Las vueltas de tres semanas divagan en un océano de etapas que viven entre el complejo y la falta de claridad en sus propósitos. La atención al ciclismo se resiente debido a mil factores y los grandes organizadores, que son dos, buscan sin descanso una fórmula para paliar los efectos del nuevo mundo, adaptarse a los tiempos, pese a que no sólo no termina de llegar, sino que cada vez parece más alejada. Hablábamos del Tour de Francia como una seña de identidad del ciclismo, pero es que el Tour de Francia de hoy nada tiene que ver con la carrera que nos enganchó en los 80, los 90 y los 2000. Esa peligrosa y arriesgada mutación contrasta con la tradición, con la posición de poder y de dominancia que siempre ha tenido entre aficionados, equipos y ciclistas.
El Tour ha tenido y tiene mucha suerte por la filosofía ‘tourcentrista’ que están aplicando Tadej Pogačar y Jonas Vingegaard, a los que no se pasa por la cabeza renunciar a estar al 100% en cada edición. Ello conlleva sacrificios antes del Tour (Giro) y después (Vuelta), que, si nada cambia y mantienen ese nivel tan superior a los demás, quedarán como un resquicio para los demás líderes de soñar mínimamente con algo de gloria en este tipo de carreras. También han tenido suerte de cómo se ha presentado el Tour. Dos campeones a los que solo valía la victoria. Si llega a repetirse el habitual dominio de uno de ellos, la competición termina el día 7 de 21.
Y a seguir buscando fórmulas para impedir que algo que es natural e inevitable deje de suceder. Algo que en propias palabras de esos mismos organizadores depende más de los ciclistas que del recorrido, algo en lo que en cierto modo pueden tener razón. Pero entonces, ¿por qué tanta obsesión con comprimir el recorrido? Muchas de las etapas que diseñan entre el mantra de que se debe evitar que sea decisiva antes de tiempo ya podrían decidir la carrera, porque al final con un mínimo de dureza se puede dar pie a que un ciclista se imponga desde el primer día y el pescado quede vendido durante 20 días. Al final que eso suceda o no depende más de la superioridad que un ciclista tenga sobre el resto. El ejemplo más claro es la edición de la Vuelta a España de 2007, aquel polémico y criticable recorrido.

Denis Menchov sentenció la carrera en la primera contrarreloj, que se disputó por autopista entre Cariñena y Zaragoza. El más fuerte estaba en cabeza con una distancia no insalvable, sino que visto el recorrido, falto de etapas donde intentar arañar algo más que unos segundos, era imposible darle la vuelta. Si hubiese sido un minuto en lugar de dos o tres minutos, la empresa hubiese sido harto complicada igualmente vista la fortaleza del ruso, algo con lo que se contaba de partida. Un despropósito que acabó con un análisis todavía mejor: la culpa es de la contrarreloj, que desde entonces comenzó a perder peso en una carrera que después han ido imitando las otras dos grandes.
Por el camino, excusas y demagogias que en realidad es oportunismo puro y duro. “Hacemos esta etapa para homenajear a”, cuando en realidad simplemente ha coincidido y, aprovechando que se pasaba por allí, lo vendemos como un ideal que no es real. Si el Tour se llevaba la palma en lo primero, el Giro se lo lleva en lo segundo. La Vuelta directamente no plantea esos homenajes, perdiendo ocasiones únicas de generar historia. ¿Se llegará a los Lagos de Covadonga en su 40 aniversario? ¿Se homenajeará la efeméride de aquella Vuelta de Hinault de alguna manera? Habitualmente no ha sido así. Siendo el francés alguien importante para el mundo ASO, a quien la Vuelta, no nos olvidemos, pertenece, tal vez sea diferente.
Recuerdo unas palabras de Enrique Franco al frente de la carrera. Corría el año 2003 y la Vuelta atravesaba la frontera con Francia para celebrar allí dos etapas, una con meta en Cauterets pasando el Aubisque y otra con salida en el país vecino para regresar con destino Pla de Beret. Se vendió como un homenaje al centenario del Tour. Como con el cerdo, todo se aprovecha. En aquellos días la Vuelta no era propiedad de la empresa organizadora del Tour, todo sea dicho. Con lo cual, no había necesidad alguna de realizar ningún homenaje. ASO tampoco creo que lo hubiese echado en falta. Ni la afición francesa. No me la imagino manifestándose pancarta en mano por las calles de París, la verdad.

