Laurent Fignon nació y falleció en París. Coetáneo de Pedro Delgado, vivió únicamente 50 años, edad a la que falleció a causa de un cáncer. La capital francesa le dio la vida y le vio perderla, algo similar al ciclismo, ya que su ciudad le elevó a la gloria y al mismo tiempo a la frustración de la derrota. La derrota, además, más dolorosa posible. Como consuelo, mejor perder y pasar a la historia, aunque sólo sea por recibir el tartazo en la cara el último día. Ocho segundos tuvieron la culpa. Apenas el tiempo que se tarda en ir de la cocina al baño, en subid y bajar de un autobús. Un titular que antecedió al clickbait y que pese a haber sido campeón del Tour de Francia en dos ocasiones, hace que se recuerde más esa edición en la que no ganó, en la que fue derrotado por el cruel destino de la aerodinámica, dicen.
Robert Millar fue conocido en España como “el escocés del pendiente”. En esa simplificación de la descripción del ciclista extranjero que luchaba contra los nacionales, a Laurent Fignon se le apodaba “el francés de la coleta”. Aún hoy los más viejos del lugar recuerdan ese nickname que hacía honor a su pelo largo, más largo de lo habitual en un ciclista, que normalmente tiende a buscar el corte más ligero para luchar contra el viento. Y es que Fignon estaba acostumbrado desde sus inicios hasta sus días finales a pelear contra los elementos, a tenerlos todos en contra.
Hablamos de un corredor que fue capaz de surgir con fuerza en la época de mayor esplendor de Bernard Hinault. Casi nada. Incluso desde su propia corte pretoriana. Aprovechó su momento al máximo, ganando el Tour de su debut en el mismo equipo que el cinco veces ganador. El ‘Caimán’ no partió en la ronda gala debido a una lesión que sufrió en la Vuelta a España, así que Fignon no supo hacer otra cosa que ganar en París y alzarse como un nuevo gran dominador francés. Repetiría éxito en 1984. Dos participaciones, dos victorias. Esta vez con su ya ex compañero de equipo en la segunda plaza. Fue el primero en batirle en grandes vueltas, ya que llevaba un ocho de ocho que tras cruzarse en el camino del ‘profesor’, otro de sus apodos por su look intelectual con sofisticadas gafas a cuestas, pasó a ser un ocho de nueve. Ganar a Hinault no era nada fácil aquellos días. Es más, sólo él y LeMond lo pudieron hacer realidad en todos los años de carrera del mito.

Esa fue otra disputa. Tras unos años de rendimiento más bajo debido a una lesión de rodilla, llegó el Tour de 1989. Él había campado a sus anchas en el Giro de Italia de aquella edición y soñaba con el doblete que Stephen Roche había firmado dos años antes. Era el año en el que Delgado se auto descartó por aquella salida tardía en Luxemburgo. A la postre, sería el más fuerte en montaña, pero todo iba a estar entre el “francés de la coleta” y el tecnológico LeMond. Ganó el norteamericano estrenando lo que hoy se conoce como manillar de triatleta. Una innovación que ayudó a su performance en contrarreloj, quizá el detalle que marcó la diferencia, esos ocho segundos que quedaron en el recuerdo colectivo y que aún hoy recuerda gente que ni siquiera es aficionada al ciclismo. Las lágrimas de Laurent en su ciudad pasaron a la posteridad.
El paralelismo entre Fignon y LeMond asusta. Ambos sufrieron en sus carnes el cáncer. Ambos fueron los únicos en derrotar a Hinault en grandes vueltas. Ambos ganaron el Tour por primera vez compartiendo equipo con el pentacampeón. Antes de ese 1989 sus carreras sufrieron altibajos, casi a la vez, aunque por distintos motivos. Era un duelo al que estaban destinados, como una final después de las semifinales jugadas ante el ‘tejón’. Fignon no volvería a ser el mismo. LeMond tuvo un año más. El año de diferencia en favor del francés (1960) frente al americano (1961), lo que hace que ambos dejen de rendir a la treintena exacta.

Aún así, hay más paralelismos. Alpe d’Huez vio a Laurent vestirse de amarillo por primera vez en el Tour. De amarillo, tal vez haciendo honor a la mostaza, ganó su primera etapa en la crono de Dijon, a punto de finalizar el Tour. Curiosamente, también se vistió de líder en la mítica cima. En la montaña alpina sentenció su primera edición LeMond, llegando de la mano con Hinault. Superbargneres fue otra de las cimas que muestra cierto paralelismo entre los dos campeones. El americano ganó en 1986 para castigar el esfuerzo innecesario de un Hinault que pagó en la subida final su arriesgada escapada. En 1989, de nuevo en la subida pirenaica, Fignon arrebató el amarillo a LeMond, que lo recuperaría unos días después en la cronoescalada a Orcieres-Merlette. Efectivamente, el corredor del System U recuperó la primera plaza en Alpe d’Huez, y la resistió hasta París. Nunca antes decir eso no significaba de por sí ganar el Tour. Fue la primera y única vez que la capital decidió el ganador.
A Fignon se le recuerda bravo, inconformista, irreverente y antipático cuando tenía el día cruzado. Quién no recuerda sus escupitajos a cámara o sus reacciones airadas y altivas en declaraciones o entrevistas. Nos dejó muy pronto como para haber vivido la época de Twitter y las tecnologías, pero desde luego que su hipotético perfil no hubiese dejado indiferente a nadie. Menos pelos en la lengua que en la frente.
Muy interesante y revelador su libro, donde se despide y denota el precio del éxito y los sacrificios a todos los niveles para alcanzarlos. Lo que nos queda es recordar su figura como ciclista, sus grandes triunfos e incluso derrotas. Nunca habrá un corredor igual, con ese halo de arrogancia y, sobre todo, ese carácter de campeón que hace que no le pudieras dar por vencido en ningún momento.
Escrito por Lucrecio Sánchez
Fotos: Sirotti