Tourmalet, Alpe d’Huez, Roubaix, París, Mortirolo, Stelvio, Angliru y un sinfín de nombres son sinónimos de ciclismo. Inconfundibles, originales, referencia. Este deporte se ha construido en base a mitos, a leyendas. Quién no conoce las penurias que vivieron los esforzados de la ruta a lomos de pesadas máquinas sobre las que estaban abandonados a su suerte. Bidones vacíos que rellenar, pinchazos que reparar. Merckx, Hinault, Anquetil, qué decir de Coppi, Indurain, Gaul… de nuevo nombres que provocan y evocan nostalgias a un verdadero aficionado al ciclismo.
Qué decir del Kapelmuur, esa colina coronada por la capilla más famosa del mundo de la bicicleta. Una religión, una peregrinación necesaria hasta Geraardsbergen para conocer in situ los apenas quinientos metros de ascenso sobre adoquín incómodo para subir a pie, imaginen sobre un tubular de escasos milímetros de grosor. El traqueteo deja en evidencia a cualquier sillón relax, con la necesidad de tener brazos y piernas muy fuertes para soportarlo. La pendiente es continuada sobre un 10%, con esas puntas cercanas al 20, ya cerca de la capilla de Nuestra Señora de Oudeberg.
Su estrecha relación con el Tour de Flandes le ha dado fama internacional. Museeuw comparó coronar en cabeza De Muur con un orgasmo. Otros lo relacionan con la sospecha mecánica sobre Fabian Cancellara y su espectacular ataque a Tom Boonen en esta cima que le daría la victoria en Meerbeke, meta tradicional de De Ronde. Carrera en la que desde 1950, coronado por Fiorenzo Magni, otro de esos exponentes del ciclismo clásico, romántico e idealizado, el Kapelmuur ha sido leyenda. Legión de espectadores invaden la colina, pasando noche y día en la víspera, con litros de alcohol y fiestas hasta altas horas de la madrugada.
Y es lo que supone esta subida, una forma de celebración de la vida, de reunión de locos del ciclismo. De locos, en general. Cuando la organización del Tour de Flandes decidió modificar la ciudad de llegada a Oudenaarde, con la supresión del paso por la capilla, multitud de manifestaciones con gran éxito de afluencia tuvieron lugar en las inmediaciones de Geraardsbergen, con los aficionados portando ataúdes en honor a De Muur. Por suerte, no fueron muchas las ediciones sin el emblema del ciclismo en Bélgica. Cinco años de tristeza y menor celebración. Veremos si pasada la pandemia y el huracán Covid-19 las reuniones en las laderas resplandecientes de esta colina vuelven a ser lo mismo. Unas inmediaciones que fueron restauradas y mejoradas ya en el siglo XXI, restando algo de dureza a la subida y mejorando los accesos.
Incluso el Tour de Francia osó a atreverse a atravesar por aquí, aunque de forma testimonial. Alejado de meta, sirvió para homenajear los cincuenta años del primer título de Eddy Merckx, otra de las leyendas belgas, en el Tour de Francia. Cincuenta años en los que ambos son ya parte de la historia del ciclismo y conocidos a nivel mundial por las gestas regaladas en este deporte. Kapelmuur es uno de esos símbolos de la bicicleta, donde todos quisieran estar al menos una vez en sus vidas. Y es recomendable por la belleza del entorno, la historia que desprende cada adoquín del ascenso y por qué no, por respirar el mismo aire que tantas viejas y nuevas glorias de nuestro deporte favorito han respirado antes.
Escrito por: Jorge Matesanz (@jorge_matesanz)
Foto: Sirotti