1970, Anoeta. Nace un ciclista que responde al nombre de Abraham Olano. Uno que iba a estar inmerso en todo tipo de debate pese a ser uno de los ciclistas españoles más exitosos de todos los tiempos a tenor de su amplio y rico palmarés, repleto de victorias de primer nivel y prestigio internacional. Fue también pionero en traer a España el maillot arco iris que a tantos y tantos se le resistió antes que él. Y lo hizo utilizando el marcaje que ejerció Miguel Indurain, ciclista al que se comparó desde el primer momento.
Ya imaginamos que tuvo graves problemas en sostener la comparación, sobre todo en lo que a alta montaña se refiere. Abraham flaqueó en ese terreno. De hecho, fue el único en el que no respondía con muy altas prestaciones. Tanto en descensos como en contrarreloj como en puertos de corta duración fue un ciclista muy bueno, infravalorado por el recuerdo de su imagen alejada de los grupos de favoritos.
Una lástima porque consiguió mucho. Ya con el maillot de campeón del mundo, logrado tras haberse enfrentado casi en solitario a la ONCE del poderosísimo Laurent Jalabert de 1995, con Escartín su gran aliado en el Mapei castigado debido a su fichaje por Kelme. Ganó las cronos con superioridad, como siempre hizo, pero no resistió los envites de un ciclista que jugaba en otra liga. Con el oro colgado del cuello, una gesta histórica para el ciclismo español, fue criticado por impedir que Indurain, el ídolo de un país, completase un excelso palmarés con el maillot que todos querían lucir. En un recorrido único para lograrlo, el vasco se anticipó en un ataque que resistió incluso al infortunio, entrando con el tubular pinchado en meta.
La siguiente grande que disputó fue el Giro de Italia, excesivamente montañoso para él. Pero ello no impidió que luciese la maglia rosa a dos jornadas del final, en el Pordoi, y que la luchase en una etapa criminal que atravesaba Gavia y Mortirolo. Las crueles pendientes de este último favorecieron a un escalador como Tonkov, que se anotaría la victoria final. Olano fue tercero, el último podio con el maillot de campeón del mundo hasta que Valverde lo logró siendo segundo en la Vuelta de 2019. Una gesta que quedó algo sepultada por haber cedido al final, pero que deja a las claras que era un corredor capaz de pelear contra sus demonios y conseguir grandes retos. Así estuvo en posiciones de podio durante todo el Tour de aquel infausto 1996 en el que Indurain no ganó su sexto Tour. Ese desánimo no permitió disfrutar del carrerón que hizo el guipuzcoano, que perdió sus opciones al cajón camino de Pamplona, donde la táctica tan agresiva (y suicida) de Mapei le lastraron. Fue plata en los Juegos Olímpicos de Atlanta tras Indurain. Medallas que no se han vuelto a repetir.
Un año más tarde, ya luciendo los colores de Banesto, para hacer más real y simbólico el relevo en el propio equipo del ya retirado Miguel, fue cuarto en un Tour donde se pasó persiguiendo a tres superhombres: Ullrich, Virenque y Pantani, muy lejos en montaña. Aún así, ganó una crono y mantuvo muy bien el tipo, por encima de los demás terrenales. Aún volvería a intentar el asalto al podio en 1998, pero aquella no era su batalla. La Vuelta parecía una carrera más amable para él. En la salida fue el gran favorito, pero la batalla planteada por Kelme, unida a la que se creó en su propio equipo gracias a la eclosión y rebeldía de Chava Jiménez, le pusieron las cosas muy difíciles. Es más, el país entero se dividió entre los que apoyaban a uno y a otro, con su esposa entrando en programas de radio para criticar la falta de apoyo al líder y maillot amarillo. Venció finalmente, no sin apuros y pudo disfrutar de la única grande que consta en su palmarés. Se haría con el oro en contrarreloj, contando con un doblete en los Mundiales del que muy pocos pueden presumir.
1999 fue un año extraño para él. En lo deportivo, cambió de aires a la ONCE, visto el escaso apoyo del que gozó por parte de su anterior equipo. Manolo Saiz confió en él y juntos intentaron asaltar los cielos: el Tour. No estaban Ullrich, ni Pantani, ni Virenque, afectado por el Caso Festina. Pero, además de que su rendimiento no fue tan bueno como otros años, fue el año del surgimiento de Lance Armstrong. Su sexta plaza final sólo desprende dignidad en no dejarse ir y luchar hasta el final por un podio que nunca llegaría. En la Vuelta era el gran favorito, visto su gran estado de forma. Así ganó la crono de Salamanca, obteniendo grandes rentas de cara a una cruel montaña que se incluyó en aquella edición. El Angliru, teóricamente contrario a sus intereses, fue un aliado en abrir más brecha con Ullrich, su gran rival. En la última bajada sufrió una caída que le empujó a un barranco: fractura de costilla. Pudo continuar en la Vuelta, pero en los Pirineos se desinfló y cedió su candidatura, abandonando, no sin polémica y debate sobre la credibilidad de sus heridas.
A partir de aquí cambiaría su rol en el equipo, tornándose en un hombre de vueltas de una semana y gregario en las grandes. Así venció Tirreno-Adriático y Critérium Internacional, siendo una de las piezas clave de su equipo en la consecución de la victoria en la crono por escuadras del Tour de Francia, durísima, entre Nantes y Saint Nazaire, con paso por aquel impresionante puente sobre un brazo de mar. Ese mismo año 2000 lució el maillot oro de la Vuelta tras la contrarreloj de Tarragona, donde dejó fuera de juego a todos los rivales. Le duró tan sólo un día la alegría, ya que llegaron los Pirineos (su bestia negra) y cedió sus opciones a un buen puesto en la general.
Parecían los últimos coletazos de un gran corredor, pero aún en el año 2001 fue el líder de la ONCE en el Giro de Italia. Simoni estuvo intratable, pero la eliminación de algunos favoritos por diversos motivos, el hecho de que Abraham fue muy regular y la suspensión de la etapa reina hicieron que pisase el segundo puesto del cajón, por delante del también español Unai Osa.
Tras este episodio se retiró en 2002, tras una caída en Gijón en plena disputa de la Vuelta a España. Una montonera que mandó a varios al hospital y que supuso su último golpe de pedal como ciclista profesional, irónicamente a escasos treinta kilómetros de Arriondas, donde se despidió la gran losa que cayó sobre él: Miguel Indurain.
Escrito por Jorge Matesanz (@jorge_matesanz)
Foto: Sirotti