El calor, el recuerdo de las vacaciones, los días de piscina y sandía, el chiringuito de la playa, el asfalto hirviendo, hasta memes. Julio significa muchas cosas. Y es experto en generar recuerdos. Muchos en torno al Tour de Francia, que esta vez abre los ojos en el lejano Copenhague. Cuestión de acostumbrarse a la ruptura de las tradiciones. De aceptar que los recuerdos mutan, pero permanecen. Que los listones cayeron al suelo y que el Tour ya no es lo que era, cuando en realidad nosotros somos los que no somos los que éramos. Un clásico. En verdad, el desencanto es una función de doble engranaje, donde cóncavo y convexo deben coincidir en tiempo y lugar. El amor y el desamor suceden así. Y el Tour, también.
Si lo extraordinario fuese común no sería tan extraordinario. Solemos olvidarlo. Si los Alpes de 2011 fuesen todos los años, nadie los echaría en falta. Es más, el Tour es otra cosa. Es tradición, es tedio en esas tardes de siesta eterna. Es llegadas al sprint sin más historia que la cuenta onírica de ovejas. Etapas de montaña de treno decididas en el último puerto. No es lo ilusionante que fue el Giro durante muchos años. Ni lo eléctrico que resulta la Vuelta en los últimos. Por eso se hace raro que Prudhomme y sus secuaces elaboren platos de cocina tradicional interpretados como la nouvelle cuisine.
Con todo, el menú podría ser interesante. Si los ciclistas quieren, los primeros doce días prometen ser de lo más completo. Lástima la baja de Alaphilippe, que va a lastrar la magnífica primera semana, de las dudas que el contagio masivo de Covid en el Tour de Suiza ha sembrado en el seno de los equipos. Del caos de listados que hasta última hora han dejado colmillos largos y apetitos sin saciar. El duelo principal, el esloveno, se mantiene. Por el bien del espectador, que esté igualado. Que llegue mínimo hasta Pirineos con opciones de vuelco. Y que haya más actores implicados, más guerra de guerrillas. Más opciones de sorpresa. Que el ciclismo sea imprevisible otra vez.
La lástima vuelve a ser el papel de burbuja con el que recubren a algunos ciclistas. Carlos Rodríguez, campeón de España, debería estar en esta cita. La mejor carrera del mundo debe alinear a los mejores. El recuerdo de Contador a comienzos de aquel Tour de 2007 cuando parecía una quimera plantar cara a los grandes de su tiempo. Veintitrés días después él era el grande y los demás los que soñaban con derrocar al nuevo rey. Es sencillo. Ineos alinea como ‘uno’ espiritual a Daniel Felipe Martínez, que tiene ante sí la posibilidad de volar muy alto. Los astros se alinearon para allanar su camino.
Camino que parece tortuoso en el caso de Enric Mas. Movistar con urgencias y el balear con miedo a que la presión le pase la cuenta en forma de caída o bajo rendimiento. Todo a una carta. Negro o rojo. Todo o nada.
Escrito por Jorge Matesanz (@jorge_matesanz)
Foto: Sprint Cycling Agency / Movistar