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Miguel Induráin, el récord de Burdeos y el Mundial de Agrigento (1994)

Uno de los temas más comentados en el repaso a la biografía de Miguel Induráin es sin duda el Mundial de Duitama. Aquella ocasión de ver al gigantón navarro cerrar un palmarés que hubiese sido casi perfecto que no llegó a fructificar generó mucha frustración en numerosos aficionados. Tanta que en cierta medida se le cogió parcial e inconscientemente manía a Abraham Olano, al que se acusaba en tertulias de haberle robado el arco iris a Miguel. Tácticas de equipo, búsqueda de asegurar el oro por primera vez para la Selección Española… excusas, defensas y ataques de todo tipo a favor y en contra del ciclista de Anoeta, que sea como fuere pudo ganar el Campeonato por la aureola de Induráin, sí, pero después acusó el peso (losa) de la comparación constante con el navarro desde el primer día de la retirada del mito.

En esta ocasión vamos a retroceder en el tiempo casi 30 años, uno más que aquel 1995 de marras, para hablar de un capítulo muy interesante y clave en la trayectoria de Induráin que apenas se comenta. Nos trasladamos a la temporada ciclista del año 1994, aquella que el líder de Banesto comenzaba siendo triple campeón del Tour y doble campeón del Giro. Imbatido en este periodo, sin límites y más ambicioso que nunca. Los organizadores de la corsa rosa le prepararon un menú indigesto en el que sufriría de lo lindo para sobreponerse a las alergias primaverales que acostumbraba a sufrir y subir al tercer peldaño del podio tras Evgeni Berzin y Marco Pantani.

El italiano fue un arma de doble filo. Seguir su rueda era ganar el Giro. Pero seguir su rueda fue perder el Giro. Una historia que da para un capítulo más amplio y que esta vez sólo mencionaremos de pasada. Luego estuvo el Tour de Francia, el que sería su cuarto entorchado consecutivo camino de los cinco en los que paró la cuenta. También la organización gala diseñó un menú degustación de montañas y reducción de contrarreloj llana que cerca estuvo de sentar regular al gran campeón español.

Induráin prepara la ‘Espada’ en el Tour de 1995 © Sirotti

Ugrumov apretó de lo lindo, yendo de menos a más, y como pasó en el Giro de 1993 con la pesadilla de Oropa, no hubo susto gracias a la enorme ventaja que el de Banesto obtuvo sobre el letón en la previa. Pero el fondo del escalador de la Gewiss, equipo con el que tuvo pesadillas todo el año 1994. Lució el amarillo en París, sonó de nuevo el himno español y pasó el mal trago con el buen sabor de boca de los deberes bien hechos. La temporada había cumplido, sus objetivos habían quedado más que satisfechos con excepción del traspié del Giro. Una espina que tendría una ciudad en la que desquitarse y compensar ese pequeño borrón en su historial: Burdeos.

Induráin estaba preparando el asalto al Récord de la Hora. Todo preparado con uno de los mejores contrarrelojistas de siempre como era él, la bicicleta fue una sensación (la famosa ‘Espada’), y un sentimiento colectivo de optimismo en torno al héroe invencible que fue Miguel durante sus cinco años de reinado absoluto. Consiguió la hazaña, marcando un registro ligeramente por encima de los 53 kilómetros. Una marca que sería superada apenas dos meses más tarde por Tony Rominger. Fracasaría en un siguiente intento el campeón navarro, pero nos vamos a quedar en ese límite entre los meses de agosto y septiembre de aquel año 1994.

Induráin fue plata en el Campeonato del Mundo celebrado en Oslo. Le batió Lance Armstrong, un ciclista que superaría de forma artificial los cinco Tour consecutivos del español para dejar la marca en siete. Una vez el norteamericano regresó al ciclismo cuatro años más tarde de haber colgado la bicicleta, la biografía comenzó a torcer como aquellos lanzamientos de falta de Roberto Carlos, en parábola que tendía cada vez a una caída más en picado. Del suelo al cielo por superar un cáncer. Del cielo al suelo por perder todo en un abrir y cerrar de ojos.

