Corría el año 1998, veinticinco años atrás en el tiempo. Ese año tan eléctrico con sucesos de todo tipo a lo largo de la temporada ciclista, como el caso Festina, el doblete de Marco Pantani, el Mundial de Valkenburg, el duelo entre Jalabert y Vandenbroucke. Y la última victoria de Gianni Bugno, derrochante de clase, de camino al otoño de hojas secas y color marrón. La clase es un concepto difícil de definir y explicar, se trata de una idea de sufrir bonito, de pedalear redondo, con elegancia, sin perder la forma mientras el fondo es absolutamente glorioso. Así fue él, así fue su adiós.
Hasta que el ciclista nacido en Suiza se animó a formar parte de la Vuelta a España de 1996, el casillero de participaciones del italiano se encontraba vacía. No fue su mejor carrera, asumiendo un rol bastante más secundario de lo que solía que le acompañaría hasta el último de sus días como corredor profesional. No anduvo lejos en la meta de Zaragoza, en una jornada para fugas, de 220 kilómetros y que servía al pelotón como huida de los Pirineos. Fue tercero en la meta, sorprende que no resuelva él. Y, como solía, no se iba a ir de vacío.
Una de las etapas importantes, la que llegaba a Segovia por las montañas madrileño-segovianas, le iba a ver ganar, entrar en el cajón de vencedores en las tres grandes vueltas. Mucho italiano en ella, por cierto. En 1997 repetiría experiencia, si bien sus tres semanas por España en el mes de septiembre le sirvieron únicamente para cambiar de estación y preparar un Mundial que poco iba a hacer por él. No era baladí intentarlo, un oro le metía de lleno en lo alto de la clasificación con Binda, Merckx y Van Steenbergen. Si no iba a ser por piernas, tal vez por estadística.

El otoño acabó y fue momento de presentarse ante su última temporada como ciclista profesional. Pese a algún top ten de Gianni en el Giro della Toscana o en Romandía, el Giro de Italia supondría un amargo y anónimo final para uno de los mejores ciclistas de la década. El año siguió en una tónica similar, decidiendo copiar sus finales de temporada de las dos veces previas con una pequeña variación de planes. Más como un turista con dorsal, un romántico buscando esos caminos que quedaban por recorrer, Bugno se dejó caer por la Vuelta a Portugal.
A final de temporada, no habría Lombardía como los años previos, sino Giro del Piamonte. En ella colgó la bicicleta, firmó en su último control de firmas y su transponder rebasó la línea de llegada. El ciclismo profesional se había acabado. Pero no iba a ser este el último recuerdo que quedase de un genio venido a menos. La víctima sería Santi Blanco, un entonces célebre escalador con aspiraciones a todo que además de los kilos de su bicicleta y de su cuerpo, arrastraba toda la presión que el decreto 1006 depositó sobre sus hombros. Cual futbolista, Vitalicio buscó los recovecos para hacerse con la joya de Béjar. Blanco sería la víctima de Bugno.
Amanecía el 17 de septiembre en Benasque. Los Pirineos recortados de aquella Vuelta a España, maniatada por el riesgo de redadas en suelo francés, vivían una jornada de impasse y sin llegar a la media montaña, sí era la clásica etapa para aventureros. Una gran fuga resolvió en aquello que Chente llama la fuga de la fuga, con ciclistas de peso buscando sus oportunidades. De pronto, un maillot del Mapei asoma en vanguardia de la escapada y pone un ritmo que le irá dirigiendo al horizonte, siendo cada vez un objetivo más lejano.
La etapa era suya, pese a que el final en ligera cuesta permitía soñar a su perseguidor, un Santi Blanco a casi dos minutos, con un desfallecimiento del campeón italiano en el último repecho. Como siempre, con clase, pareciendo que da pedales sin darlos, y haciendo a los demás que era fácil su forma de correr, se imponía en la meta de Canfranc. Un marco incomparable, un lugar mítico de la vertiente sur de los Pirineos, a escasos cinco kilómetros de la frontera francesa. Bugno levantaba los brazos y con él medio mundo, los que sabían que le echarían de menos y los que no lo sabían.
Porque toda persona que haya visto correr a semejante portento no podía evitar sentir tristeza y nostalgia al verle ganar de una forma tan crepuscular, en un lugar tan emblemático e icónico, que retrotraía a los trenes con lámparas de cristal en el techo y compartimentos para viajar de noche. Huesca y las faldas del Somport eran el lugar elegido por el destino para despedir en gran homenaje a don Gianni Bugno, uno de los ciclistas más plásticos encima de una bicicleta que se recuerden.
Escrito por Jorge Matesanz
Foto de portada: EFE // Interior: YouTube