La idea es que todo se decida al final, como en las películas. El ciclismo es impredecible y ese aspecto es algo que lo hace maravilloso. Por muchas normas que los dos extremos de ese pensamiento ‘recorridista’ quieran aplicar, la realidad año tras año demuestra que es muy difícil, por no decir imposible, controlar las circunstancias de carrera en uno u otro sentido: para que se ataquen y se decida la carrera en un punto como para que no pase nada hasta el punto que a mí me apetece resaltar. Como eso es así, lo que un organizador de gran vuelta debería diseñar, en mi opinión, es un compendio de etapas atractivas, interesantes para el telespectador y para el ciclista que quiera buscar la carrera, que quiera invertir energía en dar espectáculo. Ni pensar en que decida más o menos, ni pensar en cómo hacer el recorrido para que ciclistas que no han atacado en la vida lo empiecen a hacer.
Porque al final da la sensación de que se quiere perjudicar ese espectáculo. Frases involuntarias como las de Abraham Olano tras lo vivido en Fuente Dé afirmando que sucedió «por desgracia» confiesan cuál es el hilo argumental del organizador de tres semanas. Bueno, ya era obvio sin aquellas declaraciones. Todo se tiene que decidir al final, pero eso te lo va a dar la circunstancia de carrera. ¿Cómo se provoca una circunstancia de carrera? Imagino que tirando chinchetas de forma selectiva al paso de algunos ciclistas, porque sino no hay forma de enfermar a ciclistas, de provocar caídas o desfallecimientos del que a la postre es el más fuerte y tiene que recuperar tiempo. No hay fórmula que asegure nada. Incluso en una etapa llana se puede decidir un Tour de Francia. Sólo se necesita la voluntad adecuada. Y fuerzas, claro.
Ante esa obviedad, las tres grandes vueltas siguen viajando con rumbo ninguna parte, donde sólo una, que es la Vuelta a España ha encontrado un modelo más o menos coherente en los últimos años. Que tampoco representa los valores clásicos del ciclismo, pero es que en la Vuelta no ha habido históricamente ningún tipo de identidad positiva. Porque las etapas por autopista, las etapas reina en Cerler, la repetición de etapas constante y la escasez de alta montaña no son conceptos muy vendibles en el siglo XXI. Bueno, si es que lo han sido alguna vez. Pero, ¿y en el Tour? ¿Y en el Giro? Se ha traicionado su esencia en busca de un viaje a ninguna parte.

¿Es por audiencias? Los recorridos de los 2000 o los 2010 no han sido peores que los de los años 80 ó 90. ¿Recuperar audiencias que se han perdido por múltiples factores? Desde luego, si algo está claro es que con ciclismo a medio gas no van a conseguir recuperar a nadie. Dentro de un tiempo alguien abrirá las aguas con un bastón y clamará la vuelta al estado anterior de las cosas, pero para hacer una regresión al mismo punto, qué necesidad había de dar todo este rodeo. Rodeo que sí sirve para ver a personas bajarse del barco de forma constante.
Las consecuencias de todo esto es que artificialmente se está dando alas a ciclistas que antaño apenas pasarían de ser animadores de las etapas de montaña. Las contrarrelojes van pasando a mejor vida, con la Vuelta al País Vasco dando el paso al frente y por lo menos siendo honestos, afirmando que no son partidarios, y desterrando del todo la contrarreloj (mejor que los 22 irrisorios kilómetros que incluye el Tour por pura necesidad de intercalar una etapa). La plaga de finales en alto precisamente perjudica a los finales en alto. Ya no son noticiables, no llaman tanto la atención mediáticamente. La sobrecarga llegará a revertir la tendencia. Pero de nuevo llevándonos de forma innecesaria muchas cosas por delante. Acumularlos pudo ser una buena forma de llamar la atención, de ofrecer algo que no se había hecho todavía.
Pero ahora toca afrontar la contrapartida de un ‘Frankenstein’ que generaron ellos, ya que a la hora de acudir a las instituciones, éstas pedirán el final en alto per se. Y no les valdrá otra cosa. A ver cómo se recuperan las contrarrelojes en un futuro si ahora son apartadas y señaladas de la propia impotencia del organizador de controlar su propia carrera. Una cabeza de turco injusta, por otra parte. ¿Se culpa de lo aburridos que fueron los cinco de Induráin a las cronos? En su día, a las cronos se las aplaudía. Ni que ahora hubiese salido un dominador de las mismas como Miguel, o un tirano en todos los terrenos como Armstrong. En la época Sky puede tener un pase, pero en la actualidad, con ciclistas con una mentalidad diametralmente opuesta a la de generaciones no tan lejanas, no tiene ningún sentido.
Escrito por Jorge Matesanz
Foto de portada: ASO / Pauline Ballet