En 2004, Michele Bartoli puso fin a una carrera plagada de éxitos, sobre todo en pruebas de un día. Metódico en sus entrenamientos y planteamientos de carrera, este discípulo aventajado del doctor Luigi Cecchini– con quien guarda una excelente relación -, sacrificó su presencia en las grandes vueltas, por una pasión desmedida por carreteras con mucha historia ciclista.
Su salto al profesionalismo lo hizo en el equipo Mercatone Uno-Zucchini-Pinarello, en la temporada 1992, pero sería en 1996, cuando, cambio de escuadra incluido, comenzaría a gestarse uno de los clasicómanos más importantes del ciclismo moderno. En la Flecha Brabançona (1994), había dado muestras de su calidad en pruebas de un día, pero un año después probó fortuna en la Vuelta a España, donde pese a estar en un buen nivel – con una quinta plaza final -, no quedó demasiado convencido de la agonía y el grado de esfuerzo que exigen tres semanas de competición al máximo nivel.
A partir de entonces, comenzó su metamorfosis, y la primera prueba del nuevo Bartoli, aparecería en tierras belgas. Un triunfo bajo el adoquinado de la Het Volk, demostraría que había elegido bien, y que su futuro, sin renunciar totalmente a otro tipo de carreras -, porque Bartoli era un batallador con muchas ansías de victoria -, estaba en las clásicas.
El Tour de Flandes del mismo año, fue el primer monumento ciclista que conquistó, arrebatando la victoria a Johan Museeuw, y puso el broche de oro a su caminar en tierras valonas, siendo el vencedor en el muro de Huy.
Las temporadas de 1997 y 1998 fueron donde Bartoli ganó gran parte de su popularidad. Sus victorias en la Lieja-Bastogne-Lieja en los dos años consecutivos, le valieron el sobrenombre de el hombre de la Redoute, debido a que en esa famosa cota era donde el italiano realizaba sus ataques. Su carácter ganador, le haría acreedor al triunfo en la Copa del Mundo en ambos años, que valoraba la regularidad en las clásicas más prestigiosas del calendario internacional, y le auparía hasta los primeros puestos de la clasificación de la UCI.
En 1998, además brilló en el Giro de Italia, donde se enfundó la maglia rosa y mantuvo una fuerte disputa, dentro y fuera de la carretera, con el ídolo italiano, Marco Pantani en la primera semana de carrera. A parecer de Bartoli, los tiffosi italianos no valoraban lo suficiente su esfuerzo, y sin embargo se rendían a los pies del pirata, sin haber hecho méritos suficientes para recibir tantos halagos.
En la propia ronda italiana, Bartoli consiguió una victoria parcial, en una etapa en la que todos los favoritos se fueron al suelo en el descenso del Zvobo, y donde el propio Bartoli contó con la impagable colaboración de su compañero de equipo, y heredero natural en las carreras de un día, Paolo Bettini. Precisamente, el empuje del grillo y el paso del tiempo hizo que perdiese potestad en el seno de Mapei, y terminase por abandonar el equipo de los clasicómanos, para recalar en Fassa Bortolo (2002), en un cambio que parecía que marcaría el declive del corredor transalpino. Sin embargo, a una victoria de prestigio en la carrera de la cerveza, le sucedería un final de temporada con sendos triunfos en Giro de Lombardia y Milán-Turín. No poseía la regularidad de antaño, pero su calidad y visión del ciclismo le hicieron posible mantenerse en lo más alto.
En la siguiente temporada, volvió a reeditar el triunfo en tierras lombardas logrando su último gran triunfo a nivel internacional.
La campaña de su adiós, sin embargo, la pasó en el ostracismo, entre lesiones y con un tímido intento por asaltar el infierno del norte de Roubaix, pero constatando que ya su cuerpo ya no estaba semejantes hazañas.
Enemigo declarado de Andrea Tafi, el rodar de Bartoli ha dejado en el ciclismo una huella imborrable. Con la espalda completamente plana y sus brazos apoyados en la parte superior del manillar buscando la mayor reducción al viento, sus ataques en La Redoute, y sus triunfos en las carreras con historia quedarán como una excelente guía de aprendizaje para los más neófitos en estas lides.
El no poder saborear el oro de un mundial –en dos ocasiones se tuvo que conformar con el bronce -, es sin duda, su mayor decepción como ciclista profesional, y una espina que no se podrá sacar nunca.
Escrito por Federico Iglesia
Foto: Sirotti