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Las Grandes Vueltas de Fabio Aru

El italiano Fabio Aru pasó por el ciclismo como un ciclón. Sus años previos a estrenarse en el pelotón profesionales estuvieron plagados de comentarios halagadores y los futurólogos aventuraban que iba a tratarse del relevo natural de Vincenzo Nibali al frente de la armada italiana. Para más inri, corría con el siciliano y también nació en una isla (Córcega). Más paralelismo, imposible.

Debutó en un Giro de Italia complicado, el de 2013, donde las nevadas fueron las protagonistas. Aún así, tuvo terreno para lucirse, con una subida bastante digna a Tres Cimas de Lavaredo que le valieron entrar in extremis en las notas positivas de aquella edición. Ayudó a Nibali a ganar por fin el Giro y mientras el campeón se centraba en intentar alcanzar el sueño de ganar el Tour, Fabio iba a tomar las riendas del equipo en la gran vuelta de casa. Sería interesante su primera irrupción como líder, ya que al podio final en Trieste se le unió una victoria de etapa que servía más como premonición.

En Montecampione habían ganado sólo dos ciclistas en la historia del Giro de Italia: Bernard Hinault y Marco Pantani. Ambos se impusieron en sendas ediciones, algo que no iba a suceder en esta ocasión con Aru, pero que sí iba a significar que no era cualquier ciclista y que su talento emergente era cada vez más una realidad. Como tal, se iba a estrenar en la Vuelta a España de aquel año, una trayectoria pues muy Nibali, que encontró en la ronda española su primera gran victoria. Aru fue quinto al final de aquella Vuelta, pero su gran botín fueron los dos triunfos de etapa que consiguió, además en etapas importantes para los hombres de la general.

En San Miguel de Aralar se impuso a todos los hombres fuertes con un ataque que indicó buenas piernas y todavía permisividad por parte del grupo de los favoritos. En Monte Castrove hizo comandilla con Chris Froome, quien estaba intentando ganar la carrera ante un imposible Alberto Contador. Al pinteño precisamente se iba a enfrentar en su próxima grande, de nuevo el Giro y de nuevo como jefe de filas del Astana. Esta vez no tenía a su lado a Nibali como en 2013 o a Scarponi como en 2014, sino a Mikel Landa, que en aquellos momentos no tenía relevancia en la clasificación general, pero cuya relación con el italiano iba a resultar la clave de la mejor temporada de la carrera de Fabio Aru.

Porque el vasco se convirtió sin esperarlo ni él ni nadie en el mejor escalador de la temporada, y corría al lado de Aru. Ese dúo con el italiano le iba a dar muchas alegrías al conjunto kazajo. Con el maillot azul cielo fueron haciendo diabluras durante las dos primeras semanas, pero la última fue directamente una obra de arte ciclista. La subida al Mortirolo comenzaba con Contador un minuto por detrás, de rosa, y con los Astana poniendo paso cuartelero para intentar eliminarle. No sólo no pudieron, sino que se dio la vuelta a la tortilla y era el español quien ponía contra las cuerdas al italiano. Landa acompañaría para hacer de freno y ganaría la etapa.

Las etapas más bonitas estaban por llegar y en Cervinia Aru obtuvo ventaja sobre sus competidores. Un día más tarde, en la durísima etapa de Sestrieres, se montaría un zafarrancho provocado por Landa en el temido Finestre. Allí Contador falló y Aru se marchó pendiente arriba, ya en la tierra, para intentar darle el golpe de gracia y ganar así el Giro. Por delante, Landa era obligado a parar para asistir a su compañero de equipo, que estaba cerca de poner en aprietos a un gigante del ciclismo internacional. Contador reguló perfectamente y pese a la pérdida de tiempo jugó con su sangre fría y el colchón de tiempo que había acumulado. Aru ganó su segunda etapa en aquella edición, ambas conseguidas de forma consecutiva.

Segundo clasificado final, era tiempo de descansar y preparar la Vuelta, donde ya partía como uno de los grandes favoritos. En Andorra sucedieron muchas cosas. Una etapa infernal provocó que el líder Dumoulin sufriera ante el italiano, que apretó en la subida final y se vistió de rojo pese a que Landa, quien ganaría la etapa, no se detuvo para esperar al jefe de filas y abrir así más hueco. Una vez sí, pero dos no. Aru no hizo sangre con aquel entendible pero mal gesto de su compañero e inteligentemente le mantuvo conectado para la causa. En Asturias se jugó todo en márgenes de pocos segundos, pero Dumoulin fue cediendo aún así.

En la crono de Burgos recuperaba el neerlandés el liderato y así llegaba todo a la última etapa montañosa, donde los Astana aplastaron al entonces líder de la carrera. La ventaja que tenía era de seis segundos sobre Aru, apenas un suspiro. Landa apretó la marcha en La Morcuera y el resto es historia de la Vuelta y del ciclismo. El italiano ganaría su primera y a la postre única gran vuelta gracias en gran parte al diferencial que ejercía Landa y a su determinación y constancia. Llevó el cuerpo hasta el límite en los momentos clave y fue un más que justo ganador de la Vuelta.

