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Audiencias: la gente que el ciclismo ha dejado en la cuneta

Más de cuatro millones de personas presenciaron por televisión el momento en el que Miguel Induráin se bajaba de su bicicleta y se introducía a pie en el Hotel Capitán, en las proximidades de Arriondas tras haberse quedado descolgado del grupo de los favoritos en la subida al Mirador del Fito, en Asturias. Corría el año 1996, la segunda edición de la Vuelta a España celebrada en septiembre y bajo un dominio abrumador (como en 1995) del equipo ONCE de Manolo Saiz, Laurent Jalabert y Alex Zulle. Todos foráneos. Era viernes, día 20. El público rebosaba en las cunetas de las ascensiones al mítico Fito y al aún más conocido ascenso de los Lagos de Covadonga.

Septiembre de 2022. Misma carrera. Primoz Roglic y Enric Mas lanzan un órdago a Remco Evenepoel en la ascensión a Sierra Nevada, meta de la que se presuponía como etapa reina de la 77ª edición de la Vuelta. Con la carrera en juego un domingo 4 de septiembre, con menor competición televisiva en parrilla por las fechas más próximas a momentos vacacionales. Audiencia que no alcanza por 200.000 espectadores los dos millones. Cunetas semivacías en un ascenso que acostumbra a dejar más huecos entre los espectadores de forma tramposa. Es un puerto mucho más largo y, por tanto, es más que probable que la sensación de acumulación de público sea menor, por pura lógica.

Si las matemáticas no fallan y obviando que se trata de cifras redondeadas a la baja en el caso de la Vuelta de 1996 y al alza en 2022, son 4 millones de espectadores frente a 2. Reducción de la audiencia de La1 (antigua TVE) a aproximadamente la mitad, veintiséis años de por medio, de Zulle a Evenepoel. El dato es aplastante y demoledor. Más aún si nos vamos a datos globales que se sitúan sobre el millón de espectadores de media en 2022 y en más de 2.600.000 en 1996.

Las comparaciones son odiosas, los contextos diferentes. Habrá que sumar a la gente que acudiese a las nuevas plataformas online para ver ciclismo o recurriese a otros canales que ofrecen el mismo producto, véase Eurosport. También a aquellos que utilicen la herramienta del diferido. Excluyamos a cuantas personas queramos y añadamos cuantas excusas se nos ocurran, trampas en el solitario todas las que queramos, pero el hecho es que en la cadena que emite la mayor prueba ciclista de España y una de las que tiene más relevancia en el circuito internacional los datos han caído a la mitad. Y eso, visto en perspectiva, es cuanto menos motivo de análisis. Y de preocupación.

Responsabilizar de ello únicamente a la gran oferta deportiva y televisiva que existe en la actualidad es ganar tiempo, echar balones fuera y mirar para otro lado ‘a lo Laudrup’, pero nadie puede negar una realidad objetiva: en 1996 el ciclismo profesional era mucho más seguido que en 2022. Al menos en España. Realidad cifrada y concretada en datos que han sido aportados además por las entidades directamente implicadas.

Etapas disputadas a cuchillo de salida que producen espectáculo de más a menos © Unipublic / Sprint Cycling Agency

¿Tendencias al alza?

No hay que negar las tendencias y celebrar que tras los varapalos que se ha llevado este deporte los números vayan despegando poco a poco. Es complicado aventurarse hasta dónde será el ciclismo capaz de recuperar terreno con lo que fue, pero sí parece evidente que ese lugar no volverá. El contexto tecnológico y de división de los espacios de atención es una de las mayores características del marco que nos encontramos en la actualidad. Esa fragmentación en numerosísimas ventanas minúsculas hacia contenido hace que el ciclismo sea sólo una más, mientras que en su día era, si no la única, una de las pocas posibilidades de ver deporte en directo a las 4 de la tarde de un domingo.

