¿Recuerdan la primera vez en la que, en el restaurante donde acostumbran a degustar su plato preferido (incluyan aquí lo oportuno según sus filias), éste no les sabe igual de excepcional?
Ustedes acuden confiados, con esa certidumbre que propicia la recurrencia y la consolidada tradición. Y, a pesar de que el aroma anticipa un bocado glorioso, aunque la presentación es impoluta e invita al banquete, cuando el tenedor deposita la pieza en nuestra boca, la esperada sensación no se asemeja a lo que nuestra retentiva y confianza atesoraban y deseaban a iguales partes.
Esa amarga decepción. Esa contravención tan inusitada al pretendido placer. Esa sensación de hurto respecto de nuestro espacio de confort y gloria.
Aquello fue Aprica, un 5 de junio de 1994. Bueno, en concreto, el insignificante Valico de Santa Cristina, porque, antes, todo, como en el ejemplo introductorio, presagiaba un festín pantagruélico.
Pero, observemos protocolo, y no adelantemos acontecimientos.
El 22 de mayo de 1994, en Bolonia, partía la septuagésimo séptima edición del Giro de Italia. Con un total de 22 etapas, hasta alcanzar Milán, entre los diecisiete equipos participantes (153 ciclistas en liza), descollaba como máximo favorito el defensor del título de los dos años anteriores, Miguel Induráin, incontestable vencedor (también) de las tres últimas ediciones del Tour. Junto a él, los italianos Bugno y Chiappucci, el letón Piotr Ugrumov o el ruso Pável Tonkov conformaban la lista de principales contendientes. En la salida, casi nadie apuntaba a unos jóvenes Marco Pantani (gregario escalador del Diablo Chiappucci en el Carrera) o el vencedor de la Lieja, el ruso Berzin, enrolado en la Gewiss-Ballan, capitaneada por Argentin y Ugrumov.
En la cuarta etapa, con llegada en Campitello Matese, Berzin se adelantó al local Pellicioli y se enfundó la maglia rosa. Quedaban 18 etapas para el final. Nadie sería capaz de arrebatársela. Pero, de nuevo, conviene no anticiparnos.
Las opciones reales del ruso empezaron a hacerse más patentes, al menos para el gran público, cuando, cuatro días después, en la crono entre Grosseto y Follonica (44 kilómetros), los que esperaban un recital de Induráin se/nos encontraron/encontramos con una superioridad del ciclista de la Gewiss. Al navarro, cuarto en la etapa, lo distanció en dos minutos y treinta y cuatro segundos. De las Cuevas, segundo en la jornada, perdió un minuto y dieciséis segundos. Pantani, luego entenderán el porqué de la referencia, se dejó más de seis minutos.
La imagen de Berzin, aquel día, acoplado a la bicicleta de crono desafía la perfección de cualquier boceto de Miguel Ángel.
Después se sucedieron días menos trascendentes para la General, con victorias de Svorada, Abdoujaparov, Ferrigato o Bartoli, hasta alcanzar las fechas donde se esperaba que el dominio de Berzin sucumbiera.
En Merano, 235 kilómetros, más de 5.800 metros de desnivel acumulado, se presenta en sociedad Marco Pantani. Alza los brazos, anticipando su entrada en cuarenta segundos al grupo de los favoritos, comandado por su compatriota Bugno.
Pero el día marcado por todos es el siguiente. Merano-Aprica. 5 de junio. 195 kilómetros. Aguardan el Stelvio (cima Coppi), el Mortirolo y el Valico de Santa Cristina.
Las hostilidades se desencadenaron en el Stelvio, coronado por Franco Vona, aunque los gallos, salvando a Chiappucci que transitaba escapado con Gotti y Belli, aún permanecían unidos. En el Mortirolo, cuando aún quedaban unos diez kilómetros para su cima, Pantani ataca y, tras él, rueda el líder. Induráin, que no responde al hachazo, busca un ritmo constante.
El transalpino no afloja y la dureza del titánico monte obliga al líder a separarse de la estela del hombre del Carrera. Induráin, recupera por detrás, y, en unos kilómetros, da caza a Berzin. La estampa es preciosa. El navarro, tocado con su gorra, rictus de esfuerzo, ni observa al líder. El joven ruso, maillot abierto, asomando una camiseta interior blanca, con su inconfundible melenita rubia, intenta soldarse a la rueda trasera del gigante español. Pero no podrá. A falta de poco menos de tres kilómetros para coronar, el ruso se descuelga.
Al paso por los temibles 1.888 metros de altura del Mortirolo, Pantani distancia en 51 segundos a Miguel. Y éste ya cosecha casi un minuto con el primer clasificado de la General. El italiano espera al español y conforman un dúo casi acabado el descenso. Por detrás, Berzin se encuentra con los italianos Gotti, Chiappucci y Belli, que no le conceden ni un relevo.
Restan 35 kilómetros a meta. Se huele la sangre. Jornada épica de ciclismo. España ruge pegada a los monitores conectados con Telecinco (sí, han leído bien, Telecinco), donde J.J. Santos vocifera que “Miguel está para ganar el Giro” y Jaime Ugarte (especialista en boxeo) desgrana las diferencias. En el plató, Miguel Moreno y Ángel Arroyo son muy optimistas. Cuando la carrera pasa por meta por primera vez, los fugados (con Cacaíto Rodríguez) cuentan con algo más de dos minutos. El liderato era algo más que factible.
Y, ahí, la delicia se agrió. En esos menos de siete kilómetros dolomíticos, pero con rampas de hasta el 11%, el Valico de Santa Cristina, Induráin sufrió una pájara extrema. Su rostro era un poema. Vacío. Exhausto. Cuasi cadavérico. El sueño se quiebra en mil pedazos. Pantani ganará. Chiappucci, Belli y Cacaíto sobrepasarán al navarro, que se presenta en Aprica a tres minutos y medio del Pirata. Berzin, solo, tardará treinta y seis segundos más.
La etapa, con más de siete horas de duración, desplazó la programación de Telecinco (Sensación de Vivir y Melrose Place, las series de adolescentes de la época). Mientras, en los micrófonos de la RAI, Miguel define su agonía: “he pillato una grossa pajara (sic)”.
Tres días después, en la crono del Passo del Bocco, Berzin vuelve a reinar. Son veinte segundos más frente a Induráin, pero lo relevante era que el nuestro ni siquiera se anticipaba en su disciplina.
Quedaban las dos etapas alpinas. En Les Deux Alpes, vence Poulnikov y los favoritos no se separan. La jornada entre Les Deux Alpes y Sestriere depara una nevada monumental y algo parecido a una huelga encubierta entre los favoritos. Vence el suizo Richard.
En el pódium de Milán, tras la victoria al sprint de Zanini, Induráin se asienta en el cajón más bajo. Pantani, el hombre que ha concitado mayores aplausos por su valor y arrojo, es segundo. Laureado, en lo más alto, reina Berzin. Era el 12 de junio de 1994.
Luego, el 2 de julio, llegó el Tour. Volvimos al restaurante. El maître nos recibió con su habitual sonrisa. Nos recomendó que volviéramos a decantarnos por la especialidad de la casa. Y, esta vez sin sobresaltos, la obra fue auténticamente cumbre. Continuaríamos yendo al mismo restaurante, hasta una aciaga tarde en Les Arcs.
Escrito por: Ángel Olmedo
Foto: Sirotti
Incluido en el nº3 de HC