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La retirada de Greg Van Avermaet

Ha llovido mucho (por desgracia, sólo metafóricamente) de la primera vez que hablé con Greg Van Avermaet. Corría el verano del año 2011, todos éramos mucho más jóvenes de lo que lo somos ahora. Los años poblaban mucho menos nuestros rostros y en el del belga, que es sólo once meses mayor que uno, también. Corría (él) para BMC y nunca olvidaré el trato exquisito que nos dio Sean, encargado de prensa en el equipo por aquellas fechas, y que me acercó a lo que iba a ser mi primera entrevista con un ciclista profesional. Las preguntas fueron surgiendo aquella mañana en el largo viaje hasta la daliesca Astorga aquella mañana de sábado, punto de salida de la Vuelta hacia la entonces novedosa cima de La Farrapona, en Asturias.

Greg se sentó en las escaleras del autobús y en una agradable charla deshojamos el presente, pasado y futuro de una carrera que estaba seguro en aquel momento iba a terminar de florecer. Campeón olímpico -nada menos-, de la París Roubaix, Van Avermaet se convertiría durante algunos años en la referencia absoluta en las clásicas para una Bélgica que anhelaba a un Philippe Gilbert cuya carrera vivía en una paleta de colores que parecía más una montaña rusa. Recuerdo que al ex campeón del mundo también le entrevistamos, curiosamente en tierra de otro genio del ciclismo como Álvaro Pino, en Ponteareas.

Aquel día le recordé que mis entrevistas traían suerte, incluso le diseñamos un póster-cómic (Carmelo es un artista) que le entregaríamos unos días más tarde, en la salida de la penúltima etapa. Le insistimos en que aquello le haría campeón del mundo, y dos semanas más tarde se coronaba en Valkenburg como tal. Fue inmediato, pero seamos justos, Gilbert, pese a que el olvido le haya empujado a no incluirnos en su agenda de entrevistas, ha sido un grande de las clásicas que ni cotizaba iba a lograr mucho a poco que las lesiones, la suerte y su cabeza apuntaran en una misma dirección.

Van Avermaet me pareció un tipo tímido, amable y muy centrado. Del mismo modo, su suerte aconteció más a largo plazo. Tuvo que esperar mucho hasta conseguir sus dos grandes conquistas, que fueron el oro olímpico, donde la suerte le acompañó cual ángel guardián, y el adoquín de Roubaix. Siempre eclipsado, vivió a caballo entre lo que dejaba Tom Boonen en sus últimos coletazos de cabellera rasurada y lo que acaparaba el atractivo Gilbert. En medio, cual niño sándwich, Greg fue ganándose su oportunidad a base de estar ahí.

Su calidad y su gran punta de velocidad eran al mismo tiempo su mayor virtud e igualmente su mayor inconveniente. Demasiada vigilancia de su rueda trasera, que de ser un tweet hubiese sido trending topic sin lugar a dudas. Todos sabían del peligro del belga, de cómo las piedras le debían algunas victorias que casi siempre se quedaban en el casi. Ciclistas que salían por el córner, como en Flandes 2015, o bestias imbatibles como Cancellara en 2014. Flandes, para un belga, es el mayor trofeo que puedes exhibir en el salón. En 2017 fue el único premio que no conquistó. Su casco dorado encabezó el sprint del grupo de favoritos, que esta vez perseguía precisamente a Philippe Gilbert.

Nunca ganaría Flandes, pese a ser su sue-ño, más para un flamenco. Pero ese 2017 sería su-año. Una primavera de lo más prolífica, con un triplete magnífico que de una tacada rellenó de grandes éxitos sus vitrinas: Omloop, E3, Gante Wevelgem y Roubaix. Su llegada al velódromo fue infartante, con unos compañeros de viaje a cada cual más asaltadiligencias: Stybar, Stuyven, Moscon y Langeveld, el que menos respeto imponía y por eso el más peligroso. Greg se impuso al cuarteto en el sprint y sólo la llegada de 2023 (la última, por supuesto) fue más emocionante.

Su primera gran clásica tuvo lugar en octubre de 2011, sólo unas semanas más tarde de la entrevista que le pude hacer. Hasta entonces simplemente aquella victoria en fuga en la meta de Sabiñánigo fue lo que mantuvo a flote la creencia en este ciclista, al menos en lo que a resultados se refiere. Talento a raudales, alguna presencia interesante en las piedras, pero sería ya entrada la treintena, cuando los cánones antiguos y ya no vigentes indicaban que los campeones de clásicas comenzaban a mostrarse.

No, nunca lució la bandera belga en el maillot. Pero se llevó la Vuelta de su país. No fue la única general chuli que asaltó. Llama la atención que Van Avermaet conste en el palmarés de la Tirreno Adriático. Un segundo le separó de Peter Sagan, uno de sus grandes rivales. La de Luxemburgo también cayó. Y el Tour de Yorkshire. Todo en una franja horaria de dos años, sus mágicos 2016 y 2017, la puerta abierta a la historia del ciclista nacido en Lokeren. Fue el ciclista UCI World Tour del año. Van Avermaet molaba.

Sí, aunque no anduviese entre sus preferencias, también ganó en el Tour. Y fue maillot amarillo. Y en 2023, el domingo previo al 17 de mayo (tres días antes de su cumpleaños), se impuso en una de esas pruebas francesas que suenan poco excepto si las ganan los grandes: Boucles de l’Aulne, en Châteaulin. Una carrera muy hilly que se disputa a la par que el Giro de Italia, única carrera de tres semanas que Greg nunca ha tenido mayor interés en probar.

Escrito por Jorge Matesanz

Foto de portada: AFP // Resto: Sirotti / ASO – Ballet

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