Es evidente que el ciclismo español no está atravesando una de sus mejores rachas. Se sigue confiando en los veteranos, mientras la generación que debería tomar el relevo parece estancada y casi por completo desaparecida en las grandes citas. Donde es más llamativa esta ausencia de corredores es precisamente en las pruebas de un día. Es difícil que sea de otra forma. Una de las causas puede hallarse en el parco calendario español, sobre todo en pruebas de un día. Mientras se suceden las clásicas y semiclásicas de final de temporada en Francia, Bélgica e Italia, en España no se disputa ni una sola carrera desde la Vuelta. Resulta un tanto paradójico que no se apueste más por las carreras de un día en España, en un tiempo en el que precisamente este tipo de pruebas gozan de una popularidad creciente entre el aficionado.
Pero no nos engañemos: la situación siempre ha sido así. En España siempre ha existido un cierto prejuicio hacia este tipo de pruebas, una lotería según muchos, donde no ganan los mejores, sino los más listos. A la manera de los antiguos hidalgos, que despreciaban las actividades manuales y comerciales por considerarlas indignas aunque se estuviesen muriendo de hambre, durante mucho tiempo se despreció al corredor astuto que jugaba sus bazas para ganar en pruebas de un día. Las clásicas siempre fueron consideradas carreras en las que primaban las caídas y el azar, carreras para velocistas, carreras en las que no afloraba la auténtica calidad de los ciclistas. Por prejuicios absurdos como este quizá Miguel Indurain no cuente en su palmarés con ninguna gran clásica, como sí sucede con todos los otros grandes nombres de la historia del ciclismo.
No es extraño que para triunfar se haya tenido que emigrar. El primer emigrante fue Miguel Poblet, un ejemplar insólito de ciclista que, a pesar de su popularidad, no tuvo continuadores. El noi de Montcada se labró su carrera en Italia, donde fue un corredor muy respetado, el quebradero de cabeza de los belgas en los sprints. Sus dos triunfos en la Milán – Sanremo así lo atestiguan. Se trataba entonces de una carrera más llana que hoy en día, sin Cipressa ni Poggio. Todo se jugaba en los capi. En 1957 se marchó con un grupo selecto, en el que se encontraba Fred De Bruyne, al que batió al sprint. Después de una segunda plaza en 1958 tras Rik Van Looy, Poblet volvió a ganar en 1959, batiendo netamente al sprint a Rik Van Steenbergen. La primacía de Poblet y de estos genios belgas, así como la escasez de triunfos italianos, indujo a Torriani a incluir el Poggio en 1960.
Pero no solo en Italia brilló el velocista catalán, también consiguió un segundo puesto en la París – Roubaix de 1958. Uno de los protagonistas del día fue Jacques Anquetil, en un intento infructuoso por llevarse su primera clásica. Al velódromo llegó un nutrido grupo, con los mejores sprinters del momento: Van Steenbergen, Van Looy y… Poblet. Pero Leon Van Daele, gigantón del Faema (el Deceuninck de la época), sorprendió a todos a 300 metros, llevándose el triunfo in extremis.
Tras Poblet hubo que esperar largo trecho a que surgiese una generación a su altura. Las carreras italianas fueron las únicas en las que los ciclistas españoles se dejaron ver un poco, con puestos de Txomin Perurena en Sanremo (7º en 1972), Miguel María Lasa en Lombardía (6º en 1973), Juan Fernández (6º en la Milán-Sanremo de 1983) o Marino Lejarreta (3º en el Giro de Lombardía de 1988, después de una descalificación en 1985, año en el que se había clasificado 4º). En las semiclásicas italianas los resultados fueron mejores, con triunfos de Angelino Soler en el Giro del Véneto de 1962, Jaume Alomar en la Copa Agostoni de 1963, Valentín Uriona en la Milán-Turín de 1964 o Faustino Rupérez en el Giro del Piemonte de 1982. Los triunfos en el norte parecían imposibles.
La irrupción de Óscar Freire en el mundial de Verona de 1999 supuso la reanudación del hilo quebrado tras la retirada de Poblet. El corredor cántabro tenía la habilidad para pasar desapercibido, oculto en la panza del pelotón, de tal forma que sus rivales llegaban a infravalorar sus cualidades. Sin embargo, su zarpazo final era mortal: era imbatible en los últimos metros. Consiguió nada menos que tres Milán-Sanremo, en años en los que pelotones multitudinarios superaban el Poggio (algo que ya no sucede en la actualidad). En 2004, aprovechó el exceso de confianza de Erik Zabel, ganador ya en cuatro ocasiones, para pelear el sprint hasta el final, a la manera de Roglic en la Lieja de 2020. En 2007 y 2010 aprovechó el trabajo realizado por otros equipos. En 2007 desbarató con facilidad el sprint lanzado por el Milram para Petacchi y en 2010 hizo lo mismo con el Liquigas de Bennati, ganando con mucha solvencia. Pero no solo dominó el sprint de la Primavera: dejó su selló también en dos pruebas hasta el momento no ganadas por españoles, la Gante-Wevelgem en 2008 y la París – Tours en 2010.
