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Matteo Trentin y la maldición del no arcoíris

El caso del trentino Trentin, valga la redundancia, nacido en Borgo Valsugana un 2 de agosto de 1989, parece marcado por los hados. Un corredor que tiene todas las características necesarias para completar un palmarés envidiable. Se maneja a las mil maravillas en las cotas, sabe flotar sobre el descarnado adoquín flandrien y tiene un final explosivo y rápido propio de un buen velocista. Victorias de etapa en las tres grandes, clásicas como Paris-Tours por partida doble, campeón de Europa… Uno de esos corredores que figura en todas las listas de favoritos para las carreras de un día o etapas de las grandes pruebas del calendario WorldTour. Sin embargo, son ya casi dos años sin alzar los brazos, como si el tiempo y la suerte se hubieran detenido de repente.

Matteo Trentin apuntaba maneras como sub23. Su buen rendimiento en las carreras italianas llamó la atención de un tipo al que no se le suele escapar una. Patrick Lefevere apostó por el joven transalpino, a sabiendas de que estaba llamado a ser ciclista importante para su idea de ciclismo. A mitad de la temporada 2011 se consumaba el salto al QuickStep procedente del Team Brilla-Pasta Montegrappa amateur. Como es habitual en la manada de lobos, comenzaba un proceso de cocción a fuego lento, la construcción de un ciclista hambriento y ambicioso.

Antes, había que aprender a trabajar, en un equipo en el que todos los líderes son gregarios, y viceversa. Cerca de los Boonen, Ciolek y sobre todo Chicchi, aprendiendo a sacar codos y manejarse en finales en grupo. Hasta que llegase la primera victoria, con paciencia. Y qué mejor lugar para abrir la lata que en la grande de las grandes. En el Tour de Francia y en una ciudad de la tradición y lustre de Lyon, siendo el más rápido de un grupo selecto tras una de las clásicas y movidas etapas de la media montaña gala. El camino se había abierto, y ya saben, como decía el eslogan “cuando haces pop ya no hay stop”.

Empezaban años de gloria y triunfos. No muchos, pero casi todos muy elegidos: parcial en Suiza y otra etapa en el Tour 2014, su primera Paris-Tours en 2015 o el triunfo en la decimoctava etapa del Giro 2016 con llegada a Pinerolo, la localidad que varias décadas antes había visto entrar victorioso a un ser divino volador llamado Fausto Coppi. Y llegó al Vuelta 2017, el gran momento de un Trentin imperial y dominador. Cuatro victorias de etapa como cuatro soles, venciendo sprints masivos, en cuesta o sorprendiendo en el tramo final. Un último tercio de temporada rematado con otra Paris-Tours. El indomable Matteo había soltado amarras y parecía imparable…

Revalorizado como ciclista, siendo un seguro de victorias importantes, era el momento de buscar otros retos y otros estímulos, deportivos y económicos. 2018 arrancaría con la zamarra australiana de Mitchelton-Scott. Pero empezaba a planear algo de lo que muchos velocistas parecen no poder escapar: la oscuridad. Esa oscuridad que se cierne sobre todo aquel que abandona el clan de Lefevere. Las victorias se resistían. Llegaba el campeonato de Europa, sí, un maillot bonito para el resto del año, una victoria con la azzurra y unos rivales interesantes (el pódium lo cerraban dos chavalillos venidos del ciclocross llamados Mathieu y Wout). Pero no nos engañemos, después de 2017, esa victoria y una etapa del Tour de Guangxi sabe a muy poquito.

Pero Matteo no es de los que se rinden. Las maldiciones son para los supersticiosos. Él demostraría que hay vida después del alquimista Patrick. 2019 volvían los triunfos. Esprintando como antaño al inicio de temporada y reencontrándose con la victoria en el Tour, esta vez en solitario, en otro lugar mítico de escaladores eternos como es Gap. Año de euforia que iba muy bien encaminado cuando se alzaba con la victoria en el Trofeo Matteotti, de nuevo vistiendo una azzurra que le daba suerte y que le llevaba como candidato importante al arcoíris en Harrogate.

Entonces sucedió lo que todos ya sabemos. Una carrera de eliminación que fue dejando KO a grande rivales entre caídas, entre repecho y repecho y la lluvia incesante y cruel. Un trabajo decidido de los italianos, sobre todo de Moscon en ese grupo de cuatro con Matteo, Pedersen y Küng. Una llegada que solo podía ser para él. Era su mundial, el día grande, el que nadie podría arrebatarle… Solo quedaba lanzar la bicicleta, la que buscaba oro y arcoíris en el asfalto encharcado. No iban a poder seguirle. Pero, oh sorpresa, una bala roja y blanca por su derecha. Mads Pedersen, la sorpresa mundialista de la última década, le arrebataba un sueño que nunca estuvo tan cerca. Drama latino.

Desde entonces, parece que la maldición del no arcoíris se ha cebado con el trentino. Siempre cerca, nunca lo suficiente. Desde aquel Matteotti de septiembre del 2019, la puerta de la victoria parece cerrada a cal y canto. Cambios de equipo, primero al depresivo y agónico CCC, ahora en el boyante y eufórico UAE. Trabajo, tesón, reconversión a clasicómano, a capitán de ruta para los jóvenes, a lanzador en los sprints… pero la victoria sigue sin llegar. Lo que sí es seguro es que Trentin no es de los que se rinde fácilmente. Seguirá ahí, al acecho, buscando su momento, y cuando ese momento llegue, nos levantaremos para celebrarlo.

Escrito por: Víctor Díaz Gavito (@VictorGavito)
Fotos: @ACampoPhoto

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