de sus familiares, tanto si eres ‘víctima’ como ‘verdugo’, voluntario o involuntario, entiendo que el 99% de los casos. Si pensamos que toda la responsabilidad tiene que recaer exclusivamente sobre los conductores, estamos cometiendo, además de una injusticia, una falta de miras impresionante. Los problemas se deberían solucionar entre todos, porque a todos nos afecta.
Escrito por Jorge Matesanz
Fotos: Federico Iglesia