El ciclismo pasa por ser uno de los deportes más románticos. Unido, en tiempo de los pioneros, a historias de auténtica supervivencia y de superación humana frente a la adversidad natural, la gloria que convive con el epíteto imborrable acostumbra a encumbrar a un solo nombre, el del vencedor, y obvia, en su efímero recuerdo, el trabajo coral que coopera a tal hazaña. Induráin, Anquetil, Merckx, Hinault, Coppi, Bartali, Froome… son apellidos, todos, que, incluso para los más legos en el deporte ciclista, evocan una misma realidad, la victoria, el triunfo, la excelencia.
Sin embargo, y como bien sabrán aquéllos que alguna vez hayan subido a una bicicleta, el éxito en una competición ciclista jamás, y el adverbio es ineludible, puede residenciarse en una única persona (por muy especial que su desempeño alcance a ser). Sin el sacrificio y el esfuerzo de sus gregarios, el mejor jefe de filas no podría alcanzar los momentos decisivos de la etapa con la suficiente e ineludible entereza que se requiere para atesorar alguna oportunidad de elevar los brazos al cruzar la línea de meta.
Se trata de una figura esencial. Tanto por la capacidad de limitar la exposición del líder al viento, como para prestar la bicicleta en caso de avería o pinchazo de su jefe, sin olvidar esa tarea de acarrear los bidones y las barritas de avituallamiento desde el coche del equipo a cola del pelotón hacia adelante, evitando un desgaste innecesario en el resto de sus compañeros.

Incluso dentro de la clase de gregarios, siguiendo esa estratificación nada ajena al resto de situaciones sociales, se pueden diferenciar escalas o especialidades: los que se encargan de proteger en los primeros kilómetros, los que (por similitud de talla y peso) acompañan como guardaespaldas en todo momento a su capitán de ruta, los que escoltan hasta la distancia de los tres últimos kilómetros reduciendo los riesgos de codazos, caídas o contratiempos y, por supuesto, aquellos que, cuando la carretera se vuelve exigente y se cimbrea hacia el cielo, ofrecen su rueda para marcar el ritmo (ya sea con el objetivo de un posterior ataque o para limar diferencias en un mal día).
Son los que siguen a rajatabla la estrategia dictada en el autobús del equipo y se filtran en escapadas para servir de enlace en etapas propias de emboscadas. Los mismos cuyos intereses personales son preteridos por la eventual obtención de un objetivo superior (un puesto en el pódium, un top10, el liderato de alguna clasificación como el gran premio de la montaña o la regularidad). En paralelo a la miríada de grandes ciclistas (algunos de los cuales nos permitíamos hacer elenco al inicio de esta colaboración), se debería elaborar un especial homenaje a aquéllos que cooperaron en sus triunfos de forma totalmente desprendida, entregando sus fuerzas sin reserva.
Hombres como el inigualable Stablinski, principal pieza de apoyo en los Tours de Anquetil y, posteriormente, Aimar o Pingeon), y que encarna, a la perfección, el aprovechamiento de las oportunidades personales, luciendo en su palmarés cuatro campeonatos nacionales, habiéndose alzado con el Campeonato del Mundo en 1962 y con la victoria en la Vuelta a España del año 58 u obteniendo más de un centenar de triunfos en etapas.

U, otros, como Rué, Alonso, Bernard, de las Cuevas o Rondón a los que no se les puede olvidar como artífices, cada uno en diferentes momentos y con diversa actuación, en los cinco Tours de Miguel Indurain y sus dos Giros. Los tres primeros, totalmente entregados a su labor. El francés de las Cuevas, un auténtico verso suelto que enfureció, por ejemplo, el día de Oropa en el Giro 93. O el colombiano, nombrado mejor gregario del mundo en el año 91, y que, posteriormente, abandonaría la escuadra navarra para trabajador, en Gatorade, para Gianni Bugno.
Hace unos años, el británico Charly Weguelius escribió un libro informando y detallando las tareas de un gregario en el pelotón, Sus renuncias y sin sabores, así como la satisfacción producida cuando el trabajo reportaba beneficios. Muchos podrían pensar que Wegelius era periodista. Sus compañeros en Linda McCartney, Mapei, De Nardi, Liquigas, Lotto o UnitedHealthCare seguro que no olvidan todas las pedaladas que les ahorró su encomiable labor.
Escrito por Ángel Olmedo
Fotos: ASO / Alex Broadway