A veces los genios tienen los días de aparición contados, como sus deseos. Peter Sagan no es excepción. Como si de frotar una lámpara se hubiese tratado, sus tres voluntades fueron concedidas en forma de arco iris. Irrefutables, incontestables, inseparables. Levantar los brazos en la línea de meta del Campeonato del Mundo se estaba convirtiendo en un corta y pega del año anterior. Triplete consecutivo que denota una relación, un feeling especial con un espacio y tiempo singular. Un espacio y tiempo que nunca ha correspondido con el tercer sábado de marzo, el día que se celebra el primero Monumento del año, la classicissima, la Milán San Remo.
De haber diseñado una carrera para sí mismo, Sagan no la hubiese diseñado tan bien. Larga distancia, cotas para desestabilizar un sprint puro y una parte final donde si cuentas con uno o dos gregarios (o te dejas escoltar furtivamente), es relativamente sencillo llegar a un sprint reducido donde el eslovaco de Zilina convierte la recta final en varias escenas de El Resplandor. Por fuerza del destino, por alineación de los astros para formar eclipse o por mera falta más de creencia que de insistencia los años posteriores, Peter no ha cosechado ninguno de los trofeos que estaba en juego. El de San Remo, dicho sea ya de paso, podía ser utilizado por Jack Nicholson en un remake.

También para ilustrar las maldiciones de una peli mala de serie b donde el protagonista muere al final. Una especie de Titanic en la que el hecho de que el bueno no triunfe hace que precisamente su halo victorioso quede más patente. Tiene un mayor atractivo poder decir al final de tu carrera que no conseguiste algo. En ese encanto repleto de melancolía hay más historias. Todos contamos más anécdotas de momentos malos que de momentos buenos. Suelen ser más graciosas. En las vacaciones idílicas y paradisiacas donde nada pasa, las historias interesantes huyen en lancha a motor.
Peter Sagan debutó en San Remo en 2011. Todos los ojos estaban en Gilbert, en Cancellara. Sagan aún era un principiante, tenía el pelo corto y en lugar de Conan parecía aún un protagonista de Trainspotting (Renton probablemente). Se sabía de su clase, se conocían sus potenciales. París Niza es un algodón que pocas veces engaña. Y el eslovaco había subido dos veces a lo alto del podio un año antes. Una Vuelta a España esa de 2011 donde fue el velocista más aclamado y fin al anonimato. Peter iba a ser más, quería su Oscar al mejor ciclista del lustro. Un honor que le iba a llevar a enfrentarse a las hordas en un escenario de Ben Hur, con el público enfervorecido mientras las fieras escarbadas en piedra devoran sus entrañas.
Fue ahí, en esa estirada de cuello, donde Sagan comenzó a ser lo que quería llegar a ser. 4º en 2012, mantendría la mente en conquistar Vía Roma, en la que soñaba con entrar imperialista espíritu como Gengis Kan en 300 quería el alma de los irreverentes, esperando a ser ajusticiado por el paso del tiempo y la historia como en Nuremberg. Esperando, como todos, seguir guapo bajo el lema de forever young y los ejemplos de Paul Newman y Steve McQueen. Desde ese 2011 no ha faltado a la cita con la victoria en absolutamente ninguna de sus temporadas. Tampoco a su cita con la Vía Roma en esta época de modas como pedir perdón por heredar crímenes, pero no por generar complejos a las generaciones futuras.

2º en 2013, una oportunidad perdida. Ya llegará. Pensó el perro. Pero nunca llegó. Como Richard Gere. Ha acumulado más cuartos en San Remo que en sus contratos. Y ya es decir. Cinco veces, como en el Groundhog Day de Bill Murray, ha repetido la mejor posición de los perdedores, ya que te evita tener que subir al podio con cara de idiota a celebrar que has perdido. Como en cualquier peli de amor donde se evita mostrar las historias de aquel que no es elegido por la dama. Como a Hugh Grant en Bridget Jones, quién lo iba a decir, ni siquiera los apuestos y ganadores siempre son guapos y ganan. Hasta el antes mencionado Richard Gere muere en una película, relegado por una criatura perruna que acaba teniendo más fama que el papel que tan bien te habías preparado. San Remo viene a ser algo así.
Peter Sagan ha ido cambiando de look, de equipos, incluso hasta de costumbres antes de iniciar en Milano. Si algo es seguro es que siempre que esté en su mano, estará en la alfombra roja de los clasicómanos, que es la puesta de largo de las pruebas de un día más importantes del mundo. Nunca se sabe si la suerte cambiará o si tu vida se terminará por convertir en un episodio de Black Mirror. Las piernas de entonces se echarán de menos, más o menos como el Teniente Dan Taylor en Forrest Gump (spoiler alert).

Hay películas que apetece ver más de una vez para apreciar aún más cada detalle. Más cuando estamos melancólicos y nos dejamos invadir por nuestras inseguridades. Como con Amélie o Padres Forzosos. Volver al útero materno puede servirnos de impulso para regresar cual Alien o afrontar nuestro particular Silencio de los Corderos, que es el paso del tiempo. Peter Sagan abandonó la edición de 2017 con medio susto en el cuerpo. Como cuando Di Caprio destrozó el coche como en Lobo de Wall Street, sin ser consciente de los riesgos asumidos. La recta final fue una pirueta, con tres ciclistas a cual más rápido, a cuál más astuto. Alaphilippe, Sagan y Kwiatkowski, ordenados a la inversa en la línea de meta, protagonizaron una fotografía de vértigo, donde cada uno de ellos buscaba el escorzo para ganar.
Sagan era el que más control de la bicicleta había demostrado, sobre todo en público. Aún así, las alarmas se encendieron. Con razón, porque una nueva oportunidad pasaba por delante y aún no ha regresado. ¿Y si hubiese sido la última?
Escrito por Jorge Matesanz
Foto de portada: RCS / La Presse