Opinión

Los príncipes de la velocidad

Hace unos meses circulaba por twitter una foto de la temporada pasada que bien podría resumir toda una época. En ella se veía a Mark Cavendish y André Greipel en la última carrera como profesional de este último. El británico consolaba con una palmadita en la mejilla y cierta mirada de admiración al que fuese su más duro rival, sobre todo en el comienzo de la carrera de ambos. En el rostro de Greipel, avejentado por un día de lluvia constante, se apreciaba resignación y cierto estoicismo. A su manera, ambos han condicionado el sprint de los últimos quince años, sobre todo el británico.

Se dice siempre que el sprinter es el príncipe del pelotón. La estrella mimada por el grupo, para la que quedan reservados los últimos metros, los focos, las flores, las fotos. El sprinter es el goleador del ciclismo, aunque la victoria pase a engrosar su propia estadística y con el paso de los años se diluya la importancia del equipo. Esta imagen aristocrática llegó a su paroxismo con Mario Cipollini, idolatrado por los medios y las marcas. En la actualidad ha sido Mark Cavendish la nueva encarnación de esta figura caprichosa, con más marrullería e idénticos altibajos. Con el rejuvenecimiento en la escuadra de Lefevere, el de Man se está aproximando a la cima de los ciclistas más laureados de la historia. Aunque el primer puesto lo tiene bastante difícil, pues arriba del todo, como sucede en cualquier estadística ciclista, está Eddy Merckx.

Está claro que Eddy Merckx no fue un sprinter, ni mucho menos. Aunque en cuanto compendio de todas las destrezas ciclistas, sería mejor puntualizar que Eddy Merckx no solo fue un sprinter. No en vano, Bruno Raschi, periodista de la Gazzetta, llegó a decir que tras la primera victoria de etapa de Eddy Merckx en el Giro había ganado un “sprinter” en el Blockhaus. Y es que Merckx se había estrenado prácticamente para el gran público el año anterior, en 1966, en la gran alfombra roja del sprint que es la vía Roma de Sanremo.

El ejemplo de Merckx no es el único. El sprinter hasta los noventa era una especie híbrida, una especie de corredor total que ganaba sprints de grupo, clásicas e incluso alguna crono. El sprinter simplemente era un acumulador de victorias. Rik Van Steenbergen, Rik Van Looy o Freddy Maertens fueron sprinters pero mucho más que un mero sprinter. Lo mismo sucedió con Roger De Vlaeminck o Sean Kelly. Siguen figurando entre los ciclistas con más triunfos, a excepción de Van Steenbergen, que llegado a un cierto punto de su carrera se decantó por el suculento mundo de los seis días, más parecido al circo que a una competición real. Por poner un ejemplo de la voracidad de estos corredores, ahí quedan las trece victorias de etapa de Freddy Maertens en la Vuelta de 1977, a las que se sumarían otras siete en el Giro de ese mismo año, que habrían sido unas cuantas más de no sufrir una aparatosa caída en Mugello, perdiendo así su infalibilidad y entrando en una espiral de malos rendimientos y alcoholismo. Aun tendría un deslumbrante renacer en 1981, con un prodigioso sprint en el mundial de Praga; un comeback que anticipaba el de Cipollini en 2002 o el de Cavendish en 2021. 

Todos estos grandes nombres del sprint del pasado contaron ya con grandes equipos a sus espaldas. Un precedente del Saeco de Cipollini fue la Guardia Roja de Rik Van Looy, el Faema – Flandria. Con este equipo, Van Looy introdujo en Bélgica el tipo de estructura de equipo típicamente italiano, formado por un grupo de abnegados e impersonales gregarios, sometidos a un único líder.

Hasta ahora hemos hablado de ciclistas únicos, de voracidad y capacidades ilimitadas. Junto a ellos habría un buen grupo de hombres rápidos, capaces de ganar en Sanremo, Wevelgem, Tours, París o Milán: Miguel Poblet, André Darrigade, Walter Godefroot, Guido Reybrouck, Marino Basso, Rik Van Linden, Eric Vanderaerden, Urs Freuler, Guido Bontempi… Los noventa comenzaron con un tornado venido del este, de las estepas de Asia central: Dzhamolidin Abdujaparov. El ciclista uzbeko se convirtió en un mito inmediato, no tanto por el número de sus victorias como por su singular estilo, que aunaba peligrosidad y espectacularidad. Simplemente los rivales se apartaban. Fueron años de aparatosas caídas: la de Armentières en el Tour de 1994, con Wilfried Nelissen y Laurent Jalabert impactando contra un gendarme despistado, o la marrullería de Adriano Baffi a Mario Cipollini en Salamanca, en ese mismo año. Caídas escalofriantes, una constante desgraciada y asociada siempre al sprint, como lo fue la reciente de Fabio Jakobsen en la Vuelta a Polonia de 2020, provocada por Dylan Groenewegen.

Llegó así la época del largo reinado de Mario Cipollini, en una particular diarquía con Erik Zabel. El fogonazo del sprint de Cipollini continuaba más allá de la carretera con sus excéntricos disfraces, sus buzos histriónicos y sus bravuconadas, con mamporros de por medio. Tuvo incluso un renacimiento apoteósico de la mano del doctor canario que todos conocemos. Zabel se limitó a afianzar su feudo particular en Sanremo, hasta que le salió un pequeño rival, astuto y aparentemente insignificante, Óscar Freire. También Zabel fue el primero que cayó en la obsesión del maillot verde, como luego le sucedería a Peter Sagan. Alessandro Petacchi cogió el testigo de estos grandes sprinters, con un estilo similar al de Cipollini: mucha potencia y por el centro. Dominó la parte central de la década de los 2000, antes de la irrupción de dos jóvenes del High Road, el equipo surgido de los rescoldos del Telekom: Mark Cavendish y André Greipel.

Así llegamos al periodo actual. Cavendish todavía se resiste a dejar el testigo de mejor sprinter, con una resurrección de las que se recuerdan pocos ejemplos previos. Los años triunfales de Peter Sagan también parecen haber pasado: dos de sus tres mundiales consecutivos fueron al sprint, pero ya pertenecen al recuerdo. Caleb Ewan, Dylan Groenewegen, Fabio Jakobsen o Jasper Philipsen son los grandes sprinters del presente y del futuro, con permiso de Wout van Aert e incluso de Mathieu van der Poel cuando está inspirado. Los sprints siguen siendo parte intrínseca del ciclismo, se diría que cada vez más. Algunas pruebas, como la Tirreno – Adriatico, han dejado de ser su coto privado de caza, pero han aparecido otros, en la monotonía desértica del Golfo Pérsico. Muchas veces se acusa a los equipos de los sprinters de condicionar etapas monótonas, para irritación del aficionado. No hay que olvidar que el ciclismo es un mundillo todavía dominado por unos códigos casi feudales, en los que el sprinter sigue siendo el aristócrata del pelotón.

Escrito por: Ignacio Capilla (@AlpinoGliaccia)
Foto: Gian Mattia D’Alberto / RCS Sport

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