Historia

Indurain y el susto de Oropa’93

Miguel se presentó en aquella salida de Porto Azzurro (¿hay mejor nombre para una salida de etapa del Giro?) como vencedor del primer doblete desde Stephen Roche. El irlandés lo logró en 1987, imponiéndose a la pléyade de italianos que intentaron incluso desde su equipo derribar sus opciones. En la Marmolada parecía que incluso los tiffosi le iban a agredir. Hubo mucha tensión. 

Indurain era más afable, más querido. Las victorias en Giro y Tour que cosechó en 1992 le habían elevado a los altares del ciclismo. El recorrido de la corsa italiana de 1993 era bastante favorable al español, con dos contrarrelojes largas y un prólogo para hacer diferencias. A excepción de los Dolomitas, que sí tenían alguna etapa dura, el resto eran llegadas en alto donde poco tiempo iban a restarle los escaladores. 

En la primera de ellas el navarro cogió el rosa. Bruno Leali se lo arrebató al día siguiente, agarrado a una fuga. Hubo que esperar a la etapa dolomítica que recorría gran parte del ‘Círculo Sella’, con mucha altitud, no excesiva dureza y el Pordoi como Cima Coppi. Miguel la pasó en cabeza, por estar en disputa con Chiappucci, que alzó los brazos en Corvara. El italiano vio pronto que no iba a ser rival para el de Banesto. Las contrarrelojes le dejaban muy lejos del primer puesto. 

La supercronoescalada a Sestrieres, de 55 kilómetros, lanzó las opciones de Indurain, que a tres días del final se podía decir había sentenciado el Giro por completo. Sin embargo, restaba una única jornada, con meta en el Santuario de Oropa. Una etapa que no escondía una gran dureza ni ningún puerto (incluido el de meta) con una dureza desgarradora. En cambio, fue una etapa decisiva porque lo inesperado tuvo lugar. 

Ghirotto se llevó la etapa, pero lo importante iba a estar por detrás. Otro de los rivales de Indurain, el letón Piotr Ugrumov, iba a forzar la máquina hasta hacer a la maglia rosa sufrir primero y hundirse después. Por suerte para Indurain, el puerto no es ninguna locura en cuanto a lo altimétrico. Los segundos se hicieron kilómetros, cada metro costaba. Un país entero sufrió con él. Finalmente, un minuto bastó para retener el liderato y poder ganar un Giro que, sin saberlo en ese momento, sería el último de su carrera y el segundo a su vez para el casillero español, que no había logrado victoria alguna en la general hasta que el navarro lo lograse en 1992. 

Un Ugrumov que intentaría el asalto al Tour un año más tarde y que también puso en aprietos a Indurain, con mucho más margen. Ésa era su carrera, la de Indurain y no iba a permitir que ningún intruso le quitase lo que era suyo: un pedazo de la historia de los cinco Tours. Ugrumov fue un gran oponente, sobre todo en los Alpes, donde incluso le birló la última cronoescalada. Y eso es mucho cantar. 

Escrito por Lucrecio Sánchez
Foto:  Sirotti

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