En un anterior artículo se analizó la situación decadente del ciclismo en dos de sus naciones “históricas”, Italia y España. En ambos casos se vio cómo el dopaje, la crisis económica de 2007, la introducción del ProTour e incluso la siniestralidad en las carreteras, han contribuido al declive actual, en el que faltan carreras, equipos o corredores. Ahora ha llegado el momento de analizar el caso de otros ciclismos históricos, el francés, el belga y el neerlandés.
En estos países el ciclismo goza de buena salud, en el caso francés con un nutrido calendario nacional y varios equipos en la élite, y en el caso belga y neerlandés con algunos de los equipos y de las estrellas más deslumbrantes del panorama actual. El nexo común de los tres países es la popularidad: ello se debe a no contar con una competencia muy fuerte de otros deportes, sobre todo en el caso belga (y en menor medida en el francés).
Comencemos por Francia. El ciclismo francés todavía cuenta con un buen calendario, especialmente numeroso en carreras menores, muchas de ellas resistiendo a los tentáculos de ASO gracias a la contribución de periódicos y pequeños patrocinadores locales. Es un ciclismo de baja intensidad, alejado muchas veces de los focos, pero estimulante para los equipos que disputan la Copa de Francia y todavía atractivo para cierto público, aunque algo avejentado. Además de ello, el ciclismo francés cuenta con cuatro equipos en la élite, con derecho directo a participar en las grandes citas del año.
¿Dónde hay que buscar el origen de esta buena salud en comparación con los ciclismos de sus vecinos españoles e italianos? En ASO, aunque resulte paradójico. Si bien el gigante editorial puede considerarse una amenaza para la existencia de este calendario menor, sirve a modo de red o paracaídas que permite la existencia y longevidad de los equipos franceses.

Solo con la presencia asegurada en las grandes citas, las que dan una visibilidad mundial, es posible seguir manteniendo unos equipos no siempre ganadores, que a su vez dotan de colorido y participación a las pequeñas carreras que mantienen vivo al ciclismo francés desde las categorías inferiores.
Todo ello ha permitido mantener a patrocinadores muy longevos (Cofidis y La Française des Jeux llevan desde 1997, Ag2r como copatrocinador desde 1998) y estructuras fieles (como la de Bernaudeau, con diferentes patrocinadores desde 2000). Son equipos que, suceda lo que suceda, tienen casi asegurada la participación en el Tour y en algunos casos, como el de Cofidis, incluso también en la Vuelta.
También hay que señalar que el ciclismo francés ha gozado siempre de una enorme popularidad, al no contar quizá con una competencia tan fuerte del fútbol como sucede en Italia o España. El fútbol fagocita y corroe con sus discursos todo lo que toca. En ese caso es significativo el tratamiento y el espacio tan diferente que concede al ciclismo L’Équipe en comparación con el prava de RCS, La Gazzetta dello Sport.
En un caso ocupa todavía portadas, mientras que en el otro queda arrinconado a las esquinas de la portada ante cualquier Atalanta – Udinese. Todo ello se debe al apoyo institucional que recibe el Tour como escaparate del país y al hecho de que el aficionado medio francés, ahora quizá ya algo mayor, se mantuvo firme en el periodo más comprometido del ciclismo francés, el comprendido entre 1999 y 2009. Fueron años complicados para el ciclismo francés, en los que los escasos resultados se justificaron con el relato de las dos velocidades, pero sin los que no se entiende el parcial renacimiento que comenzó a experimentar el ciclismo francés desde 2014 en adelante.
A día de hoy, el ciclismo francés es el que cuenta con más corredores World Tour, nada menos que 83, un dato algo hipertrofiado, debido a que los equipos franceses siguen contando principalmente con corredores nacionales, no habiéndose sumergido en el proceso de internacionalización tan característico del presente. En el caso belga (aunque cabría decir flamenco) sucede algo parecido, aunque multiplicado por diez. El ciclismo se ha acabado convirtiendo en parte de la esencia de Flandes, al igual que los pintores del siglo XV o las grandes plazas del tardogótico.