En 2016 esperaban retos aún mayores. El deseo del sardo de debutar en el Tour se llevaría por delante la opción de terminar de conquistar el Giro, donde estaba escalando posiciones hasta haber quedado segundo en 2015. Pero Nibali era el capo y el siciliano había escogido el Giro para anotarse su segunda victoria en la corsa rosa. Pese a no estar en su mejor versión, Aru fue manteniéndose entre los primeros de la general, si bien cuando llegaron los Alpes tanto él como su equipo siguieron una estrategia absolutamente suicida que acabó con su gran actuación.

El ritmo en la última etapa de montaña fue a cargo del Astana, que tenía a Nibali por delante para pelear por la victoria parcial. Era un día lluvioso, con niebla que ponía en riesgo en las subidas y en las bajadas la estabilidad de los ciclistas. Nibali no arriesgó en el descenso del Joux Plaine y Aru se derrumbaba en sus rampas de ascenso hasta perder cerca de 18 minutos en la meta de Morzine. De ser sexto pasaría a ser decimotercero en la clasificación final. Y eso que los favoritos se tomaron el día con mucha calma. Había perdido la ocasión de finalizar en una posición más que digna en su estreno a cambio de intentar el asalto al podio.

Una maniobra valiente que aplaudir, sin duda. Y un aprendizaje que le iba a valer para la edición siguiente, la de 2017. De nuevo líder del Astana, con Nibali ya en otra escuadra, y con un gran inicio. Ganó la etapa de Planche des Belles Filles, además con el maillot de campeón italiano. Una foto de nuevo muy parecida a la que protagonizó el propio Nibali en el mismo escenario tres años antes, en la edición que el italiano se anotó en el palmarés.

Se colocó tercero en la general, segundo tras la durísima etapa de Chambery, donde tuvo un rifirrafe con Froome, y lejos de arrugarse se creció en la etapa de Peyragudes, que ganó Bardet. Fabio disputó la llegada en la rampa final y obtuvo el premio de vestir el maillot amarillo de líder. Durante tres días lució el amarillo en el maillot, pero poco a poco fue perdiendo fuelle hasta mantener una digna quinta plaza final. Fue su mejor Tour, sin lugar a dudas. Victoria en las tres grandes y la suerte de haber podido lucir los tres maillots de líder.

En 2017 también disputaría la Vuelta, aunque le sucedió lo mismo que en el Tour. Fue perdiendo fuelle tras un inicio muy interesante, ubicado en los grupos de los mejores en las numerosas etapas montañosas y demostrando que podía ser un candidato perfecto para auparse de nuevo al podio. En la etapa cántabra fue valiente y atacó de lejos, sin resultados. Aunque aquello le reivindicó. En cambio, la etapa del Angliru, la última, le pasó factura y le sacó del top ten. Esta vez fueron 15 minutos. Fue su última gran vuelta competitiva, porque desde ahí fue poco a poco apagándose el talento de un gran corredor.

Fichó por el UAE y sus resultados lejos de ir a mejor se disiparon. El Giro de 2018 ya se le veía sufrir en exceso en la primera llegada en alto relativamente seria, el Gran Sasso. Si en esa ascensión lo pasaba tan mal, poco se podía esperar del sardo en las etapas de alta montaña. En la primera de ellas, la que escalaba el Finestre que le encumbró, se bajó de la bicicleta y sería sin saberlo su final en el Giro de Italia. Y eso que hasta la etapa de Sappada, donde perdió sus opciones a la general, se había sabido mantener dentro del top ten.

© Gian Mattia D’Alberto – LaPresse

En la Vuelta, un caso parecido. Intentó estar en carrera, pero poco a poco se fue diluyendo y finalizó en un discreto 23º lugar en la clasificación final. En 2019 se centró en disputar el Tour y no lo hizo mal del todo, siendo 14º tan sólo una posición por debajo del año de su debut. Aquí fue entrando poco a poco en carrera y remontando posiciones, pero las carreras de tres semanas aunque son largas tocan a su fin y tuvo que conformarse con las buenas sensaciones. En la Vuelta se encontró algo peor pese al mejor inicio, con buenas etapas en Calpe y Mas de la Costa. Cortals d’Encamp, donde la carrera regresaba después de aquel etapón de 2015 y donde Aru lució su primer maillot rojo, pero esta vez las sensaciones fueron mucho peores.

Finalizó la etapa el 143º, en la grupeta, a más de media hora de Tadej Pogačar, quien ganaría aquella etapa. Abandonó a la llegada a País Vasco. En 2020, con la pandemia en su apogeo, decidió centrarse en el Tour de Francia, pero no llegó a terminar los Pirineos y se bajó en la novena etapa, la que llegaba a Laruns. Sería su último contacto con el Tour de Francia, al que no regresaría más. Aún le quedaría un pequeño y emotivo episodio ya en las filas del Qhubeka en la Vuelta, en la que no logró ningún resultado relevante, pero fue recibiendo el cariño del público al conocerse su retirada del ciclismo profesional.

© Photogomezsport

Escrito por Lucrecio Sánchez

Fotos: Sirotti

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