El pasado martes saltaba la noticia. El Tour de Colombia tampoco se celebrará en 2022. Tras la suspensión de la edición de este año por la situación de la pandemia, la próxima temporada debería ser la del regreso de una prueba joven y con gran proyección. La gran apuesta de la Federación Colombiana de Ciclismo por asentar una carrera UCI en el inicio de temporada, atrayendo a los grandes ciclistas del país y a estrellas internacionales que completaban un buen ciclo de inicio de año junto a la Vuelta a San Juan, en Argentina. Sin embargo, la falta de financiación ha sido el nuevo escollo insalvable para la organización de la prueba, que deberá aumentar la larga espera hasta un 2023 que ya se marca lleno de incertidumbres.
Esta nueva interrupción nos dejará un balance de tres ediciones en cinco años, lo cual hace muy difícil que la prueba logre el empaque necesario para crecer. Y eso que en sus flamantes orígenes puede presumir de un Libro de Oro comandado por grandes nombres como Egan Bernal, Miguel Ángel López y Sergio Higuita, y vencedores parciales de la talla de Rigoberto Urán, Fernando Gaviria, Nairo Quintana o Julian Alaphilippe.
En esta falsa y fallida globalización del ciclismo que perpetra cada temporada la UCI bajo el paraguas del WorldTour, cada suspensión o aplazamiento de una prueba, y más cuando se debe a problemas económicos, es una nueva constatación del fracaso de un modelo que condena a carreras y equipos modestos a mendigar por su supervivencia cada año y casi cada mes.
En el caso del ciclismo colombiano la paradoja que esto supone es bastante difícil de entender y abarcar. La pasión por el deporte del pedal en el país sudamericano es incontenible y gigantesca. La tradición e historia de sus pruebas, como la Vuelta a Colombia o el Clásico RCN, está a la altura de las grandes carreras europeas. Sus ciclistas han sido piezas clave para entender el deporte mundial en las últimas décadas, y siguen formando una armada que, ahora mismo, pueden envidiar grandes potencias tradicionales como España, Francia o Italia, a las que no les salen las cuentas para aspirar a ganar una gran vuelta.
Las críticas llueven sobre una federación colombiana que se vuelve a mostrar incapaz de asentar la proyección internacional de su ciclismo. Las dudas sobre la gestión de los mandamases del ciclismo en el país de los escarabajos están siempre en el candelero. La excusa de la caída de las inversiones tras la pandemia parece verosímil, pero al mismo tiempo resulta complicado entender que no se haya podido atraer inversión para un proyecto que ayuda a vender la imagen del país al exterior, en un momento en el que la recuperación del sector turístico necesita un impulso renovador.
Como observador externo resulta tremendamente curioso, e incluso a veces frustrante, ver cómo un deporte que goza de una salud tan brillante de puertas para afuera, con grandes campeones en diversas disciplinas y una afición apasionada y entregada, no acaba de quitarse las losas que pesan de puertas para adentro. Proyectos como el Tour de Colombia o el añorado y destrozado equipo Manzana Postobón siguen mostrando que algo pasa cuando se quiere exportar el ciclismo colombiano desde casa. La Federación Colombiana, e incluso el gobierno de un país que respira deporte en cada esquina, deberían cuestionarse qué están haciendo mal para desaprovechar un terreno tan fértil que a veces parecen convertir en desierto.
Escrito por: Víctor Díaz Gavito (@VictorGavito)
Fotos: @ACampoPhoto