Walnut Creek yace a los pies del Mount Diablo, en el corazón de California, a la espalda de San Francisco y respirando el viento que procede de la bahía homónima a través de Oakland y sus suburbios. Allí nació Matteo Jorgenson, ciclista estadounidense del Movistar que está siendo uno de los nombres revelación de esta temporada 2023. Uno de esos fichajes un tanto exóticos y no exentos de calidad que la plantilla fue recibiendo paulatinamente hasta que estos ciclistas han comenzado a echar vuelo. El olfato de los telefónicos a la hora de seleccionar talentos es innegable. Otra cuestión sería juzgar la gestión que se realiza de esa calidad que han adquirido, donde tal vez habría mucho más disenso y debate.
Las apuestas se componen de riesgo, pero también de oportunidad, de visión. Uno de los problemas que encontraba Movistar a la hora de medirse y no perder en la comparación con los equipos punteros del World Tour era la falta de liquidez para rodear a sus líderes de gregarios de primer nivel. El hambre agudiza el ingenio, y en ausencia de grandes cifras para contratar corredores consagrados, es turno de fabricar ciclistas top desde cero. Sucedió con Nairo Quintana, también con Richard Carapaz y con tantos y tantos que terminan por explotar en la estructura española.
En fútbol se vendería con demagogia aquello de tirar de la cantera, cuando en realidad lo que evidencian los equipos que recurren a los jóvenes es falta de liquidez, de nivel adquisitivo, de capacidad económica para convencer. Aquí entran en juego esas otras variables que en una negociación son clave. Un proyecto, una propuesta a largo plazo, una apuesta. Matteo firmó por un equipo que suponía una especie de satélite del AG2R (La Mondiale entonces), pasando como stagiare al conjunto galo. Sin embargo, la dirección del Movistar anduvo lista y firmó al norteamericano de cara a la temporada 2020.
En 2019 firmó un gran Tour de l’Avenir, el vivero y escaparate del futuro ciclista, una especie de draft. Ganó la regularidad ante Tobias Foss, maillot amarillo, y Mathias Nordsgaard, que, casualidades de la vida, es su actual compañero de fatigas en Movistar. Destellos que escondían una gran luz, la que en este 2023 ha sido de capaz de mostrar, la que en estos momentos es uno de los rayos más fuertes de esperanza en un conjunto que, tras la baja de Valverde y en plena y teórica reconstrucción, necesita de savia nueva para vertebrar un proyecto ganador.
Con Jorgenson, desde luego, esa posibilidad se acerca más que sin él. Un hombre versátil, si es que hay que definirle con una sola palabra. Debe haber talento en quien es capaz de ser el mejor joven en París Niza por detrás del inalcanzable Tadej Pogačar (1 año menos en el DNI que el esloveno, por cierto) al tiempo que se clasifica cuarto en una prueba de un día tan complicada como E3, más aún tras el descomunal fuego cruzado en el que fue sorteando listones de novato. Más aún por la actitud valiente y atacante mostrada. Noveno en Flandes superando a auténticas leyendas, campeón del Tour de Omán con autoridad aunque con un sólo segundo sobre el candidato a desbancarle. 20º en su debut en el Tour de Francia enlazando lianas de una fuga con las de la siguiente.
La corriente favorable de este Movistar ha gestado brotes verdes que a estas mismas alturas de temporada tan sólo un año atrás serían absolutamente inimaginables. El tiempo de fermentación adecuado, la temperatura necesaria y el talento termina por brotar sin más. El californiano afronta el final de la temporada de clásicas, los siguientes objetivos, que pasan por el regreso al Tour de Francia, con gran ilusión y la esperanza en su equipo de que Jorgenson siga adelante en su progresión. Porque no sería de extrañar que este ciclista termine por ser uno de los nombres propios del pelotón a final de año. Sentémonos a esperar los frutos. Las semillas ya están en marcha.
Escrito por Jorge Matesanz
Fotos: Movistar / Getty Sport