Europa es la meca del ciclismo profesional. Es un hecho, puesto que las mejores carreras están localizadas en el continente y los mejores equipos tienen sus bases de operaciones en él. Llegar a entrar en todo este circuito es un sueño para cualquier corredor del resto del mundo, que trabajan duramente para ganarse la confianza de algún conjunto de primera, segunda o tercera fila que les permita alcanzar su sueño de correr un Tour de Francia o disputar una gran clásica de pavé. Con la globalización del ciclismo el proceso se ha simplificado sobremanera, con la extensión de las carreras de máxima categoría y mayor fama a los seis continentes. La descentralización que se ha ido generando ha sido beneficiosa para que el ciclismo profesional haya alcanzado cotas inimaginables hace algunos años en algunas regiones del mundo. Al mismo tiempo, ha generado mayor zozobra en los países tradicionales, que han visto cómo los competidores se han multiplicado.
En ese habitual camino de trabajo con el sueño claro de llegar a la cumbre arrancó Fabio Duarte, como tantos otros en cualquier rincón del planeta. Nuestro ciclista lo hizo desde su Colombia natal, triunfando primero en su país para construir esa autopista hacia Europa que le diese la fama y el éxito ciclista. Como sub-23 se convirtió en uno de los corredores más afamados y laureados, en una referencia de los futurólogos, que veían en el país americano la fuente inagotable de talento que hoy es. Eran días donde se recordaban las batallas de Santiago Botero, el maillot amarillo de Víctor Hugo Peña o los triunfos de Félix Cárdenas. Todas ellas eran referencias que cualquier aficionado al ciclismo podía observar. Entonces se decía que la siguiente generación tendría un empuje extra, la puerta abierta de par en par y una calidad que dejase fuera de toda duda que los colombianos habían venido para quedarse. Desde el recuerdo de los ‘Escarabajos’ de los años 80 no había una sensación ni siquiera parecida de presencia de estos corredores en el panorama europeo.
Por supuesto, en todos esos momentos de transición de una era a otra el ciclismo en Colombia nunca paró. 72 ediciones ininterrumpidas lleva la Vuelta a Colombia y muchas otras pruebas de gran solera, si no internacional, sí entre los paladares más entendidos. Fabio Duarte levantó los brazos en ella en 2007 al tiempo que aún coleaba el maillot a topos rojos de Mauricio Soler en el Tour de Francia, batiéndose entre los aspirantes al amarillo en la alta montaña. Con 21 años, se observaba el relevo a lo que estábamos viendo todos en las pantallas de todo el mundo. Fabio en ese momento ya había sido campeón de la versión amateur y del Nacional sub-23. Con ese antecedente, Duarte emprendió por fin la aventura europea: fichó por los italianos de Androni-Giocattoli (actual Drone Hopper).

Siendo un paso grande, era un paso amable. Selle Italia había tenido muchos vínculos históricos con Colombia en el pasado. Es más, sus corredores más afamados fueron colombianos: ‘Cacaito’ Rodríguez, Hernán Buenahora, Freddy González o José Serpa, el último exponente de ese buen flow con respecto al mercado latinoamericano. Fabio ya estaba en Europa, aunque conservó un calendario bastante americanizado con la Vuelta a Chile, la propia Vuelta a Colombia en la que triunfó o el Tour de Lankgawi, que pese a estar en otro continente añade ese exotismo desde el punto de vista europeísta del ciclismo. A caballo, eso sí, con Italia y un programa también europeo que le llevó a degustar el Algarve o el Trentino como ciclista profesional. Con el salto del antiguo Manzana Postobón a Europa y la creación de un conjunto en categoría Continental, Fabio decidió regresar de un modo parcial a casa.