Para recuperar terreno la apuesta ha sido contraer el ciclismo, los esfuerzos, con etapas cortas, reparto de los puntos de interés y explícitamente buscar que las diferencias no se produzcan hasta la etapa final. No parece que ese ciclismo de juguete y modelo de laboratorio sociológico esté sirviendo para enganchar a nueva gente. Sí lo hacen los grandes campeones y la forma en la que estos interpretan los recorridos, con ciclismo épico, de ataque lejano y búsqueda de alternativas.

El Tour de Francia ha batido récords en su propio país, con 4 millones de espectadores de media, un dato que la ronda gala no ofrecía desde el año 2005. El último Tour ganado por Lance Armstrong, por cierto. Más de 8 millones de telespectadores se dieron cita delante de la pequeña pantalla el día de Alpe d’Huez como gran pico de las tres semanas. Día de la Fiesta Nacional y el ciclismo como elección. La primera pregunta es: ¿cuál es el motivo para que el Tour enganche más en Francia que la Vuelta en España? ¿Es sólo una cuestión de tradición? Habrá alguna lista de motivos, no sólo la excusa antes aportada de que se han fragmentado las audiencias y que ello ha afectado a las retransmisiones de ciclismo. Debe ser que en Francia no hay acceso a internet, ni a las plataformas, el fútbol y otros deportes no tienen el peso que tienen en España, etc.

Lo que prueban los datos de 2022 es que el Tour es más espectacular corrido así, a cuchillo y con una lucha real durante toda la carrera que estático durante tres semanas para ver una disputa de última hora en la última cima. ¿Ese análisis no lo harán? Es verdad que el espectáculo dependerá de los artistas, pero si las luchas en alta montaña son las que nos tienen en vilo, ¿por qué renunciar a ellas? En 2005 las audiencias eran tan buenas o tan malas como las de ahora en el país del Tour. En 2005 los recorridos no consistían en etapas de 120 kilómetros precisamente, ni discriminaban las contrarrelojes de forma obsesiva como en la actualidad.

Por lo tanto, la variable que genere la audiencia no debe ser el propio recorrido. Es más, ha empatado datos de 2005 sólo a través de un duelo de leyenda que será recordado como uno de los mejores de la historia. Por tanto, se puede extraer la percepción de que los recorridos cortos no han traído precisamente los mejores datos de audiencia de la historia. ¿Hay más razones para haber llegado hasta aquí? Seguimos.

El ciclismo profesional atraviesa un túnel al que parece vislumbrársele la salida © Unipublic / Charly López

Credibilidad vs espectáculo

El dopaje ha hecho su trabajo, no cabe duda. Pero también el tedio. Y las herramientas interpuestas ante ambos para combatirlos en ocasiones han sido los ya comentados ademanes pasivos de mirar hacia otro lado ‘a lo Laudrup’, danés como Jonas Vingegaard (qué bien hilado), echar balones fuera y permitir que las excusas se acaben apoderando de la verdad. Ante esos mimbres, sólo cabe recurrir a una frase muy socorrida en estos casos: “parte de la solución o parte del problema”. ¿En qué lugar se puede colocar a los mandamases que tomaban las decisiones en el ciclismo cuando el dopaje golpeaba bien duro en las épocas en las que Landis, la Operación Puerto y sucesivas, Lance, etc. destrozaban la credibilidad de unos héroes que eran hasta entonces incuestionables? ¿Qué parte de culpa y/o responsabilidad tienen los ciclistas en la percepción del dopaje? ¿Y en el tedio?

Los corredores deben ser conscientes de que viven de casas comerciales. Cuanta más gente vea sus hazañas sobre una bicicleta, más proclives serán sus patrocinadores a interesarse por ellos, por la marca que sus mismos apellidos suponen. Y si para llamar a los espectadores es mejor el ciclismo practicado en el Tour de Francia de 2022 de carreras rotas de lejos y lucha real por ganar, ¿qué parte de responsabilidad y/o culpa han tenido aquellos ciclistas que han tenido la posibilidad de practicar ese ciclismo y decidieron practicar otro?

