No, Alpecin no tiró a Degenkolb en Roubaix. No al menos de forma voluntaria y consciente. Van Aert no hizo nada mal tácticamente. ¿Su equipo? Tal vez elegir mal los neumáticos. O las presiones, no lo sé. Lo que sí es que en esta carrera Wout, desde mi punto de vista, corrió como debe. Es decir, buscando la carrera y tomando la iniciativa. Si después pierdes, has perdido. Además, la suerte no se puede controlar. Sí sus consecuencias. Al final la fortuna es un tanto como el programa vintage de ‘Humor Amarillo’, donde abres puertas y no puedes imaginar lo que se encuentra detrás. A veces es una piscina de fango, otras un cañonazo a bocajarro, otras el éxito. ¿Quién sabe cuál es la puerta buena?
¿Quién tuvo la culpa en el choque de trenes en Carrefour de l’Arbre? En mi opinión el mismo que del pinchazo de Van Aert, la diosa Fortuna. Un escenario en el que Van der Poel avisa de su ataque por la radio, o en el que Philipsen se aparta para hacer hueco a la arrancada de su líder son dos visiones perfectamente posibles. Degenkolb piensa y actúa al mismo tiempo que los Alpecin. La casualidad es llevar dos o más variables al mismo eje de coordenadas. Así tropiezan las personas unas con otras por la calle. Coincide, sucede.

Lo que no se valora es qué hubiese pasado si el ciclista de DSM no se hubiese asomado al balcón. Porque a lo mejor en tal caso hubiésemos tenido caída del feliz ganador del día. John ayuda a equilibrar las posiciones de dos fichas del dominó y sacrificó una, la del propio ciclista alemán. Mala suerte. A Sergio Higuita le pasó en la Itzulia con Juanpe López. Según algunos, porque admite interpretaciones, claro. Lo que sí me deja en claro el accidente es que se debería prohibir no circular por fuera del tramo adoquinado. Puestos, se podrían permitir los atajos u otras ventajas a las que pueda recurrir la pillería del ciclista. ¿O no?
El rutómetro marca tramo adoquinado, no tramo de tierra lisa por donde progresar en un grupo o hacer un tramo de la etapa con mayor comodidad. Además, con objeto de la seguridad en la que tanto ahínco ponen en ocasiones, los tramos fuera de pavé son peligrosos en tanto que puedes chocar con algún aficionado despistado. No hubiese sido el primero ni, por desgracia, será el último aún yendo por el trazado de la carrera, como para ir por fuera del mismo. Quién sabe si detrás de la siguiente puerta había un aficionado en lugar de un Alpecin.

Sobre Jumbo, algo se debió mejorar. Cuando tus dos mejores bazas en la carrera pierden sus opciones por pinchazo es que algo no funcionó como se esperaba. Van Aert había echado muchos balones fuera en la previa en una táctica muy Contador, alias ‘pinocho’ en estas situaciones tácticas y mentales. Despistar a tu rival es básico para enfrentarte a él aturdido. El problema es cuando los de enfrente se la saben o han trabajado demasiado el esquema que van a emplear. Y hay pocos corredores mejores que Van der Poel en la estrategia. Ganó bien en San Remo, aprovechando el vacío de sus rivales en la cima del Poggio, y ganó bien en Roubaix, demostrando que teniendo la sartén por el mango se elaboran mejores manjares.
Después estuvo el humo naranja, también la célebre foto que pasará a la historia por contener a Philipsen celebrando de fondo la victoria de su compañero con Van Aert observando la escena y siendo batido por su compatriota en meta. Aún les quedaba una vuelta, pero el de Alpecin parecía ir sobrado de confianza. La cara del ciclista de Jumbo Visma en el podio era un auténtico poema, pero lorquiano, de frustración, de nostalgia. Bucólica la imagen del triunfador duchándose rodeado de periodistas. Aunque esa escena se parecía más al ‘Give peace a chance’ de John Lennon.
Escrito por Jorge Matesanz
Fotos: ASO / Ballet