El tiempo da perspectivas fantásticas. Los personajes que circulan por el ciclismo en un formato o en otro terminan por pasar por diferentes fases de aprobación, admiración o rechazo. Desde el ciclista abnegado y admirado que pasa a ser un director deportivo conservador que provoca desgaste de uñas en los espectadores. Otros pasan de hacer declaraciones sublimes para los medios de comunicación por el juego que dan y la punta que se les puede sacar, pero se les acaba queriendo según el dicho de “alguien vendrá que bueno te hará”. Un clásico en nuestra sociedad.
Algo similar podríamos aplicar a Patrick Lefevere. Su obra a lo largo de los años es de un valor incalculable. Sostener proyectos tan poderosos y mantenerlos en la punta de la silla sin un ápice de tedio en ninguna de las carreras en las que compiten y buscando siempre el protagonismo que la dimensión de los corredores alineados les permite es de alabar. Victorias, victorias y victorias. Logradas además a través de dar la cara y mostrarse. Algo que no todos pueden decir con plantillas teóricamente mucho más cuajadas.
Son entrañables estas personas que llevan toda la vida en el ciclismo. Los mal llamados dinosaurios que ejercen una influencia más que real, que también, espiritual en el deporte en el que habitan. Controlan todas las variables, disfrutan de todo el espectro de posibilidades en su cabeza. Saben de antemano la jugada antes de que ésta ni siquiera esté en marcha. Parece que no están, pero siempre están. Son personas a las que con el paso de los años se juzga (para bien o para mal) y se recuerdan. En tanto tiempo, desde luego, da tiempo a acertar y equivocarse. Incluso a veces en una misma situación.
Como buen flamenco, el león interior de Patrick ruge pocas veces. Pero ruge. Esta temporada ha tenido más trabajo del habitual. Los ciclistas que han anunciado que quieren salir de su estructura han pasado un mal trago. Primero anunciando marchas a alturas muy tempranas de la temporada, lo cual suele derivar en apartar al ciclista del foco mediático, después rebelándose ante la tiranía del patrón, negándose a correr alegando lesiones inexistentes cuando se trata de competir con tu país. Un Gareth Bale de manual. El rugido se escuchó en las costas de Irlanda. Hasta en las oficinas del Bora, aunque poco se les pueda achacar a ellos. Todos recibieron el mensaje. Garra afilada.
Lefevere está inmerso en la nueva guerra de los superequipos. Un mal que primero asoló el fútbol y que ahora amenaza con hacer lo propio con el ciclismo. Esa guerra mundial por dominar el ciclismo, cada uno en su especialidad, amenaza la primacía de un proyecto que históricamente ha llevado la voz cantante en las clásicas y victorias parciales. Raro es el año que su equipo no esté en los ránkings de honor a final de temporada. En definitiva, es una vuelta a la lucha, a la búsqueda no sólo de supervivencia, que es algo más etéreo, sino de mostrar poder y fuerza ante los demás. Cual león, no vale con llevar en condición aseada tu manada. Sino hacer que ésta sea la que tome las iniciativas sobre el resto. La calidad suma, la actitud multiplica, dicen. Esa actitud se ve plasmada en sus galgos. El wolfpack, como se hacen llamar, pelea, lucha de una forma, de otra. Todo con la victoria entre ceja y ceja. Y cuando ésta no llega, hay rabia, enfado, incluso gestos evitables. Eso es tener el carácter del león. Ese reiniciar con una generación tan prometedora de ciclistas es para él volver al inicio, recordar cómo algunos de los jóvenes talentos que amamantaron se acabaron convirtiendo en leyendas. En un interesante juego de egos donde el suyo es el que prevalece. Nada sencillo.
León que niega, por ejemplo, la sección para leonas en un comentario desafortunado e innecesario, sobre todo, en la forma. El titular es muy potente y poco conveniente. Crear un equipo femenino no es una ayuda social. Las mujeres no necesitan limosnas. El ciclismo femenino ha nacido antes que él y seguirá adelante después. En todo caso, como decíamos antes, los errores son parte de la vida. Los personajes que llevan una vida en un mismo lugar sienten tanto acomodo que se pierde el cálculo. Sólo a veces.
Como ciclista en activo sólo disputó tres años. Le dio tiempo a ganar en Valladolid una etapa de la Vuelta a España. Eran otros tiempos, los finales de los años 70. Hinault todavía estaba iniciando su despegue hacia la leyenda. Él estaba tejiendo, sin saberlo, una tela de araña que sostendría en gran parte al ciclismo belga y europeo. Las arañas primero se convirtieron en leones. Después en lobos. Ahora vuelven las arañas. ¿Qué vendrá después?
PD: la referencia a Primitif es en referencia a una serie de exposiciones en Francia sobre el autor español Pablo Picasso bajo el nombre de Picasso Primitif. Una forma de referenciar el concepto de la esencia y vuelta a los orígenes de Lefevere sobre el que gira el artículo.
Escrito por: Jorge Matesanz (@jorge_matesanz)
Foto: Sirotti