Historia Carreras

Jai Hindley, Tao y el duelo del Stelvio

Como es habitual en el ciclismo, sólo gana uno. El resto, pierde. O gana menos. Ésa es la sutil, pero importante diferencia entre llegar primero o segundo, entre intentarlo y conseguirlo, entre pensarlo y ponerlo en práctica. Ganar una gran vuelta, además, te eleva a unos altares de los que el paso del tiempo jamás podrá hacerte bajar. Efemérides, recuerdos, leyenda al fin y al cabo. Así será recordado el Giro de Tao, el que se celebró en año de pandemia, cuando un terremoto sacudió al planeta entero y la población se encerró en sus casas. Todo pasó a un segundo plano. Todo menos la salud. Y la vida. Y la muerte. 

El ciclismo se rehízo, deshaciendo sus frases hechas y adaptando su rígida estructura al momento, por pura supervivencia. Con éxito, las carreras imprescindibles tuvieron lugar, se volvió a hablar de batallas ciclistas, de ataques, de clasificaciones. Sirvió para distraer a tanta gente que, eso sí, anhela el mundo tal como era antes. Cunetas cuasi vacías. Hogares llenos de nostalgia. Así llegó el Giro de octubre. 

Las restricciones de la propia pandemia produjeron escenas extrañas. Llegadas en alto sin apenas público, ciclistas ilustres abandonando la carrera que durante tanto tiempo habían preparado por positivos en sus equipos, aunque esta vez nada que ver con vampiros y actuaciones de ciencia ficción. Un buen cartel quedó en una historia que contar. Dos ciclistas que llegaron para trabajar para sus líderes se encontraron ya avanzada la carrera como el duelo inesperado que nadie hubiese imaginado. 

De un lado, el joven aussie Hindley, un liviano escalador de 60 kg. Del otro, una vieja promesa del ciclismo británico, Tao Geoghegan Hart, escudero reconvertido del Ineos, estructura del extinto Sky. El holandés Kelderman soñaba con aprovechar la oportunidad de su vida de hacerse un hueco en la historia. El Stelvio y la realidad se aliaron para que eso no fuese así. Su Majestad puso a cada uno en su sitio y separó a los fuertes de los débiles, a los valientes de los cobardes, a los que van a buscar su destino de los que esperan que el destino les encuentre primero. Que cada uno clasifique en cada categoría a quien considere. La vida regular ofrece pocos sobresaltos. Ninguna gran batalla, ninguna gran derrota. Moderación, buen contrato, buena profesión. 

El resultado es bien conocido. Rohan ‘Martín’ Dennis escaló el Stelvio cual pluma. Tao se agarraba a su rueda como quien se agarra a un bote salvavidas en pleno océano. Hindley peleaba con su maillot esperando mejores oportunidades. Su jefe de filas languidecía por detrás, luchando de forma interior, la peor lucha que se puede tener en una subida así. En esas dobles estrategias de no apostar por nadie para no dejar a nadie rezagado se perdió la apuesta. Segundo y tercero en Milán, tras una crono en la que sólo le sobraron 39″ al australiano ahora en Team DSM. Una distancia que habrá recorrido Jai de forma mental por las rampas de un Stelvio en el que no pudo, no quiso, no se atrevió a jugarse el todo por el todo, a pasar a la leyenda como lo que es y va a ser: un gran corredor. 

Quizá de haber buscado el todo se hubiese quedado sin nada. A los aficionados les gustan ese tipo de personajes novelescos que, además, con el talento que ha demostrado Hindley, iban a reflotar más tarde o más temprano. Un riesgo que marca la diferencia entre la memoria y el olvido. Nadie se acordará de ese día. Quizá João Almeida, que asumió la responsabilidad en persona, sin dejar que sus coequipiers arroparan a la maglia rosa. Honroso. Esperar para el ataque al puerto final y hacerlo tímidamente no constituye leyendas. Lo mejor, que hay muchos años por delante para poner en práctica los aprendizajes. Lo peor, que las ocasiones perdidas casi nunca retornan. Casi. 

Escrito por: Lucrecio Sánchez (@Lucre_Sanchez)
Foto: Sirotti

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