El abulense fue el sexto ganador del Tour de Francia para España. Lo consiguió en 2008, gracias a un sublime ataque en las tempranas rampas de Alpe d’Huez que le valió también para ser inmortal en una de las curvas del coloso alpino. Un maillot amarillo cuya empresa se dificultó por tener en su escuadra a los Schleck, que lejos de ayudar en la consecución de este éxito, buscaron la guerra por su lado más que otra cosa. En el podio final parisino coincidió con Óscar Freire, con el que se encuentran todas las similitudes que no se encuentran en el plano meramente deportivo.
Carlos no fue flor de un día, ni de dos ni de tres, sino de una trayectoria ascendente, progresiva, cocinado a fuego lento, como sus ataques. Desde los tiempos de la ONCE se hablaba del tridente Beloki, Olano y Galdeano, con Sastre como una mera comparsa cuando ya venía siendo el ganador de la montaña de la Vuelta. Aquel 2001 terminó de confirmar(se) como una joya en ciernes, como un escalador de los de antes. No ganó etapa en aquella carrera porque se salió de la trazada de una curva bajando la enrevesada Cresta del Gallo, camino de Murcia. Si no, hubiese añadido tambores a su aparición en el primer plano de la escena ciclista nacional.
Aquel otoño llegó una decisión que fue clave. Dejaría el poderoso ONCE para firmar por un conjunto danés únicamente conocido por las cabalgadas estertóreas de un Laurent Jalabert que coincidiría en el equipo con Sastre. Llegó para ir evolucionando en las grandes vueltas, donde lo hizo. Desde aguantar la rueda a todo un Lance Armstrong, el cual generaría alguna polémica utilizando a Carlos -más allá de todas las cosas y los casos que ya de por sí generó este ciclista-, hasta incluso ganar una etapa de alta montaña de forma brillante en Plateau de Bonascre.
Poco a poco fue creciendo, primero como gregario de lujo de Ivan Basso, después, cuando éste pasó por la polémica OP, a liderar de forma natural un equipo que esta vez sí estaría a su servicio. El Tour de 2006 vio cómo su crecimiento ya le daba para ser candidato al podio de París, su gran sueño. La irrupción del joven y espectacular Contador le restaría cuota de pantalla, pero bien es cierto que el abulense siguió insistiendo. Tanto que aprovechó la ausencia del pinteño para anotarse la única victoria en una vuelta grande. Y lo hizo en la más grande, el Tour. Con Menchov, Evans y su propio equipo como los mayores rivales, se presentó en la salida confiado en que los Alpes, al final, fuesen los que decidieran la carrera. Y así fue. Los favoritos, bastante amarrateguis, dejaron pasar los Pirineos con empate a cero. Todo quedó para la cima de Alpe d’Huez. Y ahí se mezclaron la falta de fuerzas de algunos con las dudas de otros. Pero, sobre todo, con la sublimidad con la que Carlos subió sus rampas. El mejor ataque de su vida en el momento oportuno. Un momento para el que llevaba trabajando tantos años y para lo que se marchó de su zona de confort en un equipo ‘fácil’ y que te garantizaba tanto como la ONCE.
Esa valiente decisión le valió para portar el dorsal número uno la siguiente edición, así como para ser líder indiscutible en carreras como la Vuelta o incluso el Giro, el cual no ganó siendo el más fuerte en la alta montaña por dos razones: una, por ser un recorrido muy atípico, explosivo, más propio quizá de la Vuelta; y dos, porque en el momento decisivo, que fue la etapa del Blockhaus, corta e intensa, reguló demasiado en un tipo de esfuerzo en el que él no era bueno. Ahí ciclistas como Menchov, vencedor final, o el local Di Luca, tuvieron más rush que él y le ganaron la partida. Dos victorias de etapa y la sensación de que con un par de etapas típicas en el Giro con Stelvios y Mortirolos la historia hubiese sido bien diferente.
En la carrera de casa, si bien los recorridos aún no eran lo explosivos que fueron después, sí que le penalizaban. Sus pérdidas en contrarreloj no se conjugaban con una alta montaña que se adaptaba por lo general poco a sus cualidades como escalador de fondo. En cambio, siempre lo intentó, como así lo atestiguan los podios conseguidos. De hecho, tras ganar el Tour de 2008 se plantó en la línea de salida de Granada portando el dorsal número 1. Un pequeño homenaje.
Pese a haber hecho historia y quizá no ser el ciclista más llamativo de su generación, de su época o de los últimos tiempos, Sastre sí demostró una gran inteligencia en las decisiones a tomar, pensando en el largo plazo, prediciendo el crecimiento de un equipo al que ayudó sobremanera a evolucionar y a dar pasos hacia lo que después fue: una cuna de talentos de primer nivel y uno de los mejores equipos del mundo.
Foto: Sirotti
Escrito por: Lucrecio Sánchez (@Lucre_Sanchez)