El británico iniciaba su séptima Vuelta a España con optimismo. Las quinielas hace tiempo que ya no le dan ni siquiera como una opción, pero al haber transitado una especie de resurrección en el Tour de Francia y con lo sorprendente que es este ciclista, nunca se sabía. La lógica se impuso y Chris, luciendo el blanco del Israel Premier Tech, cedió incluso tiempo de sus compañeros en la contrarreloj por equipos inicial. Dos minutos, ciento veinte segundos. Nada menos. Todo para un potencial antiguo campeón del mundo contra el crono y un ciclista que ha sido capaz de las mejores actuaciones en muchísimos años si nos anticipamos, claro está, a los campeones multifuncionales actuales.
En Sky las cosas le iban bastante mejor. Acudía a su carrera predilecta y favorita, que era la Vuelta, y navegaba entre la opulencia que regalaba un equipo de seis estrellas sobre cinco. La peleaba y ganaba. Y sino, la perdía con bastante honor ante grandes del ciclismo internacional como Contador o Quintana. Verle rabioso buscar sus oportunidades de desbancar a líderes que eran claramente superiores en el terreno ascendente era síntoma de interés, de buena forma y de intención.

En la actualidad, pese a la leve mejoría del Tour, sigue arrastrando el pesado lastre de su palmarés y la exigencia que ello acarrea para dejarse caer en las clasificaciones. Los antiguos cuentan que gente como Fignon fue apagándose poco a poco, pero estando en la pomada, no desapareciendo de repente del mismo modo que irrumpiste, de la nada y por sorpresa, cuando nadie absolutamente te esperaba ni tenía una mera referencia de ti.
Tiene muchos defensores, y no es para menos. Su eterna sonrisa y palabra fácil ha conquistado a muchos aficionados. Era adorado por sus buenas maneras, sus buenas palabras, su agradecimiento a las aficiones locales y su respuesta ante la demanda de autógrafos o fotos. Un buen capo en ese aspecto, con la paciencia y la perspectiva (y la humildad) que otros deberían aprender a tener si es que quieren dejar huella en el aficionado de cuneta.
Froome no ha sido el mismo desde 2018. Su bajada estrepitosa de rendimiento tiene que ver con dos circunstancias: su marcha de Sky y, por supuesto, una durísima caída de la que tardó meses en recuperarse de forma completa. Es lógico que la lesión retardara su vuelta a la cima. Aunque entre estar ganando etapas en el Giro de Italia de forma también sorprendente y llegar a dos minutos de sus compañeros en Israel, hay un mundo. Toda vez que además el conjunto israelí no tiene la entidad o enjundia de otros grandes favoritos a la crono precisamente.

La idea de verle simplemente rodando a cola de grupo, discreto, sin meter un ruido y pasando desapercibido es algo inédito en la historia del ciclismo. Un campeón de cuatro ediciones del Tour y de otras tres grandes más entre Giro y Vuelta, no puede y no debe pasar por esta humillación. No es posible. Por imagen y por respeto a sí mismo.
Si no es capaz de encontrar su nivel anterior, en primer lugar debería hablar con su equipo, que bien debería comenzar a dejar de pensar en él como un posible líder. Ya en 2022 Woods y Fuglsang tomaron más las riendas del equipo que el británico. Un equipo que necesita puntos y solidez como el comer, toda vez que la plantilla no es aún lo premium que será seguramente en un futuro y que debiera ser para ser un equipo totalmente de élite.
Escrito por Lucrecio Sánchez
Foto de portada: ASO / Photogomezsport