La clase es un concepto tan vago, etéreo e indefinido que en ocasiones no sabes a qué atenerte. Un día puedes pensar que la clase es una bendición, un don, una forma de hacerte especial con respecto a los demás. Otros, a buen seguro, como una molestia, una rémora, una obligación. Porque el talento obliga y no hacerlo tiene el precio de escuchar eternamente los reproches por haberlo desperdiciado, por no haberlo hecho cristalizar en algo tangible, algo no tan vago, no tan etéreo.
Thibaut Pinot es de nacionalidad francesa. Suerte por la bendición de paisajes, montañas, historia y leyenda que rodean a su ciclismo. Mala suerte precisamente por esa exigencia, ese recuerdo de grandes nombres, el eco de las alabanzas a otros compañeros de generación que sí están materializando ese talento en victorias y prestigio. Las comparaciones son odiosas y molestas. A veces hace más daño esa comparación que una mera circunstancia.
Hay reveses con los que se aprende a convivir, pero no se eliminan por completo. La psicosis se apodera de tu ser para tomar el control y las decisiones. El capitán histórico y hombre franquicia de Groupama-FDJ quizá no haya sido capaz de remontar el vuelo tras su abandono en aquel Tour que Francia recordará por la hombrada de Alaphilippe de resistir de forma heroica contra rivales, contra sí mismo y contra la fagocitación del maillot jeune por parte de las más altas montañas. Pinot, en cambio, abandonó antes de llegar a los Alpes tras haber sido claramente el más fuerte en la escalada. Era el momento tan ansiado no sólo por él, sino por una opinión pública francesa que estaba ciertamente distraída por los destellos de ‘Loulou’, el nuevo héroe nacional y el motivo para poblar masivamente las cunetas.
El destino, por su parte, estaba esculpiendo su nombre en el trofeo. Tantos años sonando, intentando, sacrificando para no lograr el objetivo de aspirar al menos a ser la alternativa. Esa fatídica etapa de L’Iseran donde los escaladores volvían a cobrar la palabra tras unos Pirineos donde se había coronado como el rey del Tourmalet y el más efectivo en Prat d’Albis, vio abandonar a Thibaut, un auténtico jarro de agua fría moral y deportivamente. No podía ser. Otra vez no.
Intentó reescribir la ilusión, tomar un nuevo pulso a un nuevo año. Pese a los trastoques de la pandemia, el borrón y la cuenta nueva, Dauphiné le sentó bien, segundo puesto aparte. En cambio, en el Tour comprobó que las oportunidades hay que agarrarlas, que la mejor carrera del mundo ofrece su mano y abre su puerta durante dos o tres ediciones. Después quizá y sólo quizá te regale alguna otra. Pero incluso el propio Pinot sabe que eso es tan complicado…
Escrito por: Jorge Matesanz (@jorge_matesanz)
Foto: Sirotti