Extraño este ciclista, al que podríamos denominar como el Bendito Cojo de Limoges.
Un trágico accidente cuando contaba con la edad de 13 años le dejó esa peculiaridad, tenía una pierna -la izquierda- un par de centímetros más corta que la otra, al menguar dicha pierna con motivo del atropello -y operaciones posteriores-por parte de un automóvil. Peor suerte corrió su hermano gemelo, que falleció como consecuencia de dicho atropello.
Tras unos inicios intermitentes, Guimard le alistó en su escuadra, esta vez apoyado por la marca comercial CASTORAMA. Era el año 1990 y sólo un año después, con 24 años, comienza nuestra historia.
Todo, o casi todo, en lo que se encontró con nuestro otro protagonista de la historia -Miguel Indurain, sobran las presentaciones- fue una montaña rusa. Cuando uno acaparaba fotografías, gloria, victorias… el otro tendría una de esas jornadas como para olvidar y no recordar en mucho tiempo.
Para la antesala de nuestra historia por capitulos hay que viajar en el tiempo y en el espacio. Jaca, 18 de julio de 1991. En una primera jornada pirenaica, con los pasos del Soudet y Somport, un joven francés y desconocido para casi todos, un tal Luc Leblanc, es uno de los protagonistas de la fuga del día. El otro, su compatriota Mottet, logra su segunda victoria parcial consecutiva en un sprint agónico frente a Pascal Richard. Pero el que logra enfundarse el maillot jaune es este joven semidesconocido, su primer gran día de gloria en el ciclismo y en el mejor escenario posible.
Diferencia considerable en la general, y su especialidad eran las montañas. Pintaba muy bien la cosa.
En la otra cara de la moneda, Miguel Indurain/BANESTO. Pese a que el navarro llegó ligeramente destacado a meta -8 segundos, la mítica cifra se repite una y otra vez-, el aluvión de palos al conjunto navarro no se haría esperar. Todo un Jose María García sin pelos en la lengua no se andaría con paños calientes, y estuvo dando estopa ya desde la misma retransmisión en directo. La noche sería aún más caliente… Y no fue el único.
RIDÍCULO del conjunto español, que jugó al póker con el todopoderoso Greg Lemond, que solo, asistía impotente a la desidia y nula colaboración por parte de los BANESTO en una diferencia que se iba por encima de los cálculos deseados por el americano.
Pero bueno, quedaba una segunda jornada pirenaica para intentar poner las cosas en su sitio.
Menuda jornada.
Jaca. 19 de Julio de 1991. Camino de Val Louron contemplamos una de esas jornadas gloriosas e históricas de este nuestro deporte.
La traca se encendió muy pronto. Tras un tranquilo paso a territorio francés vía Portalet, en el Aubisque salta todo por los aires. Controla CASTORAMA hasta que al campeón italiano, un Gianni Bugno bastante distanciado en la general, le entran las prisas y el inconformismo. Queda un mundo hasta meta, pero el transalpino no se lo piensa dos veces. Ataca, y escasos instantes después, el vencedor de la jornada anterior, Mottet, decide unirse al ataque. En el menguado pelotón, CASTORAMA sigue poniendo ritmo. Pero, no llega a un kilómetro después del primer ataque, un Chiappucci celoso de su compatriota, decide que a él tampoco le vale seguir al ritmo del pelotón.
Y ahí tenemos a nuestro protagonista por un día, Leblanc, que sale como un poseso a la rueda de Chiappucci y entran rápidamente con los dos anteriores. Locura, ¿serán órdenes de Guimard, habrá actuado por su cuenta?. Se desentiende del ritmo de sus compañeros y busca la épica. Recordemos, todavía falta Tourmalet, Aspin y la novedosa ascensión a Val Louron.
Coronan Aubisque con unos segundos de ventaja, pero al no haber demasiada diferencia ni entendimiento, en el descenso se produce el reagrupamiento y así llegamos al Tourmalet. Ataca Lemond a la salida de Bareges, y le siguen de uno en uno, un interminable reguero de ciclistas desperdigados. Esto es lo que se presencia en la mítica ascensión del coloso pirenaico. Finalmente, llega a formarse un grupo con notables ausencias ya devoradas por las rampas del coloso, en el que coinciden nuestros protagonistas, Indurain y Leblanc. El navarro es el único superviviente de su escuadra, y el francés está solo con un Fignon que va penando por detrás.
Cerca de la cima, la imborrable imagen de Lemond haciendo aguas… Leblanc aguanta pero Miguel es de los primeros en coronar, junto a Chiappucci, y toma la iniciativa en el descenso.