Induráin rueda en Burdeos, 1994 © Patxi Cascante

1994 trasladaba la caravana ciclista de Noruega a Sicilia, a la escarpada ciudad de Agrigento. Terreno durísimo, con final en cuesta y si el problema en Oslo fue que el circuito no fue lo selectivo que necesitaba el líder de la Selección Española, en Italia iba a encontrarse esas condiciones ideales para proclamarse campeón del mundo por fin. Tan selectivo era el circuito que el vencedor fue Luc Leblanc, acreditado escalador, adelantando en meta a Claudio Chiapucci por nueve segundos y Richard Virenque entrando en el mismo tiempo que el ciclista de Carrera y junto a Massimo Ghirotto, cuarto. Rivales a los que Induráin había aplastado una y otra vez en el Tour.

Sin embargo, Miguel y su equipo decidieron sacrificar aquel Campeonato del Mundo en favor del Récord de la Hora de Burdeos. El Mundial fue en los últimos días de agosto, con un calor intenso, una climatología favorable al gigantón navarro. 4700 metros de desnivel que visto el estado de forma de Induráin a lo largo del año 1994 debió pensarse como una oportunidad única para adjudicarse el oro. Mucha gente opina sobre Duitama como la gran ocasión perdida, pero muchos otros pensamos que fue Agrigento el verdadero eslabón perdido. ¿Acaso no había otro momento del año para preparar y batir el Récord?

Es una de las grandes lagunas del palmarés de este gran corredor, uno de los mejores de la historia del Tour y del ciclismo. Verle de arco iris hubiese sido un broche magnífico, más aún si hubiese protagonizado las escaramuzas camino de Lieja con él en la compañía de Bruyneel en esa etapa de cotas del Tour’95. ¿Merecía la pena aspirar a batir un récord del que ciertamente pocos se acordaban en lugar de todo un Mundial que le favorecía como nunca? De haber corrido él, no cabe duda que la forma de competir hubiese sido muy distinta, pero lo que está claro es que las oportunidades no se deben dejar pasar.

Imaginemos a Alejandro Valverde rechazando participar en Innsbruck debido a la preparación de un reto de MTB de gran prestigio. Hubiese estado muy bien, pero al mismo tiempo le hubiese arrebatado el mejor día de su carrera, la posibilidad de ser durante un año el ciclista más mirado y envidiado del pelotón. Da la sensación de que eso mismo le pudo haber pasado a Miguel Induráin, que se retiró con el sabor agridulce de su annus horribilis que fue ese recordado y olvidado al mismo tiempo 1996.

También se puede decir que le hubiese completado su palmarés una victoria en la Vuelta a España, donde ni siquiera obtuvo un triunfo de etapa. Todos los grandes del Tour ganaron las tres grandes, a excepción del español, que fue segundo en 1991 tras Melchor Mauri y el líder más joven de la ronda española al haber lucido el maillot amarillo durante las primeras etapas de 1985. Sin embargo, nunca se le observó un interés especial en la ronda española, lo cual justifica que incluso en su último año como profesional, aquel amargo año 96, el de Banesto no quisiera ni por asomo aparecer por la Vuelta.

Pero con el Mundial fue diferente. El de Villava había disputado como líder el de 1991, siendo tercero. Sexto en 1992, celebrado en Benidorm, ya sólo le faltaban las dos platas “consecutivas” logradas en 1993 y 1995. ¿Y entre medias? Un 1994 donde aparece una rayita que indica la no participación del mejor corredor del momento en la carrera que designa al mejor del mundo sobre la carretera. Con un recorrido a favor, y sin necesidad de ausentarse de un reto que le hubiese catapultado aún más como el mejor corredor no sólo de la época, sino de varias.

Escrito por Jorge Matesanz

Foto de portada: Getty Images

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