Ciclistas

La etapa reina de Greg Lemond

Ser norteamericano no garantiza una vida de película. Ser ciclista y ganador de la mejor carrera del mundo, tampoco. La vida de Greg está repleta de altas montañas, profundos precipicios que con fortuna y tiento fueron sorteados para seguir adelante. Hasta ahora en pie y al pie de una nueva montaña, la más dura que jamás haya escalado. La leucemia amenaza al triple ganador del Tour. Una enfermedad que primero te infecta la sangre y después te la hiela. Van a hacer falta muchas pedaladas y muy fuertes para coronar en buena posición. Pero no cabe duda de que alguien que ha llegado hasta aquí pasando por encima de tanto, portará el cuchillo entre los dientes para mirar al cáncer a los ojos y decirle: “si quieres que yo pierda, primero tendrás que ganarme”. 

LeMond no ha tenido nada fácil en su vida. Empezó siendo gregario de Bernard Hinault y Laurent Fignon. Guimard, su gran aval en 1981, le llegó a decir una frase que se le grabaría para siempre: “tienes el fuego para ser un campeón”. El ‘Tejón’ ganó cinco maillots amarillos, elevando su mito a la estatura de Eddy Merckx y a la del también galo Jacques Anquetil. No podía tener una nube más grande delante. El ‘hinaultcentrismo’ era absoluto. La primera mitad de la biografía de Greg hablaría de cómo un joven estadounidense que es un mero gregario se dispone a plantarle cara al dominador, al capo del ciclismo internacional, con el fuerte carácter que gasta y compitiendo en un conjunto de la misma nacionalidad que su compañero. Rebelarse contra el orden establecido conlleva mucho entresijo, mucha intrahistoria. Y la hubo: Tour de Francia de 1986. 

No fueron las tres semanas más espectaculares de la historia. Pero sí aportó precisamente a ésta varios episodios novelescos que han quedado en la retina de los buenos aficionados como algunas de las imágenes para una generación. El ataque lejano de Hinault con el maillot amarillo con el posterior desfallecimiento y adelantamiento de su llamado gregario. El ascenso al Col de Granon, en el que LeMond luce y Bernard es derrotado por primera vez en más de un lustro. Que un campeón pierda es duro, traumático. Que lo haga a manos de un compañero de equipo que fue alineado para echar un cable a uno de los mejores ciclistas de la historia, aún más. Hinault era tan querido que sin ni siquiera querer, que pudo querer, puso a un país, el local, en contra al también ciclista de La Vie Claire. El aterrizaje de los campeones nunca fue sencillo. 

Brazos en alto ambos ciclistas, cruzando la línea de Alpe d’Huez sentenciando la carrera. Primero y segundo, sin que nadie le regalase nada. Gran mérito y primer (y único hasta la fecha) estadounidense en hacerse con el Tour de Francia (Armstrong y Landis perdieron sus respectivos ocho títulos). Paró el reloj en tres, cifra inédita desde 1955. Más de treinta años. Fignon y Chiapucci no pudieron con su cita con la historia. Una escapada en el caso del italiano y la última contrarreloj con llegada en París que se vibró en un margen tan estrecho como los 8″ que separaron una altura del podio con la de su izquierda. El manillar de triatleta ayudó tanto como la coleta de Fignon, que perdió el que hubiese sido su tercer Tour por los pelos. Literalmente. Desde entonces la pasión por la aerodinámica sería clave en los noventa y en el trato que las casi extintas contrarrelojes han recibido, por el mimo que los contendientes a toda gran carrera ha tenido que proporcionarles. 

Un éxito que tuvo que llegar tras la desgracia. Un accidente de caza casi termina con su carrera y su vida, que a su vez era su carrera. Un mapa complejo en el que casi se acaba todo. Después de regresar al máximo nivel al Tour de Francia en 1989, edición que pensaba únicamente terminar con el fin de poner punto y final a su trayectoria ciclística. Ganó al galo en el último suspiro, como también haría en el Mundial de Chambery, en los Alpes franceses, donde se ganó de nuevo la antipatía local por vencer sobre Laurent Fignon. 

Tras convertirse en el ciclista mejor pagado de la historia hasta la fecha, no tuvo más remedio que naufragar en el Tour de 1991 con el imparable ascenso de Miguel Indurain, un nuevo campeón que dejaría atrás los récords de Merckx, Hinault y Anquetil consiguiendo la cifra mágica de la manita de forma consecutiva. LeMond se sintió humillado porque realmente contaba con encontrarse mucho mejor. Aún habría ocasión de seguir viéndole, pese a todo, ya a otro nivel durante un par de temporadas. Su retirada coincidió con el comienzo de sus planteamientos comerciales. Restaurantes, franquicias… manera de invertir su fortuna, sí. Pero no le llenaría tanto como aspirar a suplir a McQuaid, mandamás de la UCI. Rechazado el relevo, pasaría por Eurosport como comentarista y protagonizando su propio espacio llamado LeMond of Cycling. 

Demasiada montaña rusa. Demasiado personaje detrás. Las biografías tan intensas al final dan la sensación que existen una especie de montaña rusa que al mismo tiempo te eleva a los cielos como en otro instante simplemente te deja caer a merced de la gravedad de tu inercia. 

LeMond será siempre una referencia e inspiración para muchos, en América y en Europa. Sobre todo, y más allá de todos los sucesos de salud que ha afrontado, con un mensaje que atronará las cabezas de todos aquellos que conozcan mínimamente su biografía: “cada segundo cuenta”. 

Escrito por Jorge Matesanz

Foto: Sirotti

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