La red de carreras locales y de pequeños patrocinadores es infinita, porque tienen su público, que se extiende incluso durante el parón invernal con la disciplina hermana del ciclocrós. En los últimos tiempos, el ciclismo flamenco ha seguido creando y acrecentando una mitología alrededor de sus carreras más destacadas, al mismo tiempo que logra sacar a la luz a algunos de los talentos más deslumbrantes de la actualidad. Con 58 corredores, son la segunda nación con más ciclistas en el World Tour.
No siempre ha sido así, todo hay que decirlo. Hubo tiempos dorados, como los años sesenta o setenta, en los que si se repasa cualquier clasificación de una clásica al azar es posible encontrar un 50 % de representantes belgas en los 10 primeros. Esa preponderancia comenzó a apagarse de forma lenta en los años ochenta, cayendo de forma drástica en los noventa. Algunos apuntaron a que ese bajón repentino se debió a la sustitución de los viejos métodos de dopaje del ciclismo belga, relacionados con el tristemente famoso pot, por la EPO llegada de Italia. Fueron años difíciles para los belgas que no emigraron al ciclismo italiano.
Todo ello se manifestó en la presencia de un único equipo belga entre los mejores durante el periodo comprendido entre 1993 y 2003. En esos años tan solo el Lotto corrió el Tour de Francia, aunque la mitad del GB-MG primero, y del Mapei-GB después, fuese belga. La primera mitad de los noventa contó incluso con una generación perdida, que no llegó a cuajar, a pesar de las grandes expectativas creadas en sus primeros años: Jan Nevens, Herman Frison, Sammie Moreels, Peter Farazijn… Ahora sucede lo contrario:
el año pasado, los belgas volvieron a conseguir un triunfo en una gran vuelta con Evenepoel en España, algo que no sucedía desde mayo de 1978, con Johan De Muynck en el Giro.
De todas maneras, esa popularidad enorme del ciclismo belga nunca se ha traducido en grandes equipos o patrocinadores estables. Son conocidos los equilibrios y componendas de la estructura de Lefevere para encontrar patrocinadores (este año su maillot parece el de cualquier equipo profesional italiano). También Intermarché – Circus – Wanty presenta un maillot plagado de anuncios, algunos microscópicos. Si en una pierna anuncian cerveza valona, en la otra lo hacen con un vino italiano.
En el caso de Lotto, nunca ha sido un equipo puntero, aun encontrándose siempre entre los mejores. Precisamente esta temporada no figura por primera vez en el World Tour, dados los malos resultados en el trienio anterior. Aun así, el número de equipos belgas permanece inalterable desde 2021, fijado en tres. Este año el tercer equipo es el Alpecin – Deceuninck, ya en la primera categoría después de ser durante las tres temporadas previas uno de los equipos con más triunfos en el pelotón.
Y por último, en el caso de los Países Bajos también se vive un periodo de crecimiento, no tanto por el número de equipos en la élite (tan solo dos), sino sobre todo por la presencia de ciclistas neerlandeses en las primeras posiciones. Nunca ha sido el ciclismo el deporte más seguido en los Países Bajos, donde la competencia del fútbol y del patinaje de velocidad es mucho mayor.

Pocos ciclistas provienen de las grandes ciudades, teniendo el ciclismo un carácter fuertemente rural e incluso fronterizo. Tampoco ha sido nunca el calendario ciclista neerlandés muy numeroso (podría decirse que otros países, como Suiza, le ganan claramente en este apartado). Pero a pesar de estos inconvenientes, el ciclismo neerlandés cuenta desde los años sesenta con una presencia constante entre los grandes del pelotón.
En estos momentos, los Países Bajos están disfrutando de un periodo de crecimiento, aproximadamente desde 2015. Superada la crisis que azotó a Rabobank en 2013, en 2015 y 2016 el ciclismo neerlandés rozó el triunfo en la Vuelta y en el Giro, con Dumoulin y Kruijswijk respectivamente. A día de hoy, pasado cierto tiempo, la forma en cómo perdieron ambas carreras se recuerda más que la victorias finales de Aru y Nibali.
Las tornas cambiaron en 2017, con el sufrido triunfo de Dumoulin en el Giro, con el que se rompía
una sequía de 37 años sin ganar una gran vuelta. Desde entonces ha seguido el conteo de triunfos, con la Lombardía de Mollema y los triunfos más recientes de Van der Poel en Flandes, Sanremo y Roubaix, con el elemento negativo de la conversión del propio Dumoulin en un muñeco roto. Pero de todas formas el ciclismo neerlandés parece alejado de su periodo dorado, que si bien no lo fue en grandes triunfos, sí lo fue en grandes equipos.
Ese Golden Eeuw puede situarse entre 1989 y 1992, años en los que cuatro equipos neerlandeses disputaban el Tour de Francia, siendo tres de ellos de los mejores del pelotón (PDM, Panasonic, Superconfex / Buckler y, situado un escalón por debajo, TVM). Desde la creación del ProTour en 2005, el equipo Rabobank, heredero del Kwantum y del Superconfex, ha estado bastante solo en la élite: tan solo en el periodo comprendido entre 2011 y 2013 le acompañó Vacansoleil. Ahora lo hace DSM, estructura que ha ido oscilando entre su filiación alemana y neerlandesa.
Así pues, los ciclismos de estas tres naciones cuentan con un presente bastante normalizado y un futuro esperanzador, en el que ya se vislumbran las posibilidades de las figuras que están por llegar, como Lenny Martinez, Romain Grégoire, Cian Uijtdebroeks, Arnaud De Lie u Olav Kooij.
Escrito por Ignacio Capilla
Fotos: RCS/LaPresse // Photogomezsport // ASO-Ceusters