Pese a que después la carrera de Samuel Sánchez ha estado repleta de grandes éxitos, no le fue nada fácil conseguir la victoria. De primeras, formó parte del Euskaltel desde la temporada 2000, pese a que aquellos días los protagonistas eran otros. Laiseka, Muniain, los Etxebarría… Fue el año en el que el maillot del Euskaltel tornó de los colores fríos al naranja que tan famoso se ha hecho en el mundo del ciclismo. Con la llegada del asturiano se rompía una de las normas del conjunto, que era tener únicamente ciclistas en plantilla que hubiesen nacido en Euskal Herria, es decir, tanto País Vasco español como francés y Navarra. O bien, como es el caso, alguien que haya pasado por las categorías inferiores de la Fundación, como era el caso.
Se hablaba muy bien de este chico alto, delgado al que se le reconocía una gran capacidad para los descensos. Más tarde, con el tiempo, esa habilidad fue desapareciendo más por el auto control que por la pérdida de condiciones. El ímpetu de la juventud va haciendo hueco al sentido común y las caídas duelen mucho e hipotecan demasiado tu vida deportiva e incluso la personal como para abstraerte de ellas. Esos primeros años de rodaje vieron cómo el equipo crecía y ampliaba sus tentáculos para incluso convertirse en habituales del Tour de Francia.
Él, a su ritmo, fue introduciéndose en las escapadas, más tarde en los grupos donde se decidían las victorias y una vez ahí comenzó a buscar su primera victoria como profesional. Estuvo cerca en varias ocasiones, varias en las que parecía que el triunfo no se le podía escapar. La frustración no detuvo su ansia por ganar, que crecía cada vez. Hasta que en el final de la temporada 2004 el ciclista de Euskaltel se llevó los dos sectores (en línea y contrarreloj) y la general de la extinta Escalada a Montjuic y con ello llenó el zurrón con tres victorias de golpe.
Pero se trataba de un premio menor para alguien que había estado rozando el poste en París-Niza y carreras ya de ese pelaje. Por ello, 2005 iba a ser su año de gran estreno. En ello tuvo mucho que ver la suerte, la fortuna que le había faltado todas esas primeras veces. Con la tranquilidad de haber levantado ya los brazos, fue el turno de la Vuelta a España. Ya había debutado con una 15ª posición final bastante meritoria. También había conocido el Tour, que no había podido aún terminar. En la ronda española acabaría cerca del top ten (11º), pero logró lo más importante, que fue una victoria de etapa.
No fue sencillo. La etapa partió de Burgos y finalizaba en Cantabria, en la cima del Santuario de la Bien Aparecida. Un final corto y explosivo que le venía fenomenal y una etapa que permitía a la Vuelta regresar de incógnito al País Vasco, pues unos kilómetros (gracias a un cambio previsto de última hora) atravesaban la tierra de su equipo. Una numerosa fuga con hombres de gran calidad le contenía a él, que se convertía en uno de los grandes favoritos de no ser por esa mala fortuna que parecía tener a la hora de rematar. Pero iba a ser muy distinto en esta ocasión.
Lastras, Horrach, Ardila, Pereiro… una fuga de nivel. Con los dos últimos llegó escapado en lo que se conoce como “la fuga de la fuga” y de ese modo se jugaron entre los tres la victoria de etapa. Y aquí se le abrió una puerta al ovetense cuando parecía todo perdido. En primer lugar arrancó Ardila, con muchísima fuerza. El colombiano veía una línea en el suelo que correspondía todavía no se sabe a qué pancarta y lanzó la llegada con todas sus fuerzas, levantando incluso los brazos. Pereiro, ganador de etapa ese año en el Tour, siguió al hombre del Lotto con tanto ahínco que Samuel, que iba controlando la situación desde atrás, tuvo fácil adelantarles y vencer ante dos rivales exhaustos por una equivocación con la pancarta de meta.
Fue su primera gran victoria, en una vuelta grande. Acumularía cinco en la ronda española, unidas a dos podios y muy buenas actuaciones. Sin duda, la de Cantabria fue la más importante, porque fue la que abría la lata, la que por fin le daba la confianza que necesitaba y le liberada de esa auto presión que se había impuesto de ganar fuese como fuese para demostrar que se merecía un hueco en el equipo naranja.
Escrito por Lucrecio Sánchez
Foto: Sirotti