Miguel Induráin venía de conseguir su segunda victoria consecutiva en el Giro de Italia, habiendo sufrido de lo lindo ante Piotr Ugrumov en la subida al Santuario de Oropa. Aún resonaban los ecos del Tour anterior, con la gesta de Chiapucci coleando en el recuerdo y la pájara final del corredor de Banesto tras ocho horas de etapa. La contienda se presentaba interesante, con un rival inédito y que también se presentaba en la salida de Puy du Fou como vencedor de una grande en 1993. Tony Rominger venía de sudar de lo lindo para derrotar a su compatriota Alex Zulle en la Vuelta a España.
En aquel momento, Rominger aún no se había medido con el Tour cara a cara. Llevaba dos victorias en la Vuelta cuando el verano de 1993 le iba a enfrentar al campeón de las dos ediciones anteriores. Induráin tenía tomada la medida a la carrera, se conocía a la perfección y tenía la mente puesta en las contrarrelojes que precedían a la montaña para marcar las distancias que después gestionaba como un maestro. Su sello personal que le había dado hasta la fecha tan buen resultado.
El navarro acudía a su cita con la historia arropado por ocho gladiadores que iban a dar el 200% por su victoria. Pedro Delgado repetía, ya pensado como un gregario de lujo más que como un segundo líder para el Banesto. Jean François Bernard y Gerard Rué pasaban a ser dos hombres fundamentales en la montaña del mismo modo que su lugarteniente Marino Alonso, un auténtico seguro de vida. José Ramón Uriarte, Julián Gorospe y Aitor Garmendia entraron en el nueve debido a la contrarreloj por equipos de 81 kilómetros en la que había que darlo todo, y ellos eran buenos rodadores.

Faltaba un nombre, que era el de Prudencio Induráin, el gran hermano de Miguel, que debutaba en el Tour de Francia, y completaba así la alineación del Banesto para el asalto al tercer Tour consecutivo, lo que les metería ya de lleno en la historia. Sólo Bobet, Anquetil y Merckx habían encadenado tres victorias y el español tenía a tiro darles alcance. Pero no iba a ser nada fácil porque los rivales ya preparaban la carrera intentando contraprogramar al dominador del ciclismo internacional del momento. Incluso la organización procuraba trabas en el camino para impedir un paseo del campeón de las dos ediciones anteriores.
Rominger iba a ser el gran rival, o eso parecía. El CLAS iba a formar con Federico Echave, Fernando Escartín, Iñaki Gastón, Arsenio González, Francisco Javier Mauleón, Jorg Müller, Abraham Olano y Jon Unzaga. En resumen, un auténtico equipazo. Por allí también estaban Gianni Bugno y Claudio Chiapucci, sus dos grandes rivales de antaño y que en esta ocasión iban a estar mucho más apagados. Ambos habían sucumbido ya ante Induráin en el Giro y no iban a dar el mismo nivel en este Tour. También estaba Zulle, Hampsten, Breukink, y otras viejas glorias que podrían entrar en pronóstico.
Lo cierto es que se hablaba del duelo Induráin – Rominger y poco más entraba en concurso. Iba a ser un conflicto de bloques, entre los dos ganadores de gran vuelta en 1993 que iban a dilucidar quién desempataba en su favor para ser el ciclista del año. Era la 80ª edición del Tour, una efeméride especial que recogía un recorrido ausente de grandes clásicos, pero con unos Alpes y unos Pirineos de aúpa, con etapas durísimas y un recorrido que dentro de ser un recorrido clásico, visitaba escenarios poco reconocidos en la gran prueba francesa.
La gran montaña esquivaba el gran Alpe d’Huez, si bien sí escalaban el Galibier y el Tourmalet. El Izoard o la enigmática Bonette regresaban al Tour. También se pisaban otros países como Andorra o brevemente España. Un trazado atípico que entremezclaba clásicos con puertos dejados en el olvido. Las cronos sumaban 194,8 kilómetros, con 81 en formato colectivo y 113,8 individual. El prólogo ya iba a suponer un primer aviso de Induráin, quien resistiría el maillot amarillo que lució durante él. Obtuvo una ventaja notable sobre Zulle (8″), Bugno (11″) y Rominger (14″). El primer zarpazo había sido suyo, había volado sobre los menos de siete kilómetros a una velocidad cercana a los 50 km/h.

