El 1 de julio del pasado verano, el ciclista danés comenzaba la carrera más especial que iba a afrontar como profesional. Un Tour de Francia que partía desde su Dinamarca natal y en el que se presentaba junto a sus compañero Primoz Roglic cómo el principal aspirante para acabar con el reinado de Tadej Pogačar. Veintitrés días después y tras dejarnos una batalla que ya forma parte de la historia de este deporte, acabaría subiendo al primer escalón del podio de París. Había cumplido el sueño al que tantos jóvenes ciclistas aspiran, pero que muy pocos logran. Era un héroe nacional y cuando aterrizó en el país escandinavo fue recibido como tal. Llegó escoltado por dos imponentes cazas y una vez tocó tierra comenzó su desfile triunfal. La gente llenaba las calles de una Copenhague abarrotada que coreaba el nombre de un chico que en cuestión de muy pocos años había pasado de trabajar en una pescadería a colocarse en la cúspide del ciclismo mundial.

Precisamente sobre eso pensaría Jonas cuando después de semejantes festejos se acomodó en el silencio de su casa y comenzó a asimilar todo lo sucedido. Algo realmente difícil de digerir y más en un periodo tan corto de tiempo. Porque para preparar una carrera de estas características hay que ser muy fuerte, tanto física cómo mentalmente, ya que no es fácil saber aguantar la presión, así como los elogios y las críticas del exterior. Por todo ello, el danés terminó por estallar. La máxima exigencia del Tour y las celebraciones posteriores le dejaron exhausto. Así que decidió aislarse y parar completamente para poder volver con más fuerza en la parte final de la temporada. Algo que por el momento parece que ha conseguido. Veremos qué es capaz de hacer en la última gran clásica, el Giro de Lombardía.
Independiente de lo que suceda, el objetivo de Jonas está cumplido, por ello dicha situación nos abre una nueva incógnita que solo con la ayuda del tiempo podremos resolver. ¿Planteará las próximas temporadas con el único fin de lograr el Tour? Algo que ya hizo Lance Armstrong durante su periodo de hegemonía y que le daba muy buenos resultados (independientemente de lo que sucedió después). Si lo vemos desde la perspectiva del ciclista, es algo completamente respetable ya que preparar la clasificación general de una vuelta de tres semanas no incluye únicamente el hecho de correr durante esos veintiún días (que ya es decir). Sino que también implica varios meses de duro trabajo y disciplina, además de largas estancias lejos de la familia, para que luego todo el trabajo se te pueda ir por la borda como consecuencia de una caída o una avería en un mal momento.

Por ello, a pesar de que físicamente sí que sea posible, mentalmente es realmente complicado, ya que hay que tener una gran madurez para saber resetear y volver a empezar de cero en un periodo de uno o dos meses. Sobre todo si no se consigue el objetivo. En este contexto, tenemos que poner en valor participaciones cómo las de Chris Froome, quién a pesar de ganar el Tour un año tras otro, siempre venía a pelear la Vuelta como si fuera su principal objetivo. O la de Primoz Roglic en 2020, quién después de perder el Tour de Francia en la penúltima etapa, supo rehacerse para tan solo un mes después acabar subiendo a lo más alto del podio de Madrid.
Desde el punto de vista de los organizadores y del espectador, es normal que no guste esa manera centrar tu temporada en una grande. Por ello una buena solución para el ciclista danés podría ser prepararse a conciencia el Tour y después acudir a La Vuelta, no en su mejor estado de forma, pero sí en uno óptimo que le permita ir metiéndose en carrera poco a poco y quién sabe si acabar disputando la general. En definitiva, correr una segunda grande no tiene por qué ser algo que vaya en detrimento del ciclista, ya que quién sabe lo que te puede deparar la carrera, sino tan solo hay que fijarse en lo que lograron Simon Yates y Nairo Quintana en la Vuelta de 2016 y 2018.
Escrito por Sergio Quintana
Fotos: ASO / Ballet / López