Historia

Jesús Montoya y la curiosa historia del Tourmalet

30 años cumple la Vuelta España 1992. Jesús Montoya, su gran protagonista, vivió su mes grande, el que ha tenido más repercusión en el total de su carrera y el que le lanzó a la gran fama. Nunca fue un ciclista ganador, aunque cerró su trayectoria con diez triunfos, nada mal para un escalador que dedicó parte de su carrera al trabajo para grandes líderes. Ha pasado por varios de los mejores conjuntos de la historia del ciclismo español, como el KAS, en el que debutó como profesional en 1987, en el Teka cántabro, en el Seguros Amaya de Javier Mínguez o en el Banesto de Miguel Induráin.

Junto al navarro sufrió el durísimo Giro de Italia 1994, en el que el cinco veces ganador del Tour y dos del Giro sufrió una dura derrota ante Berzin y Pantani, dos jóvenes valores que revolucionaron, cada uno a su manera, el ciclismo. Montoya fue fichado con este fin, de ayudar a Induráin en esas etapas de montaña en la que el campeón español encontraba más soledad que compañeros de equipo. Era un fichaje muy bueno, aunque después no saliese como se esperaba, porque fue uno de los grandes rivales de Pedro Delgado en la Vuelta a España 1992. Una edición eminentemente montañosa que se esperaba resolver en un duelo entre españoles.

No fue así y finalmente se inmiscuyó un suizo que a la postre comenzaría ahí un reinado de tres ediciones consecutivas. Estaban en la línea de salida ilustres campeones de la Vuelta como Giovanetti o el propio Delgado. Unos Pirineos que incluían por primera vez una etapa en el lado francés iban a ser un añadido a las clásicas cimas de Asturias o las sierras de Gredos y de Madrid. Un trazado salpicado también con contrarreloj, si bien el murciano se defendía bien para ser un menudo y ligero escalador.

Jesús Montoya escala el Passo del Bocco en el Giro de Italia de 1994 © Sirotti

El arranque en Jerez de la Frontera dio pie a una semana de sprints y cronos. La primera crono individual larga fue para Erik Breukink, un ilustre a sumar a los Abdoujaparov y Van Poppel que estaban tiranizando las victorias de esos primeros días. En Oropesa del Mar, a las orillas del Mediterráneo, se vistió de amarillo el corredor de Cabezo de Torres, en Murcia. Ciertamente una sorpresa en el equipo de Cubino, aunque Montoya no era para nada un desconocido. Ya ganó la etapa de Destilerías DYC en 1991 y se postulaba como un candidato a hacer una buena general esta vez.

Finalmente se acabó transformando en un auténtico candidato a ganar la Vuelta. Doce días estuvo como líder, en cimas como Pla de Beret, Luz Ardiden, Lagos, Naranco, etc. En todas ellas se le vio en cuanto menos igualdad de condiciones con respecto a sus contrincantes. Es más, la nota curiosa y recordada de aquella edición no fue la contrarreloj de Fuenlabrada, donde el suizo Rominger le arrebató el amarillo el ciclista del Amaya, sino la etapa francesa, que entre la niebla cruzaba la cima del Col du Tourmalet.

Mínguez fue muy claro en la instrucción: a rueda de Perico, pase lo que pase. Un juego de gato y ratón que fue aprovechado por Laudelino Cubino para sumar una victoria más en su cima fetiche, ahora en una tercera carrera diferente, estableciendo un auténtico y curioso récord. En el Tourmalet, Delgado sentía la sombra del murciano Montoya, que no se despegaba de su rueda. Ni en el ataque ni en el grupo… ni descolgándose. Llegando a poner pie a tierra en la cima del Tourmalet con el pupilo de Mínguez a rueda.

Finalmente aquel marcaje entre ambos permitió que Rominger fuese sobreviviendo pese a sus problemas de rodilla que casi le empujaron al abandono, recuperando tiempo y afilando el cuchillo para en la contrarreloj del penúltimo día hincarle el diente a su primera victoria en la Vuelta de las tres que terminaría firmando. Un ciclista que venía pisando fuerte, pero no en las grandes vueltas, donde sus resultados, lejos de victorias de etapa, habían sido discretos.

En cuanto a Jesús, volvió a la Vuelta en 1993 y se enfrentó a los suizos, dos duros rivales como el propio Rominger y Alex Zulle. Ganó en Alto Campoo, pero no fue capaz de pasar del quinto puesto. Esta vez sí, su compañero Cubino completó el podio final en Santiago de Compostela, donde terminaba aquella edición. Después de su etapa en Banesto pasaría un año en el Motorola americano. Un año que le sirvió como nota exótica para despedirse del ciclismo desde un maillot absolutamente mítico y recordado. Que no lució demasiado por vestir en su lugar el de campeón de España.

Escrito por Lucrecio Sánchez

Foto de portada: Sirotti

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