En la actualidad el ciclismo tanto de Colombia como en dicho país está totalmente normalizado. El público ya se ha acostumbrado a ver corredores que ya no son exclusivamente escaladores copando las primeras plazas de las clasificaciones o siendo miembros de los mejores equipos del planeta. Las tres grandes, monumentos, etapas, clasificaciones secundarias… Todo ello tiene un origen, un mentor que abrió la puerta para que tanto talento aterrizara en Europa con un padrino que sirvió a la vez de pionero. Hablamos de Lucho Herrera.
‘El Jardinerito’ fue la referencia durante muchos años del gusto por los escaladores, pese a las enormes contrarrelojes de la época y la competencia por luchar ante portentos de las carreras de tres semanas que eran capaces de escalar en cabeza también los mejores puertos. Aún así, Lucho estaba en la pomada y a veces les ganaba la partida, como en la mítica y recordada Vuelta a España de 1987, que no sólo dio la vuelta al planeta por transmitir la pasión por el ciclismo al país americano, sino por haber puesto en el mapa a unos ciclistas que han protagonizado muchísimos momentos durante las décadas posteriores.
Herrera fue el estandarte de la montaña. Ganador del maillot a puntos rojos del Tour en dos ocasiones, puede contar con orgullo ser de los pocos que han conseguido hacerse con el maillot de vencedor de la montaña de las tres grandes. Un hito extraño y que da idea de la brillantez del colombiano en todo tipo de alta montaña. En el Giro de Italia tuvo lugar su última gran victoria, cuando en el Terminillo se impuso y subió al podio junto a Miguel Indurain, de rosa, con el que compartió podio aquel día. También coincidió en el podio de París con otro ilustre español, el segoviano Pedro Delgado. Pese a que el escalador español había tenido muy cerca haberse hecho con su primer triunfo en el Tour, el ‘Jardinerito’ fue otro de los grandes nombres, con la montaña al zurrón y una actuación estelar junto con otros colombianos coetáneos. Juntos formaron la llamada generación de ‘Los Escarabajos’ que tanto aplauso levantó en los aficionados de medio mundo. Esos corredores menudos, atacantes, incisivos…
Como uno de los grandes de la historia, Luis puso pica en cimas de gran mítica como Tres Cimas de Lavaredo, Monte Generoso, Lagos de Covadonga, ya en la Vuelta, Avoriaz en el Tour… pero sobre todo en esta última destaca su victoria en Alpe d’Huez. No hay una cumbre más legendaria y que dé más envidia a los que nunca han conseguido poner nombre a alguna de las veintiuna curvas de su ascensión. Aquello lanzó al estrellato a quien iba a ser un hombre clave en la historia del ciclismo por ser icono de toda una generación y poner las coordenadas de lo que después han podido hacer los Nairo Quintana, Santiago Botero o Egan Bernal, que fue capaz de superar todo lo que el maestro dejó escrito, el listón que quedó bien alto y que ha sido alcanzado y dejado atrás por los discípulos.
Las dudas sobre qué hubiese sido de Herrera corriendo en los recorridos de ahora es una duda bien razonable. La crono era su gran lastre, un terreno que en nuestros días prácticamente ha desaparecido, sobre todo en cuanto al peso específico en la decisión del ganador de una gran vuelta. Lucho seguro hubiese sacado buen provecho de las montañas que tanto acumulan hoy día y que algunos dejan pasar esperando unas mejores oportunidades que después casi nunca llegan. Seguro que no se hubiese dejado llevar por los corredores que prefieren conservar un sexto puesto a arriesgar y ser protagonistas reales de una prueba por etapas como el Tour, el escaparate que te pone en boca de todo el mundo. Lo que Herrera hizo con su país en este deporte.
Escrito por: Lucrecio Sánchez (@Lucre_Sanchez)
Foto: Sirotti