Es curioso cómo el significado de la palabra “ídolo” se ha ido expandiendo con el tiempo. De pasar a designar la imagen de un dios, se fue acercando a la mundanidad para describir a alguien por el que se siente amor o admiración. En el deporte, los grandes campeones se han ganado esa categoría a base de triunfos, exhibiciones y leyendas que los han llevado incluso a ser elevados a los altares y religiones de muchos. Sin embargo, la horquilla se ha seguido ensanchando para dejar entrar en ese grupo a otros nombres que, más que producir amor incondicional, despiertan en nosotros nostalgias o recuerdos de otros tiempos, especialmente de cuando éramos niños. Así, un ciclista, un futbolista o un atleta que nos cayera simpático por una u otra razón, se convierten en nuestra memoria en ídolos a la altura de los grandes campeones.
Algo así me sucedía a mí con un muy buen ciclista padovano que logró labrarse un bonito palmarés a base de grinta y que hoy, 25 de junio de 2021, cumple 60 años. Hablo de una de esas famosas calvas de aquel pelotón a cabeza descubierta que enamoró en los años 80 y 90. Ni Piotr Ugrumov, ni Giancarlo Perini, si no un compañero de este último en la Carrera Jeans, Massimo Ghirotto. Un ciclista al que yo admiraba quizás porque presentía que mi futuro capilar sería paralelo al suyo. O porque había decidido que era el protagonista de la casilla 22 del tablero del Juego de la Oca que había en casa de mis abuelos (con el paso del tiempo, comprendí, o deduje, con cierto desengaño, que si el de la casilla 47 era Bahamontes, el de la 22 debería de ser Miquel Poblet).
Ghirotto no era ni mucho menos un corredor del montón. Era un corredorazo que sabía cuáles eran sus objetivos. Pelear en cada carrera y buscar etapas en las grandes vueltas, olvidándose de la pelea por las generales. Uno de esos que sabe poner el foco en el día bueno y en la escapada buena, para tirar de picardía, clase y algunas dosis de suerte sumando muescas a un revólver donde se desperdiciaban pocas balas. No en vano, tiene el codiciado honor de tener victorias en las tres grandes, sumando un triunfo en la Vuelta, dos en el Tour y tres en el Giro.
De esas victorias en las vueltas de tres semanas nos quedamos con dos, la primera y la pemúltima, que resumen perfectamente su carrera. La primera llegó en el Tour de Francia de 1988, etapa pirenaica entre Blagnac y Guzet-Neige. En cabeza, el francés Bouvatier del BH, el inglés Robert Millar del Fagor y nuestro protagonista. En el último kilómetro arranca Bouvatier. Millar se va a su rueda. Ghirotto se queda, el sueño se esfuma. Pero a 150m del final, un gendarme en pleno baile de San Vito confunde a los dos punteros, que se escapan por el camino de las motos. Ghirotto toma el camino correcto y se lleva una victoria que ni él mismo se cree.
La pemúltima, en un lugar mítico, en Oropa en 1993. Penúltima etapa del Giro de Italia en la que Ghirotto, con la maglia de la ZG Mobili, es el más fuerte de una fuga de calidad formada de lejos junto a Marco Giovanetti, Abelardo Rondón y Laurent Madouas. Una jornadaque pasó a la historia del ciclismo por la ofensiva irredenta de Ugrumov ante el intocable Indurain, que por momentos pareció humano, pero consiguió salvar el rosa. Y en una cima que parecía destinada a honrar a calvos divinos, pues todos recordamos uno de los últimos grandes números del inimitable Marco Pantani en sus rampas.
Para completar la construcción de un ídolo, una victoria menos recordada pero que para un asturiano como el que escribe siempre será especial. Massimo Ghirotto solo logró una victoria en una general, y fue en Mieres, en la añorada Vuelta a los Valles Mineros. Una edición que tuvo un pódium italiano que nos hace recordar cuánto ha pervertido el ciclismo el dichoso WorldTour: Massimo Ghirotto, Francesco Casagrande y Michele Bartoli, casi nada.
Esos años mágicos casi terminan de la manera más grande posible, con un sueño arco iris que pocos podían imaginar. Camino de Agrigento el veterano italiano se coló en una fuga junto al francés Laurent Leblanc. Una de esas fugas que nadie espera pero que llegan y coronan a campeones inesperados. Qué poco faltó para desatar la locura en Sicilia y en Italia. Pero el ataque final del galo fue demasiado para Massimo, que se veía también superado por su excompañero de Carrera y compañero en la azzurra Claudio Chiappucci y por otro francés insaciable, Richard Virenque.
Nos vamos haciendo mayores y seguimos viviendo el ciclismo con pasión, pero parece difícil volver a sentir esas cosas extrañas del descubrimiento de historias, personajes y hazañas que nos hacían soñar con estar allí. Buon anniversario, Massimo!
Escrito por Víctor Díaz Gavito (@VictorGavito)
Foto: Sirotti