Ver en la carretera un escenario. Transformar la carrera en un espectáculo. Convertir el ciclismo en una emoción. Todo con un objetivo: ganar, ganar y volver a ganar.
Así era el ciclista Thomas Voeckler y así es el director y ahora seleccionador francés. Discípulo aventajado de Jean- René Barneaudeau, Voeckler siempre tiene todo pensado. No da puntada sin hilo.
Su obra maestra de Flandes empezó el jueves, cuatro días antes de la gran función. El seleccionador francés recibió a Julian Alaphilippe en bañador para deleite de los periodistas. “Quería que pensaran que veníamos de turistas, que me tomaran por loco”, confesó horas después de que su corredor revalidara el campeonato. La carrera había empezado para el seleccionador, y el teatro, una vez más, formaba parte de su calculada estrategia.
El plan de Voeckler fue decisivo en la victoria de Alaphilippe. Después, sin pinganillos de por medio, el “mosquetero” con su arrojo y la pasión que le caracteriza dio rienda suelta a su intuición de campeón, llevando en volandas al aficionado hasta el éxtasis. Pero entretanto esto sucedía había muchos ensayos y una mente que lo tenía todo estudiado.
La presión a la que estaban sometidos los belgas era una baza que Voeckler vio y supo aprovechar. Todos tenían un plan anti Van Aert – Evenepoel. Todos menos él. La consideraba un error. Su idea era atacar antes que los demás y que pensasen que los franceses habían perdido definitivamente la cabeza. Era previsible que fuera una carrera de mucho movimiento y la táctica del francés fue agitar el avispero más y antes que nadie. El pinchazo de Cavagna fue un contratiempo, pero el trabajo de Cosnefroy y Démare demostraba que aquello estaba muy pensado y que lo franceses tenían un buen plan.
Después de los compases preliminares, la estrategia de los belgas se presentó como un regalo inesperado para Voeckler. La presencia de Remco Evenepoel en el movimiento de Cosnefroy, seguramente acuciado por las palabras que Eddy Merckx le había dedicado días antes, trastocaba un poco al francés. Pero algo pasaba por la cabeza y las piernas de Van Aert que no funcionaba correctamente en una carrera que se había convertido en un frenesí, y eso era una buena noticia.
Fue entonces cuando Voeckler ordenó al protagonista de la función que saliera a escena a falta de 50 kilómetros. La estrategia de crear la situación perfecta para que su estrella asestara el golpe definitivo a Van Aert ya se estaba representando. Los sendos ataques franceses acabaron por desgastar al favorito de los belgas hasta acabar con la fuga primeriza.
Hasta cuatro ataques protagonizó Alaphilppe. Después de uno de ellos vimos cómo el francés se acercaba al coche y parecía tener un desencuentro con Voeckler. No le importó al director saber que ya no estaba permitido hablar con el corredor, lo que al final le supuso una multa por parte de lo comisarios de la carrera. Alaphilippe acabó aceptando el consejo. No sabemos lo que le dijo Voeckler, pero cuando faltaban 17 kilómetros de la meta, llegó el ataque en solitario del campeón del que todo el mundo habla y sentenciaba la carrera. Thomas Voeckler en ese momento exigió silencio total en el coche. Ni radio de carrera ni móvil, ni WhatsApp. Silencio sepulcral. Concentración, observación, superstición. El director quería paladear la magistral obra de arte de su pupilo, escuchando únicamente a su corazón en el idioma en el que Dios nos habla. Eran los campeones del mundo.
Escrito por: Fernando Gilet (@FernandoGilet)
Foto: Sirotti