No han existido muchos ciclistas más valientes que el italiano Claudio Chiapucci. El escalador de Varese ha protagonizado momentos muy exitosos, sobre todo durante sus cuatro o cinco años buenos en el ciclismo profesional. Desde 1989 que consiguió sus primeras victorias, los grandes días del ‘Diablo’ han pasado a la historia del ciclismo, destacando en grandes plazas y ganándose el derecho a ser recordado como uno de los escaladores más interesantes de la historia, más aún de la década de los noventa.
Uno de ellos fue el que lanzó su fama a niveles extraordinarios. Sucedió en el Tour de 1990, el tercer y último de Greg LeMond antes del imperio de Miguel Induráin, de quien Claudio fue gran rival. Llegó la décima etapa y con ella una escapada numerosa en la que se filtró. Había sido 12º en el Giro previo y pese a que se sabía que era un buen ciclista, nadie hubiese dado un euro por él como firme candidato a ganar el Tour. De haber gozado de mayor conocimiento de sus posibilidades reales quizá hubiese puesto las cosas más difíciles al norteamericano.

De esa escapada que le aupo en la general acabaría saliendo líder tras la contrarreloj de Villard-de-Lans. Maillot amarillo que duraría en sus espaldas hasta la última contrarreloj, en Lac de Vassivière, donde el doble ganador del Tour se convertiría en triple aquella tarde. Defendió cinco segundos y lo hizo bien, quedando en la general final a poco más de dos minutos, un tiempo más que razonable para ser un escalador que poco o nada se defendía en crono. Uno de los problemas fue que en la etapa de Luz Ardiden, la última de montaña y yendo de amarillo, se dedicó a atacar a LeMond de forma un tanto alocada.
Se marchó en el Aspin y fue cazado en la bajada del Tourmalet. Pagó el esfuerzo en la subida y perdería ahí sus opciones de ganar el Tour. Al menos le sirvió para ser segundo en París e incrustarse en una imagen para la historia. También para darse cuenta de su potencial y presentarse en sucesivas ediciones del Giro y del Tour como uno de los favoritos a hacerse con la victoria. ¿Su problema? Que siempre se cruzó con algún implacable contrarrelojista, sobre todo Induráin, quien le superó siempre en sendas carreras. En 1991 fue segundo en la corsa rosa, ganando curiosamente la maglia ciclamino (regularidad) sin vencer una sola etapa. Chioccioli fue inalcanzable, pero Claudio realizó una carrera magnífica.
En julio pasaba a ser uno de los candidatos al podio por derecho propio, aunque aún había reminiscencias del pasado que contaban para el título, como el propio LeMond o Delgado. Todos dejaron paso a la nueva generación, como Miguel Induráin o él mismo. Los dos se fugaron en el descenso del Tourmalet y se coronaron en Val Louron. Esa victoria de etapa (primera en el Tour) le iba a dar moral (y tiempo en la general) para subirse de nuevo al podio de París (3º).

A partir de ahí vino lo mejor del ‘Diablo’. 1992 fue un gran año para él. Ganó el durísimo Giro del Trentino y se dispuso a enfrentarse de nuevo a Miguel en el Giro. Ya desde el principio el español demostró estar inabordable, pero no quiso decir que el italiano no intentase la machada. Sus ataques fueron poco efectivos y finalmente se tuvo que conformar con ver al de Banesto doblándole en la última contrarreloj y sentenciar un Giro en el que no tuvo rival. Segundo sería Chiapucci.
Pero su gran obra de arte llegaría en el mes de julio. El italiano sabía que competir contra Induráin era abocarse a la segunda plaza casi por inercia. Sin embargo, en la disputa del maillot de la montaña y casi por casualidad el varesino se vio delante, con posibilidad de marcar diferencias y se lanzó a una aventura suicida por los Alpes franceses e italianos y llegó a Sestrieres con ventaja para poner en apuros al gran favorito a ganar el Tour, que sufrió una dura pájara en la parte final.
Muchas leyendas circulan sobre esa gran victoria después de casi ocho horas encima de la bicicleta. Que si se hizo pis encima para no tener que perder tiempo en la parte final, que si no estaba planeada de salida esta estrategia… No pudo con su némesis finalmente, pero si se volvió a ganar un lugar en el podio de París, segunda vez en segunda posición, tres podios consecutivos, nada fácil de conseguir.

A partir de ahí su carrera nunca alcanzó el mismo pico. Sí, en 1993 aún fue tercero en el Giro de Italia que de nuevo ganaría Induráin. Ugrumov anduvo muy fuerte y superó al italiano, tanto que a punto estuvo de superar al español. Sexto podio consecutivo en lo que a sus grandes vueltas se refiere. Ya no sería la gran alternativa que parecía iba a ser, pero mantuvo un buen nivel competitivo que aún le daría grandes días.
En el Tour de 1993 planteó alguna batalla a Induráin, pero sin hacerle tanto daño como solía. Parecía que el ciclista del mítico Carrera había perdido algo de punch o que sus rivales habían crecido en su nivel. Aún así fue sexto y vivió algún día de protagonismo, pero ya nunca volvería a ser el mismo en el Tour. Ese mismo verano se llevó la Clásica de San Sebastián, de nuevo una victoria en la extinta Copa del Mundo.

En el Giro aún tuvo algunos momentos. En 1994 se quedó fuera del podio (5º), pero en ciertos momentos fue protagonista, como en el ataque que protagonizó en el Erbe (imagen superior) cuando aún se pensaba que él era el más fuerte de su equipo, el día antes de que Pantani se mostrase al mundo como un escalador arrollador. Fue 4º en 1995, por detrás de los Gewiss que protagonizaron la carrera. De nuevo no se vería al gran Claudio.
Ganó Volta a Catalunya, fue plata en el Mundial de Agrigento, en Italia. Uno de sus grandes días tuvo lugar en marzo de 1991. Siendo un hombre ya vigilado y ante una prueba evidente para velocistas, fue capaz de sorprender a todo el grupo y plantarse en solitario en Via Roma, meta de la Milán San Remo. Fue una de las grandes victorias de toda su carrera y de los días más recordados por sus aficionados, demostrando que era mucho más que un sólido escalador, que lo fue.
Escrito por Lucrecio Sánchez
Foto de portada: Gran Fondo News // Interiores: Sirotti