La trayectoria del triple campeón del mundo siempre fue más valorada fuera que dentro, al convertirse en uno de los grandes del sprint de su generación. Aunque quizá se recuerdan tanto como sus sprints sus triunfos en la Flecha Brabanzona, semiclásica belga en la que tuvo que exhibirse más para conseguir el triunfo.
A diferencia de Poblet, Freire no estuvo solo: formó una interesante dupla con Juan Antonio Flecha en el Rabobank. No obstante la diferencia entre Freire y Flecha fue notable: si para el cántabro la victoria era algo fácil, conseguida casi sin dificultad, para el ciclista de origen argentino su falta de punta de velocidad siempre fue un gran hándicap. La carrera de Flecha fue un encadenado de victorias frustradas, empezando por la que quizá fue la más dolorosa, la Gante – Wevelgem de 2005. En ella se vivió un intenso duelo final entre Flecha y Nico Mattan, en el que el belga acabó dando caza a Flecha aprovechando el rebufo de coches y motos.
A partir de entonces, Flecha fue un protagonista continuo de la París – Roubaix y en menor medida del Tour de Flandes. Obtuvo tres podiums en Roubaix (3º en 2005, 2º en 2007 y 3º en 2010) y uno en Flandes (3º en 2008), pero en la mayor parte de las ocasiones dio la impresión de que se le fue el caballo bueno en el momento justo. En 2005 tuvo su mejor actuación en Roubaix, llegando al velódromo junto a Boonen e Hincapie. En 2007, a pesar de parecer el más fuerte del día, no pudo dar alcance al escapado del día, Stuart O’Grady. Todos estos sinsabores tuvieron su recompensa con el triunfo en la Omloop Het Nieuwsblad de 2010.
Si en la zona flamenca los triunfos se resistían, todo lo contrario sucedió en las Ardenas valonas, convertido en territorio de caza para los españoles como antes lo fue para los italianos. En la Flecha Valona, Igor Astarloa abrió la veda en su mágico 2003, siendo seguido por Alejandro Valverde. La dilatada carrera de Valverde daría para varios artículos completos; simplemente nos limitaremos a señalar sus cuatro triunfos en Lieja (2006, 2008, 2015 y 2017), esperando al último momento en la cota de Ans, y sus cinco en la Flecha Valona (2006, 2014, 2015, 2016 y 2017). Con el murciano siempre se ha tenido la impresión de que sus triunfos podrían haber sido más numerosos, con claras oportunidades perdidas, sobre todo en Lombardía, debido a su forma de correr.
Con el inicio de la década de 2010, los triunfos en este tipo de pruebas comenzaron a sucederse con enorme facilidad. Joaquim Purito Rodríguez consiguió por fin inaugurar el palmarés español en Lombardía, con dos triunfos calcados (2012 y 2013), aprovechando su habilidad de puncheur en las cotas cercanas a Como. Donde Samuel Sánchez había fallado (2º en 2009, batido con facilidad por Gilbert), Purito ganó sin oposición. Valverde comenzaba su segunda juventud tras la sanción, encadenando triunfos. Incluso Dani Moreno se sumó a la fiesta, ganando la Flecha en 2013. En Flandes, tan solo un puesto de Imanol Erviti (7º en 2016) permitía superar la resaca de los años de Flecha.
En el momento actual del ciclismo español el panorama de futuro no es muy halagüeño. Aunque gracias al cambio cultural de los últimos años se comienzan a valorar en su justa medida las clásicas, parece no haber corredores capaces de ganarlas, ni siquiera de hacer puestos de honor. Este declive actual quizá no sea más que la consecuencia lógica de décadas anteriores de auge. Alex Aranburu o Iván García Cortina son las esperanzas más sólidas, aunque parecen todavía bastante lejos de poder aspirar a grandes triunfos. Afortunadamente estos corredores contarán con el respaldo de los aficionados y los medios para sus nuevas aventuras en el norte o en Italia, cosa que no sucedió de forma clara en otras épocas.
Escrito por: Ignacio Capilla (@AlpinoGliaccia)
Foto: RCS Sport