Suele decir el refranero aquello de “el que mucho abarca, poco aprieta”. Y puede ser cierto. En ciclismo los hay que abarcan y aprietan. Hasta ponen en apuros a quienes no lo hacen. También el decir popular recoge expresiones que aluden a arrimarse a buenas sombras, también a cuidar la barba propia cuando la del vecino veas cortar. En contexto ciclista, son expresiones aplicables a Cadel Evans. Al comienzo de su exitosa carrera, el australiano combinó las modalidades de mountain bike y ruta, abarcando y apretando (quizá no tanto como otros lo hacen en la actualidad) en ambas. Al provenir de las ruedas gordas, de otro tipo de rodar, de trazar, su adaptación al pelotón profesional conllevó un tiempo en el que pocos corredores descendían, por ejemplo, con tranquilidad a su rueda. Algo, por otra parte, habitual con ciclistas que provienen del MTB por lo poco ortodoxo de sus trazadas.
Es cierto que Cadel comenzó en el mountain bike allá por mediados de los años 90, su especialidad predilecta. En su estreno en la ruta ya fue campeón de la dura Vuelta a Austria, lo que le supuso un contrato con el todopoderoso Mapei y el debut en todo un Mundial luciendo el maillot de su país. Un país del que conocíamos modelos como Elle Macpherson, cantantes como Kylie Minogue o personajes novelescos como Cocodrilo Dundee, pero hasta la fecha no muchos ciclistas de primer nivel. Aquello cambió y gracias en gran parte a Cadel Australia es una de las potencias actuales del panorama profesional.
Todos recordamos su debut en el Giro. Corría el año 2002, aquella edición donde los grandes favoritos fueron siendo expulsados de carrera uno a uno por diversas razones. Unos por dar positivo, otros por supuestos contactos con sustancias prohibidas con rocambolescas historias relacionadas, otros por agredir a ciclistas en lucha por el premio de la montaña. En definitiva, un panorama de desconcierto con el que se llegó a los Dolomitas, de los cuales salió un aussie enfundado en el rosa. Bien en la crono, bien en montaña, todo hacía presagiar que de no mediar un milagro, tendríamos un ganador bastante exótico en la prueba transalpina. ¿Qué sucedió? Que uno tras otro, los favoritos fueron sufriendo pájaras en la última subida importante de aquel Giro, el recordado Passo Coe, y Evans finalizó aquella aventura en el 14º puesto de la general final. Desde entonces ya contó como un nombre ilustre en toda carrera donde fuese de la partida.
Su tránsito por el Telekom no fue nada productivo. Por suerte, en Lotto vivió el ciclismo de una forma diferente. Consiguió una consistencia que le permitió ganar experiencia en los mejores escenarios, confianza en sí mismo y, aunque con una estrategia un tanto oscura y lejos del foco del espectáculo, fue escalando posiciones y haciéndose con victorias importantes: Romandía, etapas aquí y allá. Los dos podios en el Tour de Francia fueron muy esclarecedores sobre su trayectoria. En 2007 fueron Contador y Rasmussen los que le alejaron de la victoria. Con la expulsión del danés, le separaron únicamente 23″ del maillot amarillo definitivo. De haber corrido de forma menos conservadora quizá hubiéramos estado hablando de un cambio de ciclo diferente. No conforme con ello, en 2008 fue uno de los grandes nombres para hacerse con la victoria, no siendo de la partida el hombre que le batió doce meses antes. El resultado fue lucir el amarillo hasta el Alpe d’Huez, el momento decisivo, donde las dudas, el no saber qué ni cómo hacer para afrontar y tomar las riendas de su destino le llevaron al mismo callejón: la miel en los labios. Fue el año de Carlos Sastre.
Aquello, por mucho que no lo pareciese, supuso un antes y un después en su carrera. También el hecho de que en la Vuelta 2009, una prueba donde luchó y consiguió el podio, perdiese toda opción de victoria gracias a un pinchazo. Si se permite que el azar decida, no tiene por qué decidir lo que a uno le gustaría, lo que conviene. En el Mundial celebrado en Mendrisio (Suiza) se vio otro Cadel. Fue a por la victoria, no se conformó con esperar a que la oportunidad viniese a él. El resultado: un año de arco iris y un oro colgado del cuello. Esa lección le perduró y cambió como ciclista. En realidad, esa combatividad le hizo ciclista de verdad, le acercó a lo que fue, un deportista de élite.
Las exhibiciones en Montalcino en la carrera que le vio nacer y ese nuevo Evans que gustó tanto a los aficionados a lomos de un nuevo maillot de la mano de BMC, terminó por transformar al puestometrista en un campeón. Ni siquiera pisó el podio del Giro, pero su intención y propuesta de ciclismo ofensivo fue aplaudida por todos. Valentía + calidad = buen ciclismo. De ese modo llegaríamos al Tour de Francia de 2011. En una primera semana atípica donde el aussie alzaría los brazos en el Mur de Bretagne, nadie pensaba que con los Schleck en liza y un Alberto Contador que venía de pasearse por el Giro durante todo el mes de mayo, Evans iba a contar entre el ramillete de favoritos. Los Pirineos le conservaron vida, los pre-Alpes le situaron y la gran cordillera acabó por ponerle en la misma tesitura que en 2008: ¿quieres ganar el Tour de Francia? Andy Schleck había puesto la carrera patas arriba, los favoritos estaban solos frente a sí y Evans era el líder virtual. Aquí algo cambió. En lugar de dejar la responsabilidad a otros, asumió su papel y tiró tan fuerte que se convirtió en el látigo de las opciones de Contador, Samuel Sánchez y los hermanos, que claudicaron ante el de BMC y le escoltaron en el cajón final de París.
Encumbrado de forma definitiva, su estatus en el pelotón cambió. Ya no era aquel ciclista al que sólo se veía a rueda y en los rankings de las clasificaciones generales. Ahora, dentro de un rendimiento que poco a poco se vio afectado por la edad, fue asumiendo sus galones y cosechando triunfos y puestos de honor como el ansiado podio en el Giro, su carrera de origen, donde el azar y las nevadas se aliaron en su favor. Un corredor del que gracias a su reconversión tenemos una idea bastante más aproximada a lo que su calidad proyecta. Una imagen que impulsó con fuerza el ciclismo en su país y que colaboró en la globalización de un deporte que ahora no tiene otra razón de ser.
Escrito por: Jorge Matesanz (@jorge_matesanz)
Foto: Sirotti