Córdoba recibió al pelotón que procedía del Tour’98, aquel del ‘Caso Festina’, el abandono de los españoles, Marco Pantani de amarillo sentado en la carretera en plenos Alpes y Bjarne Riijs haciendo pasar por el aro a los grandes capos. El calor de los primeros estertores de septiembre daría pie a una de las primeras ediciones celebradas camino del otoño, todavía con los ciclistas acostumbrándose a su privilegiada situación en el calendario.
En la línea de salida estaría la flor y la nata del ciclismo español, es decir, el heredero del trono de Indurain, Abraham Olano, que arrastraba una larga cola de desencanto por sus fracasos en el Tour, y Fernando Escartín, que estaba comenzando a ser un escalador valiente y aguerrido que conectaba con la afición. Entre medias, José María Jiménez y Roberto Heras, las sensaciones de la edición anterior y que suponían un soplo de aire fresco. Esas dos duplas eran las favoritas a llevarse el maillot amarillo en Madrid, con los Festina alineando a Virenque y Zulle, la ONCE de Jalabert amenazando batalla y otros célebres como Bugno o Armstrong a los que nadie esperaba como actores de primer nivel.
Los velocistas tomaron el mando hasta el paso por Alicante, cuyo ascenso al Xorret de Catí estrenaría un concepto que la Vuelta a España explotaría tiempo después y sobre el que construiría mucho crecimiento: las grandes rampas. La etapa no acababa en la cima, sino tras unos kilómetros de descenso. ‘Chava’ Jiménez remachó el ataque de Lance Armstrong y se ganó en solitario su segunda etapa en el histórico de la Vuelta. Se vistió de amarillo, algo que no sucedía desde que su compañero Abraham Olano hiciese lo propio en Zaragoza tres años atrás. La crono de Alcudia pondría todo en su sitio, con el vasco en modo dominador y el escalador abulense cediendo la prenda a su compañero.
Hasta ahí todo bien, todo seguía el plan esperado. El favorito a la victoria, de líder. El recorrido, capado un tanto por la supresión del paso a Francia, era una perita en dulce para el de Anoeta, que en declaraciones de todos pasaba a ser el enemigo número uno de los equipos rivales. Lo que no sabía nadie aún era que también se iba a convertir en el principal rival de su propia escuadra.
Los Pirineos pusieron en pie de armas al Kelme, que clamaba venganza por la contrarreloj y lanzaba ataques en el leve Montaup. Camino de la estación de Pal, la ventaja era importante, pero insuficiente. En la recámara y a la espalda de los escaladores blanquiverdes había un imponente maillot del Banesto, José María Jiménez. A rueda, sin dar un relevo por respeto al líder. Un secante que frenaría a los atacantes, pero dejaba sin su ayuda a Olano. ‘Chava’ ganaba su segunda etapa en Andorra y refrendaba su papel de independiente de la escuadra bancaria. Cuadro similar el pintado camino de Cerler pueblo. Tercera victoria, segundos de pérdida para Abraham y todos aparentemente contentos.
Sin embargo, en el entorno e interior del maillot amarillo iban a crecer voces de desagrado por la peligrosa actitud de su compañero de equipo. Aún quedaba una contrarreloj en Fuenlabrada y la situación parecía más que controlada. Pero también quedaban llegadas en alto y etapas de montaña donde se iba a necesitar toda la fuerza posible por parte de su equipo. Y así fue. La etapa de las Lagunas de Neila fue bastante bien controlada por los coequipiers que hicieron gran parte del trabajo. Desde Beltrán a García Acosta. El jienense sería un seguro de vida para el vasco. En la parte dura, Olano se retorcía, gesto que era visto por el francés Laurent Jalabert para soltar latigazos.
Ataques que eran reprendidos por ‘Chava’. A raíz de un parón, fue precisamente Jiménez quien con una fuerza impresionante se marcharía en pos de su póker de victorias. Levantaría los brazos al cielo y se convertiría en un ídolo de masas. En el búnker del Banesto no iba a ser todo felicidad. El entorno del todavía líder, en especial su esposa Karmele, alarmó públicamente de la falta de apoyo a Abraham. Esto creó malestar en el seno del equipo y en la afición, que se dividió entre ‘chavistas’ y ‘olanistas’. Cada uno tenía una parte de razón.
La Sierra de Madrid iba a ser decisiva. Una primera etapa con Navacerrada y meta en Segovia permitiría la cuota de atención que merecía el Kelme y Roberto Heras. Empate técnico entre los mejores. Sería el último viernes, con una etapa realmente dura en lo climatológico, cuando se iba a ver ciclismo del bueno. Virenque en fuga por los puertos de Madrid, ‘Chava’ enganchado a un movimiento lejano de Zulle con Escartín y marchando Los Leones arriba con fuerza. Un movimiento que sólo fue neutralizado con la unión de todo el Banesto.
Cazados ellos, se llegó al final en Navacerrada por las Siete Revueltas con la general en un puño y el público en vilo, puesto que la etapa no se estaba viendo por televisión. En diferido o falso directo fuimos todos viendo que bajo el aguacero ‘Chava’ había distanciado a Olano y se había sumado a un ataque de Armstrong, Escartín y Zinchenko, que ganaría su tercera etapa en aquella edición. En la cima, el nuevo líder pasaría a ser el ciclista natural de El Barraco, Fernando Escartín subiría hasta la segunda plaza y Abraham sería tercero, con la crono de Fuenlabrada como juez final.
Así, la contrarreloj puso todo en su sitio y Olano ganó a la postre su única grande. Escartín subió al podio en segunda posición y Jiménez se conformó con la tercera, tras una contrarreloj como las que solía hacer el abulense: nefastas. Madrid regalaba una foto necesaria, con victoria española tras siete años de sequía. Etapas, protagonismo… Marca publicó aquello de ‘Toururú’, en alusión al ‘maltrato’ que sufrieron los equipos españoles por parte de la policía francesa.
Una Vuelta que será siempre recordada por dividir a un país, por vivir escenas de rivalidad dentro de un mismo equipo, algo que ha sido más común de lo que parece, como pueda ejemplificar el caso de Hinault y la subordinación de LeMond. O las rencillas entre Óscar Sevilla y Aitor González en el Angliru. O las guerras de Contador y el resto de tripulantes de su Astana, incluso durmiendo con su bicicleta en la habitación de hotel por miedo a sabotajes.
La tensión provocó que Olano abandonase la estructura de José Miguel Echávarri y Eusebio Unzué para firmar por la ONCE de Manolo Saiz. El cántabro no pudo tener nunca a Miguel Indurain, pero sí había logrado dirigir a su heredero, con el que que la sintonía sería absolutamente perfecta. Banesto fichó a Zulle en un movimiento bastante extraño por ser dos equipos con bastante rivalidad y haber sido el suizo uno de los símbolos del maillot de la ONCE.
Escrito por Jorge Matesanz
Foto de portada: CorVos/PezCyclingNews