Corría el año 2008, el equipo se llamaba Colombia es Pasión y resistió en sus filas tres temporadas. Y digo resistió porque no le faltaron ‘novias’ durante aquellos tiempos. Aún no había la costumbre para los equipos de la élite de firmar muchos corredores colombianos, a los que se consideraba por lo general ciclistas muy anárquicos, muy buenos en montaña, pero que carecían de ese otro compendio de virtudes que les hiciera corredores aptos para campos de batallas como las etapas llanas o las contrarrelojes. El viento cambió progresivamente, pero fueron años todavía de transición en esos cambios de pareceres, de moda, de corriente. Sucedió con los ciclistas españoles hasta que llegaron los años 80 y los demás equipos europeos rompieron sus prejuicios. En el caso español fue un proceso mucho más largo hasta que tal vez en nuestros días ese complejo haya caído por completo.
Duarte, sin embargo, destrozó todos los pronósticos. Varese, la ciudad italiana que acogía el Mundial de 2008, le entregó el maillot arco iris sub-23, con toda la relevancia que ello tiene. Por allí estaba un tan John Degenkolb al que derrotó en la llegada contra pronóstico. Fabio supo mantener los pies en la tierra y saber que el camino era mejor andarlo paso tras paso, pie tras pie que a saltos, por lo que resistió los cantos de sirena y permaneció aún en el equipo de su tierra, con el que ya en 2009 lograría notables éxitos, como la Vuelta Asturias que el tiempo le otorgó y que él perdió en la carretera tras imponerse en la cima asturiana por antonomasia, el Santuario del Acebo, y sufrir durante los duros puertos de la etapa que conducía a Oviedo a manos de corredores mucho más veteranos como Tino Zaballa. Era la confirmación de que este corredor tenía madera para quedarse, para cumplir el sueño de tantos de alcanzar la meca del ciclismo europeo.

Sin abandonar las idas y venidas su amada Colombia, por fin en 2011 fichó por un conjunto de primer nivel, el Geox de Joxean Fernández ‘Matxin’, en el que únicamente permanecería una temporada. Ganó una etapa en el Giro del Trentino y formó parte de los equipos tanto del Giro de Italia como de la Vuelta a España, carrera que el equipo ganó a través de Juanjo Cobo. En la ronda italiana estuvo en carrera únicamente durante ocho días, dándole tiempo a ser segundo en la meta de Orvietto, justo por detrás de Peter Weening. Las muestras no podían ser mejores. Carreras como la Itzulia, Vuelta Andalucía o la Challenge de Mallorca ya estaban presentes en sus calendarios. Duarte estaba cada vez más cerca de asentarse en el panorama internacional como una de las grandes realidades.
El crecimiento del proyecto Colombia es Pasión le ofreció la posibilidad de regresar. Dejó el inestable Geox, pero siguió gozando de protagonismo en pruebas como el GP Sabatini, que ganó en 2012. Disputó dos ediciones del Giro más (2013 y 2014), en combinación con los escarceos a su país, en cuya vuelta más importante seguía acumulando victorias parciales. El nivel de la carrera iba en aumento, estaba en auge e incluso algunos europeos se dejaban caer para intentar conseguir triunfos de calidad para completar sus historiales. Dejó en 2015 el equipo y se marchó al EPM-UNE, que tenía relación con el último equipo en el que militó previo paso a Europa.
En 2019 realizó un movimiento definitivo para recuperar, ya entrado en la treintena, el poder competitivo y la ilusión por llegar más allá. Firmó por el ambicioso Team Medellín y con dicho maillot ha sido capaz de conquistar dos ediciones de la Vuelta a Colombia. Un feliz regreso al origen que le ha aportado una segunda juventud con 36 años, venciendo a ciclistas notablemente más jóvenes que él y sin contar en sus filas con otros candidatos que le hiciesen fácil levantar los brazos en Tunja el último día. Una segunda vida que converge con la anterior en el lugar, el de origen en la ida y el de destino en la vuelta.
Escrito por Lucrecio Sánchez
Fotos: Sirotti / Foto de portada: Vuelta Colombia