A partir de ahí, ya se separan los caminos de nuestros protagonistas. Mientras el navarro deja su estampa junto a Chiappucci en una jornada inolvidable, se viste de líder y le roba la prenda a nuestro joven principito, Leblanc pasa una de sus peores jornadas dejándose una minutada en meta. Antes hay momentos descacharrantes como la llegada de Fignon por detrás en el terreno entre Tourmalet y Aspin, y el renacido parisino poniendo un ritmo asfixiante que se cobra su primera víctima en su propio compañero de equipo. Guimard tiene que avisar a Laurent, pero la brecha ya se ha abierto y el joven Leblanc ha enterrado sus opciones en la ronda gala. Posteriormente, Fignon ni mira atrás y deja solo en su hundimiento a su joven compañero y líder de la carrera…
Día de gloria para Miguel -y comienzo de su lustro hegemónico-, día para olvidar para Leblanc. Además, luciendo esa prenda gloriosa. Inexperiencia, presión, ambición desmedida propia de su juventud… En Alpe d’Huez vuelve a dar unas muy buenas sensaciones, y acaba en un meritorio 5º puesto esa edición de la ronda gala, muy meritorio considerando la sangría camino de Val Louron. Ha nacido una estrella.
Al año siguiente, esa joven promesa pisa fuerte. Campeonato francés, victoria en Midi-Libre, segundo puesto con victoria en Dauphiné… pero llega el Tour y comienza una travesía por el desierto cuasieterna para el de Limoges.
Por la otra parte, Miguel Indurain va cosechando una tras otra victorias inapelables.
Y así, llegamos a la temporada 94. Luc Leblanc se enrola en el FESTINA, y se produce el regreso del no tan joven principito.
En nuestro segundo round no hay tristezas, por primera -y única vez- nuestros protagonistas pueden sonreír a la vez. Repetimos cadena montañosa, los Pirineos reciben a los forzados de la ruta, con un Miguel pletórico que había dejado una exhibición antológica camino de Bergerac. Leblanc va muy atrás en la general, y bastante tapado. Llegan las rampas del novedoso Hautacam. Miguel huele la sangre del archienemigo suizo y no se lo piensa. Pone un ritmo encarnizado inasumible para todos… bueno, para todos, no. Aquí vuelve nuestro principito, Luc Leblanc, que es el único elegido que puede aguantarse a la rueda del navarro. Así van ampliando ventaja sobre el resto de favoritos y cazan a un previamente escapado Marco Pantani. Leblanc está racaneando… bueno, más bien bastante tiene con seguir a Indurain.
Ante la imponente mirada del navarro, el tímido Leblanc se decide a dar un pequeño relevo a Miguel. ¿Con esto me dejas ganar la etapa, no, Miguel?. Antes del último kilometro, Leblanc ataca por si las moscas, y pese a que Miguel vuelve a su rueda, finalmente el triunfo parcial es para el galo. Fue uno de los días que más rabia sentimos por el no triunfo de etapa de Miguel, pero pasado el berrinche, Miguel había sentenciado su cuarto Tour. Leblanc volvía por sus fueros, y ya digo, es la única jornada que ambos pueden recordar con buen regusto.
Ese fue el mejor año de Luc Leblanc, a su victoria de etapa hay que sumarle su mejor clasificación en la ronda gala, y de aperitivo, el Mundial -aparte de una buena Vuelta a España-.
El 95 fue otro año aciago para el de Limoges, enrolado en la oscura estructura de Le Groupement, y operado de ciática. Se iban añadiendo demasiados periodos en blanco para su edad, la maldición del arcoíris… Mientras tanto, Indurain seguía a lo suyo. Acumulaba triunfos, exhibiciones y elogios, y se unía al club de intocables de la ronda gala. Ya era una leyenda.
1996 era el año para la gloria absoluta del navarro, y una incógnita para el de Limoges. Leblanc cambiaba nuevamente de equipo, este año tocaba Italia, POLTI era su nueva escuadra. Miguel seguía cosechando victorias, y se encontraba con Leblanc en el Dauhiné Libere. Miguel vencía nuevamente y se perfilaba como el máximo favorito, bueno, mejor dicho, como el único favorito para vencer por sexta vez consecutiva la ronda gala. Por su parte, Leblanc dejó su huella en aquella prueba de preparación con una victoria en la Bastille de Grenoble, muro que se le atragantó a un navarro que tenía sentenciada la carrera. Conseguía así Leblanc su primer triunfo desde 1994, y abría una esperanza a su regreso a la élite.
Última Parada. Les Arcs. 1996.
6 de julio. Nada parecía avecinar lo que ocurriría en esta jornada igualmente histórica, grabada para muchos de nosotros en la retina, en un recuerdo que siempre busca uno esquivar. Esta edición del Tour venía con una montaña madrugadora, en la 7ª etapa ya teníamos la primera jornada alpina. La general llegaba con un Stéphane Heulot como líder de paja y los grandes favoritos apretados en un puñado de segundos.
La ronda gala estaba acompañada hasta la fecha por una meteorología un tanto adversa, viento y lluvia habían acompañado a los forzados de la ruta durante esta primera semana. En la jornada se ascendían los clásicos Madeleine y Cormet de Roselend, para finalizar en la estación de Les Arcs, subida de escasa entidad. No parecía que aquí pudiera acontecer nada reseñable, aunque los más soñadores esperaban una nueva gesta como la de la edición anterior en La Plagne. Pero era básicamente un aperitivo para la cronoescalada que vendría la jornada posterior y la etapa reina alpina, con Iseran y Galibier como jueces alpinos camino de Sestriere.
