Me cuesta comprender el miedo que existe a la crítica, lo fina que es la piel con respecto a los aspectos políticamente correctos, los que tienen una respuesta automática que nadie podría jamás rebatir sin enfangarse entre acólitos que siguen cual mosquitos las opiniones fáciles. Para los más despistados, hablo de los casos de Mikel Landa y Alejandro Valverde. Sus actuaciones en el pasado Giro de Italia han sembrado la polémica y disparado los comentarios. Landa se clasificó tercero, regresando al podio final que abandonó en 2015 para llenarnos a todos de esperanzas que se alejaban cada año por un segundo, por ocho, por una caída… y cuando llega, cuando cumple los deseos del “landismo” e incluso de sus detractores, hay dudas, críticas, luchas entre las luces y las sombras.
Ese punto de vista es entendible, el que valora que un corredor que ha sufrido todo tipo de desgracias haya por fin encontrado luz. Y creo que nos alegramos todos por ello. Sin embargo, si nos referimos al aspecto meramente ciclista, el análisis puede ser bastante más profundo. Hay expertos que refieren al podio como aquel consuelo que encuentran los que han intentado ganar. Y es lógico, un segundo puesto es ser el primero de los perdedores, o el segundo más fuerte de un pelotón de 180 almas que han preparado la misma carrera que tú y no han sido capaces de superarte. Ésas son las conclusiones que ha podido obtener, por ejemplo, Richard Carapaz, que pese a no encontrar las piernas que esperaba, sí que ha intentado todo lo que ha tenido para hacerse con su segundo Giro de Italia.
La sensación que deja Mikel, sin embargo, es que fue bastante ofensivo hasta que Joao Almeida se cayó de la clasificación por dar positivo en COVID. A partir de ahí simplemente se dedicó a contemporizar y conservar un tercer puesto que quizá hubiese conseguido igualmente de haberse mostrado algo más ambicioso. Por un lado es entendible que con toda la historia de caídas e infortunios opte por ser conservador. Pero teniendo al cuarto a una distancia sideral, bien podría haber buscado la forma de insistir para aprovechar una ocasión única de ser primero… o incluso segundo, ya que se conocía la debilidad de la maglia rosa.
Decir simplemente esto ya es motivo para la indignación de las redes. No se puede criticar a un ciclista por tener mucho mérito lo que hacen, por lograr una clasificación buena, pero de una forma que no representa los valores deportivos de un corredor del que se esperaba otra forma de llegar al éxito. Nadie se acordará de este podio en unos años, al igual que nadie tendrá buen recuerdo de la victoria de Hindley, que merece una crítica todavía mayor que el español.
Llegamos a un punto en el que no vamos a poder protestar por nuestro equipo de fútbol, ni siquiera por política, ya que ser presidente o alcalde tiene una gran dificultad y hay que conformarse con las buenas intenciones. Hablamos de deporte profesional. Y en la élite hay exigencia y crítica. Es parte del juego.
Escrito por Jorge Matesanz
Foto: Fabio Ferrari/ LaPresse / RCS Sport