En primer lugar, nuestro más sentido pésame a familiares y amigos de Lieuwe Westra, un corredor al que todos los aficionados de mi generación hemos disfrutado a lo largo de su carrera, primero en el combativo Vacansoleil, donde encajaba como un guante, y más tarde en el Astana de Nibali y Vinokourov. Formó parte de aquel equipo ganador del Tour en 2014 junto con el italiano, al que aupó en el pavé de Roubaix para ganar la distancia necesaria sobre sus rivales que le permitiría volar sin cadenas, sin la presión que conlleva subir o bajar con el destino esperándote en cada curva.
Westra lo dejó en enero de 2017 habiendo firmado un contrato con Wanty, un proyecto ilusionante que hoy día es conjunto World Tour. Algo no iría bien, con todo el respeto y la prudencia por las causas de su fallecimiento, que ha dejado helado al mundo del ciclismo. 40 años le contemplaban, un fallecimiento anti natura, uno más. Una tragedia humana más que ciclista. Según narran los noticiarios, una depresión le tuvo cautivo durante sus últimos años de vida. El aspecto mental, una vez más, rozando con fuerza el ciclismo.
Recuerdo una conversación con mi padre cuando era bien pequeño. Era sobre mi ilusión de ser futbolista. Él me contaba cómo la vida de un deportista era corta, cómo era necesario tener un plan ‘b’ y un plan ‘c’ por si los anteriores no salían como tenía previsto. La necesidad de estudiar, de prepararse para un futuro cada vez más incierto y más competitivo en todos los campos posibles.
Fue un gran consejo, como seguro el que muchísimas más personas han recibido en su casa. Pero últimamente me acuerdo de aquellas charlas debido a la aparición de casos como el de Thibaut Pinot, el de Tom Dumoulin y algún otro que por una u otra razón no han terminado de digerir la vida y el ciclismo, el ciclismo y la vida en el orden que se desee.
Porque el deporte es una práctica más de juventud, sobre todo a nivel profesional. Desde que seguimos el ciclismo sabemos que los campeones duran unos pocos años y que la carrera de un corredor rondará los 10 años de duración. Casos como el de Valverde son excepción y muy meritorias, sobre todo al más alto nivel. Ahora que los juniors pasan a la élite en un abrir y cerrar de ojos, veremos cómo las carreras a máximo rendimiento caen en edad. Una persona con 28 años puede estar ya absolutamente quemada para la alta competición, sobre todo a nivel psicológico.
Para todo ello hay que estar preparados y ser conscientes, que el ocaso de una carrera sea el inicio de otra, aquello de cerrar una puerta y abrir una ventana. Y ese trabajo es necesario, el poder de la mente es incalculable aún. Por eso cada vez el papel de la psicología en deportistas de élite es cada día más importante y más relevante a la hora de ajustarse, tanto en el durante como en el después. Habrá que comenzar a prestar mucha más atención al durante, que es donde se gestan todos estos problemas, aunque sea de una forma un tanto estructural y básica.
Obviamente, estamos hablando de personas, que se ven entremezcladas por emociones, influenciadas por presiones internas y externas, frustraciones y satisfacciones que no llegan. El ciclismo es un deporte muy absorbente, muy esclavo y eso es en ocasiones difícil de digerir. Día y noche, cuidarse, las tentaciones de una persona joven que quiere combinar el deporte con su vida personal.
Hablamos precisamente de personas de corta edad que aún tienen por fijar muchas variables en su propia cabeza, muchas incertidumbres por resolver en general y mucho éxito o fracaso por digerir. Y muchas veces un deportista de corta edad no se encuentra preparado para afrontar ninguno de los dos casos o la alternancia constante entre ambos.
Un día, otro día, una semana, otra semana, un año, otro año. Por eso los esfuerzos al máximo nivel tienen fecha de caducidad. Toda esa coctelera con los problemas que una persona pueda tener o haber tenido conforman una pócima complicada en ocasiones.
Escrito por Jorge Matesanz
Foto: Sirotti