¿Qué parte de responsabilidad y/o culpa tienen los medios de comunicación que jugaron y juegan un papel clarísimo? ¿Qué parte de responsabilidad y/o culpa expresa tenemos los aficionados por fiar nuestra apetencia o ausencia de la misma a agentes externos que han gestionado la ¿verdad? de forma absolutamente interesada? ¿Quién se sentaría delante de una pantalla para ver a 198 ciclistas pasearse a 38 kilómetros por hora de media en una etapa llana donde los letreros únicamente indican ‘pelotón compacto’?

Floyd Landis contribuyó a mejorar la fama del ciclismo profesional © Sirotti

Ciclismo moderno vs ciclismo clásico

Las interpretaciones de ambos términos son tramposas. El fútbol ha evolucionado en la forma de transmitir o arbitrar. También el tenis, que se juega exactamente igual (rebajémoslo a un set para favorecer la ausencia de dopaje). ¿Por qué el ciclismo tiene que rebajar su esencia para buscar una modernidad que no llega? La cocina innovadora consiste en porciones mínimas y un éxtasis de sabores. Pero es que en las etapas de 120 kilómetros como norma general y con la excepción del Tour 2022, tampoco vemos esos grandes espectáculos. Por lo tanto, algo falla. ¿No debería estar la modernidad en la búsqueda de cómo narrar, contar, emitir mejor más que en deformar todo lo que el ciclismo ha sido y lo que ha hecho al ciclismo grande?

El ciclismo, personalizado en las grandes carreras, no se ha adaptado a los nuevos tiempos. Las transmisiones se reducen a un grupo de comentaristas que únicamente hablan. No hay infografías realmente interesantes ni un insight atractivo. El Giro es el que menos tiene que recorrer hacia esa mejoría. Pero las televisiones realizan transmisiones absolutamente mejorables, con muchos tiempos muertos y poco relevante que llevarse a la boca. No se vende ciclismo en la previa, no importa el menú que vaya a existir. Un ejemplo son las altimetrías que las organizaciones manejan. Ni siquiera todas responden con un mínimo de exactitud a lo que los ciclistas y los espectadores se van a encontrar. ¿Por qué confundirles?

Las páginas web que ofrecen están lejos de la verdadera vanguardia, que no está en hacer que las patatas parezcan remolachas, sino en que esas patatas estén ricas y sepan a patatas ricas. No creen en la adaptación a la realidad ni en internet como un medio, sino como un lastre, una obligación. Al final el ciclismo está dirigido por dinosaurios que vivirían en lo analógico. Pero la culpa de que el ciclismo tenga la mitad de espectadores en España que en 1996 se debe al dopaje. Nada tendrá que ver la falta de adaptación del producto a una realidad, y es que las nuevas generaciones piden formatos nuevos. Porque son los que disfrutan en otros campos y los que otros deportes están ofreciendo. En esa competencia el ciclismo no quiere participar. Me pregunto por qué.

En un momento en el que la práctica del ciclismo ha aumentado, irónicamente ha descendido el seguimiento de los profesionales. La afición no cesa, se transforma. Y hay personas que no son capaces de transformar esa afición en seguimiento a sus propios productos. ¿Qué ofrecen las carreras? ¿Qué ofrecen los equipos cuyo gran mérito es poseer al 6º mejor clasificado de la clasificación general? Más allá del núcleo más duro del ciclismo, a nadie le interesa más allá de observar y predecir tendencias y proyecciones.

¿Es más atractivo sentarse en el sofá o salir a la naturaleza a hacer deporte en primera persona? ¿Es más interesante ver el ciclismo in situ, con toda la pérdida de información que conlleva, o verlo por televisión? ¿Es interesante o atractivo tragarse cuatro horas de emisión donde las voces de siempre hacen los chascarrillos de siempre e invitan a nuevas voces que son las de siempre o el mismo discurso vacío que no dice nada y que sólo ofrece un eco del que sólo se oye «no entiendo por qué ataca, yo aguantaría a rueda», justo el discurso que el que les ha dado una oportunidad detesta oír.

Escrito por Jorge Matesanz

Foto de portada: ASO / Charly López

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