La primera etapa en línea, que se celebró entre Luçon y Les Sables d’Olone, sirvió a Miguel para ampliar en 4″ más su ventaja gracias a una bonificación donde cogió al resto de favoritos fuera de juego. El líder de Banesto había comenzado enchufadísimo el Tour y pese a que las distancias todavía eran testimoniales, la diferencia simbólica sí que comenzaba a ser importante. Dos etapas y dos zarpazos más psicológicos que reales. La concentración siempre fue una de las mayores virtudes de Induráin, lo que le permitió aprovechar cada ocasión para batir a rivales que de lo contrario se hubiesen podido crecer.
Mientras Cipollini, Nelissen y Abdoujaparov se repartían las tres primeras victorias al sprint, llegaba la teóricamente decisiva crono por equipos de Avranches. Eran 81 kilómetros, el conjunto ganador fue el GB-MG de Cipollini, Museeuw o Zenon Jaskula, del que todavía no se hablaba en clave de candidatable al podio final de París. El ciclista polaco aún no había sido capaz si quiera de finalizar un Tour, retirándose en 1992 en la 12ª etapa. Fue décimo en el Giro de ese año, con buen desempeño en la contrarreloj. Nadie tras aquella crono relacionó conceptos ni podía esperar las prestaciones que después mostraría en montaña.
Su equipo superó por cuatro minutos la hora y media, obteniendo ventajas interesantes sobre el Carrera de Chiapucci (47″), el Banesto (1’22”) o el Gatorade (1’34”), pero la crono iba a permitir dos lecturas más, y es el poderío de la ONCE en la disciplina, ya que ocuparon la segunda plaza a escasos cinco segundos, y el botín que de nuevo obtenía Induráin sobre casi todos sus rivales. El más preocupante, Rominger, cedía más de tres minutos con los ganadores del día, 1’44” con el gigantón navarro. El suizo estaba ya a tres minutos. Una situación ideal para el español y su equipo, quienes tenían el margen que siempre desearon para administrar los esfuerzos de forma conveniente.
El maillot amarillo fue bailando entre las manos de diferentes corredores del GB-MG. Nelissen, Cipollini y Museeuw, quien llegó a la decisiva crono de Lac de Madine con el maillot amarillo a sus espaldas. 59 kilómetros diseñados para que el dorsal número uno tuviese una ocasión ideal de sentenciar medio Tour. Y lo hizo, vaya si lo hizo. Ganó la etapa con un tiempo de 1h12’50”. Esfuerzo largo y magnífico que no tuvo respuesta. Bugno fue segundo, a más de dos minutos. Rominger cedió 2’42” y ya acumulaba un retraso en la general de 5’44”. Demasiado tiempo para ser ya un aspirante, aunque conociendo el carácter ganador del suizo, se sabía que no habría dicho su última palabra.
Sin descanso llegaban los Alpes. Dos etapas, a cada cual más dura. Desde Villard de Lans, que le traería buenos recuerdos a Pedro Delgado, hasta Serre Chevalier, con tres puertos puntuables por el camino como el Glandon, el Telegraphe y el Galibier, a más de 2600 metros de altitud y desde cuya cima esperaban unos 25 kilómetros de descenso. En la subida al Telegraphe se seleccionó el grupo de los favoritos a ritmo de Banesto para que en el Galibier comenzase un pelotón de los mejores con apenas veinte integrantes.
Zenon Jaskula y Tony Rominger buscaron moverse desde las primeras rampas. Induráin fue sobreviviendo con soltura a esas aceleraciones hasta que en cabeza simplemente se quedaron el propio maillot amarillo, el suizo y el colombiano Álvaro Mejía, quien enganchó desde atrás mostrando una fuerza impresionante. Jaskula, Hampsten, Zulle, Bugno, Chiapucci… todos quedaban fuera del alcance de Induráin. Rominger ganaba la etapa en sprint con el colombiano, metiéndose en la lucha por el podio. Rominger saltaba muchas posiciones en la general y ya avistaba las plazas de podio. Induráin había forzado en la bajada y habían ampliado diferencias.
