Con la llegada del frío, los corredores, saturadores de los grandes esfuerzos y la presión que han tenido que soportar durante toda la temporada deciden desaparecer, recargar las pilas y refugiarse bajo el clima de la costa alicantina para comenzar a preparar un nuevo año. Meses después, el invierno llega a su fin, las flores comienzan a florecer, los animales salen de sus madrigueras y los ciclistas se ajustan el mono y aprietan las zapatillas para afrontar uno de los periodos más importantes de la temporada: las clásicas de primavera.
Sin embargo, entre todos ellos, existe uno que ha preferido no cobijarse en su madriguera para seguir disfrutando de un deporte que le apasiona. Ése es Mathieu Van der Poel. Antes de que el resto haya decidido iniciar su temporada, meses atrás, él ya se ha proclamado campeón del mundo de ciclocrós. Pero no le es suficiente, quiere más, y al igual que en años anteriores, abandona el frío y el barro para pasarse a la carretera.

En este contexto, en pleno corazón de Italia comenzaban a sonar los tambores que anunciaban la primera gran batalla de la primavera. La Milán-San Remo, el primero de los cinco grandes Monumentos. Una prueba en la que las seis horas y media de esfuerzo quedan reducidas a quince minutos en los que los corredores, acusados por la fatiga, deben dar todo lo que les quede en sus piernas.
El pelotón dejaba marchar a una fugada conformada por nueve integrantes, mientras los grandes favoritos, entre los que no se encontraba Tom Pidcock debido a las secuelas que le dejó la caída que sufrió en Tirreno, decidían esperar su momento. Las horas comenzaban a sucederse, una dos, tres, hasta cinco. Con el paso del tiempo la calma comenzaba a desaparecer, hasta que llegaron los últimos 30 kilómetros. Momento en el que se comenzaron a desatar las hostilidades. Así, se iniciaba la subida a la Cipressa, y tras unos primeros compases en los que el conjunto Ineos se posicionó en cabeza con el objetivo de defender las opciones de Filippo Ganna, el equipo UAE, comandado por Tadej Pogačar, empezaba a imponer su ritmo. Sin embargo, más allá de corredores como De Lie o Gaviria, el resto de grandes favoritos resistía sin mayores problemas.

Tras la primera toma de contacto, se iniciaba un enrevesado descenso que les llevaba hasta el Poggio, ascensión en la que se decidía la carrera. Esta vez era Bahrain Victorious quien dispuesto a intentar repetir la victoria de Mohorič en la edición del año pasado, empezaba a imprimir un duro ritmo que comenzó a seleccionar el grupo. La carrera estaba completamente lanzada y a falta de ocho kilómetros, UAE, con un gran trabajo previo de Tim Wellens y un durísimo ataque de Tadej Pogačar, lanzaba una ofensiva que solo pudo ser seguida por Filippo Ganna, Wout Van Aert y Mathieu Van der Poel. Parecía que al belga y el holandés les costaba cerrar el hueco, pero una vez que lo lograron, el propio Mathieu no se lo pensó dos veces y decidió lanzarse a tumba abierta en un vertiginoso descenso.
Por detrás, sus perseguidores, como si se tratasen de tres pitbulls enfurecidos, intentaban darle caza, pero nada podía parar al holandés. En su mente solo había un objetivo: emular la victoria que logró hace 62 años su abuelo Raymond Poulidor en las calles de San Remo. Tras varios kilómetros de persecución, Mathieu resistía y se plantaba en solitario en esas calles. Animado por los gritos de unas aficionados que se agolpaban sobre las vallas, encaraba la última curva y ya nadie le podía parar. Miraba hacia atrás y alzaba los brazos. Era el nuevo ganador de la Milán-San Remo.
Escrito por Sergio Quintana
Fotos: RCS / POOL Getty TDW LaPresse