Diferente era la situación para nuestro otro protagonista, Luc Leblanc, que andaba ya muy distanciado en la general y que había sufrido los rigores de esas fatídicas primeras semanas de Tour de la época. La jornada anterior, el viento y la lluvia no fueron los aliados del de Limoges, que se dejó cerca de 4 minutos en la línea de meta con respecto al grupo de favoritos. En todo caso, tampoco era muy de preocupar, en principio el galo no venía con intenciones para la general. A partir de hoy llegaba su terreno y tendría que ir comprobando sensaciones sobre la marcha.
La jornada volvía a levantarse con el cielo revuelto, para variar en esta edición. La sorpresa saltaba pronto, Laurent Jalabert, uno de los nombres a tener en cuenta, comenzaba su Vía Crucis ya desde la Madeleine. BANESTO controlaba, como era costumbre, durante la etapa. Los intentos y ataques en la segunda ascensión se sucedían, y entre otros, nuestro protagonista del POLTI, acompañado por Escartín y Virenque, se marchaban del pelotón a la caza del escapado Udo Bolts. Poco duraba su intentona, ya que cerca de la cima se produce un ataque del suizo de la ONCE Alex Zulle, en un intento de arreglar la jornada para su equipo. No fructifera, ya que Indurain llega a su rueda, y así se corona la segunda ascensión, el Cormet de Roselend.
El descenso nos deja un recital de caídas de Alex Zulle, está claro que los descensos no son la especialidad del suizo de la ONCE. Y así nos presentamos en la ascensión final, con una novedad, por fin el sol se abre hueco entre las nubes. ONCE, MAPEI y BANESTO se turnan en cabeza de un pelotón del que primero salta Dufaux, y posteriormente, en otra nueva intentona, nuestro ya no tan joven Leblanc. Nada, no parece que hoy vaya a ocurrir gran cosa entre los principales favoritos. Por su parte, el de Limoges vuela y se va acercando a cabeza de carrera. Parece que este año va a ser de los buenos para nuestro protagonista.
Vuela a plato grande y ya por la pancarta de 3 a meta le está echando el aliento a Dufaux cuando, de repente, una imagen y unas palabras nos hielan la sangre. A poco más de 3km a meta, cuando ya parecía que esa jornada no daría nada noticiable… aparece una imagen con el otrora archirrival del navarro poniendo ritmo en el selecto grupo de favoritos, Pedro Delgado ve al momento que algo ocurre…“A quien no me parece ver es a Miguel”. Sorpresón. Saltan las alarmas y en todas las cabinas de periodistas se combina la incredulidad con la emoción.
La cámara gira y, efectivamente, detrás marchan el suizo de la ONCE y el navarro. Le quedan tres kilómetros y se le ve terriblemente clavado, su cara es un poema. Pide agua, pajarón. En el peor momento.
De ahí en adelante, estupefacción. Los que presenciamos esa jornada quedamos completamente mudos, se hizo el silencio durante esos poco más de 10 minutos. El palo fue tremendo, y aunque quien más quien menos se hacía ilusiones tan propias de este deporte, el final de una época había llegado.
Es una de esas fechas marcadas, al igual que un lustro anterior, en las que se puede jugar a lo de Dónde estabas el…
Vivir para ver, era el único favorito para el Tour, y a partir de ahora el navarro dejaba vía libre para que alguien intentara tomar su relevo. A partir de aquí, la búsqueda de explicaciones. La lluvia y el mal tiempo, la preparación adelantada… ya era lo de menos, la suerte del navarro en la ronda gala estaba echada.
Pero como ya ocurrió en varias ocasiones entre nuestros protagonistas, cuando todo era derrota y sinsabor para nuestro navarro y sus seguidores, todo era alegría en el otro bando. Un Luc Leblanc desatado volvía a saborear las mieles del triunfo, se imponía con autoridad en la línea de llegada, y volvía a sentirse como en sus mejores tiempos. Aquel volvió a ser un buen Tour para nuestro protagonista que firmaba un 6º puesto pese a los minutos perdidos en la primera semana y tornaba a codearse con la flor y nata del pelotón internacional.
Hasta aquí llega nuestra historia a dos bandas de un lustro de duración. Una historia de un campeón con la certidumbre y seguridad como carta de presentación, y un corredor brillante pero muy irregular y esporádico, acompañado por dosis de infortunio y desgracia.
Como una azarosa jugada del destino, Luc Leblanc, el -cariñosamente- cojo de Limoges, fue muy protagonista, más que nadie, de esos dos episodios, el Alfa y Omega del campeón navarro.
Tenía que ser así, que dos personajes tan diametralmente opuestos, estuvieran tan unidos en el destino de nuestro deporte.
Escrito por Jorge González Vives
Foto: Sirotti
Publicado en el nº 4 de HC