Llegaba la etapa reina. Desde Serre Chevalier hasta Isola 2000 nada menos que 263 kilómetros con cuatro puertos, todos ellos por encima de los 2000 metros de altitud. Izoard, un mito del Tour, Vars, la Bonette, el puerto de paso más elevado de Europa, y el final en la estación de esquí. Rominger fue muy agresivo en el último puerto, con Induráin siempre a rueda. Jaskula buscó una aceleración en el último kilómetro, remachado por el del CLAS e Induráin, quienes se jugaron la etapa, con victoria para el suizo. Era la primera vez que un ciclista se llevaba dos etapas consecutivas en los Alpes.
Mejía ascendía a la segunda plaza de la general, con Jaskula y Rominger justo detrás. Induráin observaba la batalla con tranquilidad, a sabiendas de que si no cometía ningún error, el tercer Tour consecutivo iba a convertirse en una realidad. Llegaba la icónica etapa de Marsella con la agónica victoria de Fabio Roscioli, ese peleón incombustible. Después del éxito de dos clásicos como Olaf Ludwig y Pascal Lino era el turno de los Pirineos con tres etapas de gran dureza. El calor apretaba en la llegada a Pal, en Andorra. Oliverio Rincón conseguía su etapa y los favoritos terminaban en tablas, con los mejores llegando de la mano. Nueve puertos y un día más o menos tranquilo para los Banesto.
Se pasaba por España en la ya 16ª etapa. Se partía del país andorrano con destino Saint Lary Soulan y la dura ascensión a Pla d’Adet. Cantó, Bonaigua, Portillón, Peyresourde, Val Louron por el camino. Lo intentó Rominger con todas sus fuerzas en la subida final con la ayuda de un potentísimo CLAS. Induráin se soldó a su rueda sin aparente problema. Jaskula les dio alcance y un error en la elección del desarrollo con el que afrontar el sprint final le dio la victoria sobre el suizo, teóricamente más rápido. Induráin observó la llegada desde tres segundos más atrás.
Restaba una etapa de montaña. Era la menos evidente, con los puertos bien alejados de la meta de Pau. Tourmalet y Aubisque, ascendido por la cara del Soulor, iban a servir como escenario de las últimas batallas cuesta arriba. No se esperaba mucho más que una escapada y quizá algún escarceo entre los mejores en alguno de los puertos, sin mayor consecuencia. Y es cierto que no las tuvo, pero el movimiento de Rominger en el Tourmalet fue excelente. Ataque muy duro en el ascenso que hizo al líder del CLAS coronar con casi un minuto de ventaja sobre el maillot amarillo. Junto a Jaskula, que era el teórico segundo clasificado entonces.
En el peligroso descenso, un especialista en la bajada como Rominger dejó al polaco y se marchó en busca de la machada. Bajó espléndidamente bien, con la cámara de France 1 a la espalda. Mediado el descenso se ve aparecer una sombra por su lado derecho. La mirada atrás de Rominger con la figura de Miguel Induráin ya acoplado a su rueda es uno de los momentos históricos de la carrera de Miguelón, quien bajó “a todo lo que daba la bicicleta”, en sus propias palabras al finalizar la etapa. Un episodio que hablaba de las cualidades en ese terreno del navarro, también de cómo consiguió salvar un momento crítico.
Claudio Chiapucci ganaría aquella etapa, vengándose de todos aquellos que le daban por acabado. Y desde ahí ya sólo los sprints de Abdoujaparov, quien sentenciaba así su victoria en el maillot de la regularidad, y la última batalla del duelo Rominger vs Induráin, la contrarreloj de Montlhéry. El maillot amarillo, según cuenta la leyenda, se encontraba en mal estado de salud. Fiebre que habían ocultado en el staff de Banesto para que sus rivales no aprovechasen la circunstancia. En eso era un auténtico maestro Induráin y nadie conoció la realidad hasta que el Tour estaba más que asegurado.
La contrarreloj fue a parar a manos de Rominger, quien firmaba así un gran Tour con su tercer triunfo de etapa y el maillot de la montaña. 42″ sobre el español y 1’48” sobre Jaskula, su gran rival por la segunda plaza. Los tres completarían el podio final de París, con el triple vencedor en cabeza, Rominger segundo y el polaco en tercero. Una gran batalla entre dos titanes del ciclismo de los 90 que tuvo durante horas a millones de espectadores enganchados al televisor durante aquel caluroso verano de 1993. 30 años han pasado ya desde aquel memorable duelo.
Escrito por Jorge Matesanz
Foto de portada: RTVE // Interiores: Sirotti