No seré yo quien minimice el indudable progreso de la Vuelta bajo el mandato de Javier Guillén. El mero interés que genera la carrera, ya no solo en el ámbito de los aficionados sino en la implicación general de los equipos lo hace bastante visible. Una carrera más reconocible, con una personalidad diferencial que poco a poco han ido incorporando las otras dos grandes y muchos momentos que llevarse a la boca. Sin embargo, el menú presentado para 2022 supone un amplio retroceso a épocas pretéritas, aquellas que pensábamos desterradas para siempre de una organización que ha destacado en los últimos años por ofrecer vanguardia e inconformismo.
Sí, no se dejan de estrenar nuevas cimas y se ahonda en alguna parte de la personalidad de la carrera, como puedan ser los finales en alto. Pero da la sensación de que se ha recurrido siempre a lo fácil, al reduccionismo de la competición a los últimos kilómetros, cuando precisamente ese otro ciclismo tan añorado ha sido el mayor protagonista de la Vuelta en los últimos años. 2021 suponía un punto intermedio entre modernidad y clasicismo. No alcanzo a comprender por qué se ha optado por un recorrido así, tan escaso en puertos de paso como excesivo en etapas que dejan frío a cualquier amante de los recorridos. La ausencia de una etapa reina o de verdadera alta montaña es preocupante.
El Tour bien parece haber tomado el papel de la Vuelta en los últimos años. Muchos finales en alto, sin demasiado que llevarse a la boca antes de ellos y etapas incompletas. Incluso las que llegan a Granon y Alpe d’Huez dejan la sensación de que les falta un gran puerto o que están ajustadas para que pasen cosas sin pasar nada definitivo. El ciclismo, por otra parte, va por otros derroteros, como Pogacar demostró en 2021, donde demostró que ningún recorrido ambiguo podrá impedir que alguien exprese su incontestable superioridad.
El Giro ha mejorado mucho en la media montaña. Tiene etapas reconocibles, aunque vuelve a pecar en las de alta. Ninguna etapa sobrepasa con holgura los 200 kilómetros y, se podría decir que las etapas reinas están muy rebajadas.
Es una clara llamada a las figuras y que pierdan el miedo a participar en una carrera a la que celebrarse en mayo le hace poco favor. El miedo a quemar el motor de cara al Tour es su gran enemigo. En cambio, seguramente se quede a medio camino entre contentar a las estrellas y a los aficionados, el gran soporte moral de un Giro que necesita recuperar su esencia y mantener rumbo.
En lo que las tres grandes coinciden es en el maltrato de las cronos. La Vuelta encontró una línea que ha sido seguida en mayor o menor medida por las otras dos. No por ello deja de ser llamativo cómo se margina una especialidad que ha regalado tantos buenos momentos a lo largo de la historia.
Escrito por Jorge Matesanz (@jorge_matesanz)
Foto: Luis Ángel Gómez / Photo Gomez Sport