Si bien el ciclismo de hace años hacía sufrir a los ciclistas por la gran exigencia que conllevaban las contrarrelojes, como hemos comentado unas mil veces, el ciclismo de hoy no sólo las desprecia sino que lucha contra ellas como si fuesen las culpables de la falta de tino de los organizadores y ciclistas a la hora de producir espectáculo y permitir que tanta y tanta gente se haya bajado del carro. Se está perdiendo esos actos de presentación de las bicicletas de los equipos, esos actos donde sólo ellas eran las protagonistas y había multitud de personas trabajando para que el ciclista mejorase en un segundo por kilómetro en este tipo de etapas cronometradas.
El siglo XXI, donde precisamente más tecnología aerodinámica existe, va a ser la época en la que se termine de enterrar una disciplina muy plástica y bella, con un claro componente estético y técnico. Una fuente de selección entre los buenos ciclistas y los mediocres que ahora, al desaparecer, permite que muchos ciclistas mediocres se sumen a la fiesta. La cantidad a veces no trae la calidad. Como tampoco trae en ocasiones mejores espectáculos en la montaña. La imagen de tipos escuálidos retorcidos sobre sí mismos y desparramados por su bicicleta tampoco es una imagen muy digna de ver, si bien del circo y la épica de laboratorio se intenta vivir.

Ese ciclismo de elegancia, de porte, posición y plasticidad se está dejando en el olvido. Esas bicicletas especiales, con materiales únicos. Esa carrera constante por subir a la luna, guerra al final entre un fabricante y otro, con muchas piezas, milímetros y miligramos que pueden marcar la diferencia. De esa manera, con auténticos mitos como la ‘Espada’ de Induráin, una especie de Escálibur con ruedas, las cronos fueron teniendo su peso. Los escaladores que tenían que pasar el corte lo hubiesen pasado igual, como Pedro Delgado o Marco Pantani, quizá los dos últimos grandes escaladores que se impusieron en grandes plagadas de kilómetros contra el crono.
Sin ellas no estaríamos hablando de la época de Boardman, que jamás hubiese sido nadie en el ciclismo en carretera. O de David Millar y sus revolucionarios cascos, gafas y materiales. Con ellas podríamos haber visto a Dumoulin haber atentado en más ocasiones contra el poder establecido. O haber limpiado de un plumazo a múltiples corredores que jamás debieron haber aspirado a subirse al podio de una grande. Así de claro. Por eso la victoria de algún pajarito de menos de 60 kilos se aplaudía y recibía con optimismo. Ahora da igual, ya de tanto escalador en puestos altos, las hazañas de los mismos llaman poco la atención.

Se agarran los organizadores a una falsa creencia de que los escaladores son más espectaculares para el espectador. Sin embargo, éstos casi nunca atacan o arriesgan, precisamente porque tienen mucho que perder. Cuando no lo tenían porque era atacar o morir, vaya si lo hacían. Esas guerras de marionetas que los organizadores pretenden establecer cada año son el gran enemigo de la inspiración y de la atracción de muchos potenciales espectadores al ciclismo. La crono, al menos, era espectacular en sus preparativos, generaba expectación, y nunca defraudaba. No se veía a los ciclistas a medio gas, sino que del primero al último con intereses en hacerlo bien, daban el 100% de principio a fin por llegar cuanto antes a meta.
Además de haber perdido a talentos como Anquetil o Induráin, qué hubiese sido del ciclismo francés sin los mitos de LeMond o Pinot. Uno sin aquella mítica imagen de París o el otro ganando algún Tour. Dos polos de una misma moneda. Cuando el ciclismo era mucho más seguido que ahora, lo era dentro de un paradigma donde había cronos de verdad. No serán ellas el problema para haber perdido el ciclismo de grandes vueltas su gran poder de difusión. La Fórmula 1 ha sido y es un espectáculo por la competitividad entre una escudería y la de al lado por conseguir el bólido más rápido. Estudios, cronos, segundos, el detalle marcando la diferencia. En ciclismo eso pasó a mejor vida. Modas absurdas que traen más frustración que nostalgia.
Escrito por Lucrecio Sánchez
Foto de portada: ASO / Broadway