Opinión

Las edades del ciclismo

Se entiende por ciclismo moderno el de los ataques lejos de meta, a veces, a tanta distancia que parece imposible que estos corredores modernos puedan sostener el esfuerzo, pero lo hacen. Es un ciclismo agresivo que, aparentemente, desconfía de la victoria calculada. Es el ciclismo de los Wout Van Aert, Mathieu van der Poel, Julian Alaphilippe, Primoz Roglic, Tadej Pogacar, Remco Evenepoel y compañía. Corren como si antes que ciclistas fueran ellos mismos aficionados. Saben que su forma de hacerlo divierte al espectador y también saben que corren para los que estamos en el sofá.

El ciclismo «no moderno» era aquel en el que la dominación hegemónica de un equipo, el Sky, era el espectáculo. Pero ese espectáculo tenía un cierto aire monótono, el poder de la estrategia limitaba mucho la alternancia. Había poca incertidumbre, o al menos, se recuerda como si todo fuera muy previsible…

A pesar de la grandilocuencia de la etiqueta «moderno», en realidad, se trata simplemente de una frontera entre generaciones, muy útil para la conversación periodística; pero sin la profundidad necesaria para marcar una época.

El hito fundamental del ciclismo —como de cualquier deporte— es el momento en que se retransmite en directo. La radio y sobre todo la televisión lo transforman para siempre. El primer ciclismo era un ciclismo de aventura, donde lo crucial era sobrevivir y superar las dificultades de un recorrido imposible. Una aventura individual que contaban los periódicos al día siguiente. El aficionado tenía que leer las crónicas y el periodista solo podía ofrecer una narración parcial de lo que había ocurrido. En esas historias dejan rastro los huecos, las omisiones, lo que nunca se sabrá. Se sabe que llegó pero no cómo, se conoce que abandonó pero no por qué. Inevitablemente, esas zonas oscuras del relato, pertenecen a la imaginación y a la épica. De estos episodios surgen las comparaciones entre ciclistas, las rivalidades que tanto interesan a los lectores, el juego de héroes y villanos. Una historia por entregas, de fuertes y débiles, de astutos e ingenuos, pero sobre todo de valientes. Aquel primer ciclismo solo podía leerse al día siguiente, y en gran medida, la emoción del lector dependía del narrador. Ese primer ciclismo puede leerse en ‘El Tour de Francia’ de Mario Fossati o de cómo necesariamente había que escribir las gestas en primera persona.

Con la televisión aparece el espectador. Las cosas suceden ante nosotros, y la emoción la transmiten directamente los ciclistas. Ellos son los primeros que lo saben, tienen que ganar, pero también tienen que hacerlo de la forma que más entretenga al público, al de la televisión más que al de la cuneta. Manda el espectáculo, por eso los recorridos —los organizadores— siempre buscan encender la llama del público, con la idea de que crezca para garantizar la supervivencia. Los ciclistas nunca han sido ajenos a los gustos de su público y desde que son conscientes de que existe —el público— han tratado de satisfacerlo. No siempre lo consiguen, pero siempre lo han intentado. Todo héroe sabe que tan importante como la victoria es el modo en que se logra. No es lo mismo aprovecharse de una avería que lanzar un ataque suicida a sesenta kilómetros de meta. El espectáculo no depende del final, es el desenlace el que depende del nudo. Una obra sin argumento es simplemente una pantomima.

Escrito por: Pablo Baquero Sánchez
Foto: @ACampoPhoto

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