El Tour de Francia de 2020 fue etiquetado por muchos como el del cambio de ciclo. Los neerlandeses del Jumbo-Visma habían configurado una plantilla de ensueño para poder contestar el apisonador dominio de Sky/Ineos en la ronda gala. Los más optimistas veían el duelo como la gran llamada al espectáculo, la oportunidad de un plebiscito que anulara trenecitos y dominios tiránicos. Sin embargo, en cuanto a espectacularidad el resultado fue más que decepcionante. Por primera vez el Imperio flaqueaba, pero la alternativa parecía ser una copia con mucha calidad, pero cierta inexperiencia a la hora de refrendar el dominio en la carretera. No en vano, tuvo que llegar el contestón Pogaçar para reventarlo todo en la Planche de Belles Filles y hacer patente que el mero control no sirve ante la nueva generación ciclista.
El pasado año había sido el de la confirmación de Primoz Roglic como el mejor ciclista del mundo, y la de un equipo que tenía en Wout Van Aert un seguro para las clásicas y un sueño para las grandes vueltas. Para Ineos, pese a llevarse el Giro y tener cerca la Vuelta, había sido el año de las dudas de Egan Bernal, las lesiones de sus líderes, la mala suerte de Geraint Thomas… Por primera vez en mucho tiempo la apisonadora no aplastaba y gregarios como Ganna o Dennis parecían por encima de los teóricos jefes de filas.
Los británicos le han dado la vuelta a la tortilla una vez más en este 2021. A base de talonario, cómo no, fichando a más y más corredores top mundiales, como Adam Yates, Daniel Felipe Martínez o el comeback de Richie Porte. Pero también en su manera de afrontar las carreras. El hambre de triunfo parece haberse instaurado en el equipo “grenadero”. No solo valen las generales, no solo vale mirar hacia el Tour. Es el año en el que se ven nuevos planteamientos, estrategias ambiciosas para triunfos parciales y para asentar generales. Con su enorme plantilla, el trenecito nunca se deja de lado, pero se llegan a hacer abanicos en montaña en el Giro o movimientos para sorprender y romper sprints como en la victoria de etapa de Thomas en la reciente Dauphiné. Resultado: contestarle el número uno en el ranking de victorias del año al espectacular Deceuninck de Lefevere, alcanzando actualmente las veintiséis victorias con doce corredores distintos.
Sin embargo, las “avispas mecánicas” parecen estar tomando el camino contrario. A excepción de las exhibiciones habituales de Van Aert y Roglic en la primavera y los chispazos de luz del danés Vingegaard, el resto tiene todo un tono más bien gris. Con Dumoulin en pleno regreso de su pausa de reflexión, Bennet y Kruijswijk lejos de su nivel, Groenewegen volviendo del ostracismo o Kuss sin acabar de saber convertirse en líder, llevan sin victorias desde abril, curiosamente en la polémica foto finsh de la Amstel. Justo desde que Van Aert y Roglic se han apartado de la primera línea de competición para enfocarse en sus grandes objetivos. El balance actual es de catorce triunfos repartidos entre solo cuatro ciclistas (y solo entre tres si descontamos el nacional neozelandés de Bennett).
A veces, si no fuera porque el potencial de la plantilla de unos arrasa ante el de los otros, podría parecer que se está produciendo un intercambio de roles en la manera de acercarse al Tour de Francia. ¿Servirá para que este año la Guerra Fría entre ambas potencias estalle en un castillo de fuegos de artificio y ataques imposibles en las carreteras del Hexágono? Sinceramente, lo dudo. Pero ya saben, soñar es gratis; ya se encargará la carretera de despertarnos (o de volver a dormirnos).
Escrito por Víctor Díaz Gavito (@VictorGavito)
Foto: @ACampoPhoto