Ciclistas Historia

Michael Boogerd, el ciclista entre La Haya y La Mancha

¿Quién no recuerda a Michael Boogerd, su eterna cara de patio de colegio y el maillot de Rabobank a cuestas? Aquel rubio ciclista, de cuando sin casco se podía comprobar la capacidad capilar de los protagonistas o de qué color eran sus cabellos, ha cumplido 50 años en mayo de 2022, un dato que nos hace casi más viejos a los demás que a él mismo. El recuerdo de este corredor está más condicionado por lo último que por lo primero. Las relaciones con el dopaje han ensombrecido a un aspirante a campeón que se quedó a medias, entre los ramalazos de clase y talento y la escasez de esos resultados que todos esperábamos en su juventud. Sólo cuando entendió que su rol en el ciclismo era otro, comenzó a regalarnos espectáculos como aquel de La Plagne en el Tour de 2002, que también cumple 20 años. Cifras redondas para un carrera que no lo fue. 

Y es que Michael fue recibido con los brazos abiertos por un ciclismo centroeuropeo muy potente. Ahora se ha distribuido más el poder, pero en esa mitad de los años 90 la entonces Holanda, Bélgica e Italia, sobre todo, dominaban el panorama, al menos el de ser los pequeños matones de clase, de las clásicas, de las etapas. El bacalao lo partían ellos, los del ciclismo de un día, de dureza y largos esfuerzos. Al resto de naciones les parecía que ellos habían vivido en más batallas que tú, por lo cual ese aspecto, el psicológico, ya les hacía ganar uno a cero todos los partidos. En ese contexto nació él, en La Haya, en los Países Bajos. 

Ha sido un hombre franquicia, de esos que inician su carrera en un equipo y la terminan en el mismo lugar, sin necesidad de dejarse llevar por cantos de sirena ni arriesgar más allá de lo justo y necesario. Boogerd tuvo además un buen inicio profesional. Aunque en 1995 ya debutó en su primera grande, una Vuelta a España con aires de Tour, fue precisamente en la carrera francesa donde provocó que las campanas se lanzasen al vuelo por todo lo alto, ganando la sexta etapa, con llegada en Aix les Bains, en la previa al día en que Induráin se estrelló contra Les Arcs y la realidad de su sexto Tour. Aquello hizo ver a aquel joven como el Mesías, el último aspirante a recuperar para la actualidad los días de Zoetemelk y todos aquellos que elevaron el coto de Países Bajos y el de sus ciclistas aún más alto que las campanas de antes. 

Ser 5º en el Tour, con todo el affaire Festina y abandono de los españoles por medio, terminó por considerar a Boogerd una de las joyas de la corona. Había empezado también a pelearse en las clásicas con los auténticos gallos y a dentellada limpia se le podía ver por allí. Amstel Gold Race cayó en el saco en 1999, así como la París Niza, dos carreras muy prestigiosas que elevaron el hype del ciclista de Rabobank por las nubes. Victorias y de calidad, pero la realidad es que en el terreno donde se le esperaba, el Tour de Francia, no terminó de carburar nunca más. Sí, pudo rozar el top ten, pero nunca fue suficiente. Una especie de águila a ojos de los demás que en realidad era omnívoro y prefería presas más sencillas y que conllevasen menos malabares. El Tour nunca iba a ser su lugar. Amstel, sí. Aunque no volvería a ganarla nunca más. 

El Tour de 2002 le regaló una foto, un buen recuerdo. Como cuando vamos a cualquier Parque de Atracciones que nos obsequia con una instantánea de nosotros mismos a punto de vaciar el estómago en la montaña rusa. En La Plagne, en plena era Armstrong y antecediendo otra foto que daría qué hablar como la de Sastre llegando en segunda posición y siendo señalado por el americano, que después utilizaría al abulense como excusa para regresar. Boogerd ese día fue un auténtico expreso. Mareó a la fuga como quiso, se aprovechó de su lanzadera y después les abandonó en La Madeleine para cumplir las dos últimas montañas como el campeón que nunca fue y todos imaginaron, incluido él. Casi 100 kilómetros en solitario que terminaron por confirmar una cosa, que el holandés tenía aquello en las piernas, que la capacidad estaba. Lástima que se diese cuenta tan tarde. 

Después vivió ese papel tan digno de ser gregario de lujo. Realizó una labor magnífica para Menchov en 2006, insuficiente vista la inoperancia del ruso en el mes de julio, casi tan legendaria como la suya. Terminó su carrera con un 12º puesto en Francia, resultado que le fue amputado cuando fue sancionado por dos años ante la negativa a colaborar con la justicia delatando a otros compañeros. Un fin triste que mancha el prestigio que se ganó sobre la carretera, siempre elegante, de sufrir bello y de porte de mito del ciclismo. Y lo fue, aunque sin resultados, más mito que realidad. Más neerlandés que holandés, esos que sí dominaban el ciclismo y daban auténtico pavor cuando estaban en frente en una fuga o en una cuesta de corta duración. 

Escrito por Lucrecio Sánchez

Fotos: Sirotti

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